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Magazine

04 February 2008
Los volúmenes del color

Kapoor va de la textura caprichosa de la vaselina y la cera a las superficies pulcras y lisas del acero y la fibra de vidrio. Apuesta por piezas de aparente sencillez introduciendo toda la potencia expresiva en la combinación de ciertas variables: lo viscoso o lo líquido, lo brillante o lo opaco, el color intenso o la ceguera cromática del espejo, la curva, la esfera y el muro.


Atravesar un par de corredores, ingresar a la sala central y ahí nos recibe, un colosal bloque rojo, todo él contenido en la viscosidad de su materia. El blanco de los muros y las dimensiones, también monumentales, del recinto producen un efecto de contraste entre la aparente asepsia del espacio y la riqueza cromática y formal de las obras que acoge. El gran bloque constituye la pieza central de “Svayambh”, exposición dedicada a la trayectoria del artista Anish Kapoor en la Haus der Kunst de Munich.

“Svayambh” ha sido creada especialmente para este espacio. En ella un enorme bloque rojo hecho a partir de cera, vaselina y pintura se desplaza sobre rieles a manera de tren atravesando en línea recta tres de las salas. Hecho a la medida de las puertas que conectan cada uno de los espacios, el bloque cruza con un margen milimétrico los marcos dejando en ellos (y en los muros) restos de una materia viscosa que evoca el color de la sangre. Su color y dimensiones arrojan una experiencia paradójica; la pieza es violenta y agresiva, mientras que su textura invita al tacto y a la intervención (alguien ha cedido a la tentación encajando un tenedor ahí donde se acumula la masa, otros dejan marcas dactilares).

La pieza (y la exhibición) toman su nombre del vocablo sánscrito “svayambhu(v)”, que es aquello que se genera a si mismo, que es autogenerado. El desplazamiento, de tan lento, es casi imperceptible. Tras cada puerta, el bloque irrumpe en el ambiente con un gesto que emula una suerte de parto colosal, con el que Kapoor manifiesta un ejercicio de relación entre arquitectura, escultura y movimiento. Considerando la historia del edificio (emblemático del arte alemán del régimen nazi), el artista completa su diálogo con el recinto en una pieza adyacente, “Wound”, un corte excavado verticalmente que hace ver una gran herida surgiendo del muro.

La sensualidad burda de estas primeras piezas contrasta con el resto, tanto por la cualidad de los materiales como por la economía de geometrías y contornos. Kapoor va de la textura caprichosa de la vaselina y la cera a las superficies pulcras y lisas del acero y la fibra de vidrio. Apuesta por piezas de aparente sencillez introduciendo toda la potencia expresiva en la combinación de ciertas variables: lo viscoso o lo líquido, lo brillante o lo opaco, el color intenso o la ceguera cromática del espejo, la curva, la esfera y el muro.

En sus piezas curvas y cóncavas de acero pulido, Kapoor ofrece al espectador superficies de reflejos inesperados. “S-Curve” (2006), una suerte de espejo de gran longitud que serpentea en diagonal una de las salas, invita al visitante a rodear la estructura, a mirar por mediación a los otros que pasean por la sala, a participar de la pieza en todas sus perspectivas. Espejos cóncavos en los que quien se mira carece de reflejo, otros que remiten a imágenes difractadas del resto de la sala, reflejos que al acercarse, alejan.

Mas allá del efecto óptico, las obras de Kapoor convocan, son inquisidoras de la materialidad y aglutinantes. Similares en sus efectos a “Cloud gate” (2004), una de sus gigantescas esculturas urbanas que refleja simultáneamente el horizonte, los rascacielos y a los paseantes; las piezas de la exposición hacen uso del efecto óptico para arrojar una pregunta sobre las potencia del material, sobre la cualidad liquida y escurridiza del reflejo, de la superficie, de las perspectivas.

Otro de los elementos fundamentales en el trabajo de Kapoor es uso de la curva y la configuración de su volumen en diversos materiales. Grandes esferas hechas de resina y fibra de vidrio suspendidas de la pared (“States of limbo”, 2007), enigmáticos bultos esféricos incorporados en un muro blanco, que surgen o se hunden en él e impiden al ojo enfocar la mirada. O la fuerza monocromática de “Yellow” (1999), un muro cóncavo de grandes dimensiones que parece succionar a quien se acerca.

La intensidad de los colores utilizados por el artista apelan al paisaje de las especias, textiles y de los mercados de su India natal: amarillo, rojo, azul. “To reflect an intimate part of the red” (1981) se compone de un grupo de esculturas a nivel del suelo en brillantes rojos y amarillos, representativas de una exploración cromática iniciada en su trabajo de los años ochenta y que recuerda a aquella de Yves Klein. Cierra la composición el pigmento en polvo que rodea la base de las esculturas, una suerte de cúrcuma que captura toda la textura y el volumen a partir de la limitación sistemática del color.

Pese a la monumentalidad del recinto, a su arquitectura imperial y aséptica (o será que justamente por estas cualidades), la exposición configura un lugar de relación entre los visitantes y la obra, espacios para el paseo donde las esculturas de Kapoor van saliendo al encuentro. La disposición de las estancias, sus altísimos techos y la amplitud de los espacios, permite que desde un punto sea posible mirar simultáneamente perspectivas de diversas salas. El recinto y las piezas de Kapoor son el cuerpo total de una sola escultura que a cada nuevo movimiento del espectador se reconstruye.

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