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Los Blackouts de Tres o cómo apagarlo todo

Magazine

04 septiembre 2017
Tema del Mes: Silencio

Los Blackouts de Tres o cómo apagarlo todo

La naturaleza humana -tan dada a hacer, a producir, a comunicar- es ruidosa, como también lo son las arquitecturas que albergan y posibilitan tal operatividad. Y esto, tan obvio como obviado, tan sonoro como ensordecido por el propio ruido que constituye su esencia, es algo que el artista Tres (Barcelona, 1956 – Premià de Dalt, 2016) supo poner de manifiesto magistralmente en los numerosos Blackouts que llevó a cabo a lo largo de más de quince años.

A pesar de la multiplicidad de influencias culturales que moldearon su trayectoria, Tres articuló gran parte de su trabajo entorno a un compromiso con el silencio, entendiéndolo no sólo como un fenómeno acústico, sino como una actitud filosófica e ideológica. Como subraya Valentín Roma, comisario de la exposición antológica que le dedicó La Virreina y que finalizó a mediados del pasado mes de junio, en el trabajo de Tres el silencio es “una estrategia de vaciamiento absoluto” [1]. Su silencio era una posición desde la que evidenciar la ruidosa vacuidad del sistema artístico, así como una práctica ascética a través de la cual persiguió el sentido real y profundo del trabajo en arte.

Los Blackouts, que ocuparon un lugar destacado en el conjunto de su multifacética práctica artística, eran acciones en las que Tres apagaba de manera gradual las fuentes de suministro que permiten el funcionamiento tecnológico de un edificio, hasta sumirlo en el máximo nivel posible de oscuridad y silencio. La iluminación, los equipos de ventilación y calefacción, las líneas telefónicas, los servidores informáticos… iban siendo progresivamente desconectados, en un proceso de eliminación gradual de la luz y el ruido que bien podía entenderse -tal y como el comisario Michal Libera describió- como un concierto invertido, en el que el sonido se sustrae en vez de ser añadido [2]. Los Blackouts son también un trabajo de investigación sonora y un ejercicio de escucha individual y colectiva, pero también un momento de toma de consciencia, en el que se ponen de manifiesto los elevados niveles de ruido eléctrico y contaminación lumínica a los que está sometida nuestra existencia. Son acciones que posibilitan asimismo una experiencia distinta del espacio arquitectónico, al despojar un edificio de su artificio tecnológico y revelar su condición estrictamente material, así como sus propiedades acústicas, atmosféricas y lumínicas naturales. El continuo estado de funcionamiento o semifuncionamiento de muchos edificios públicos y comerciales tiene que ver con la cultura 24/7 de nuestra sociedad tardocapitalista, que tan lúdicamente ha descrito Jonathan Crary [3]. Una sociedad en la que las estructuras urbanas y tecnológicas generan espacios para el consumo y la productividad permanente, y en la que incluso en los domicilios privados, en los que la tecnología inalámbrica permite responder e-mails profesionales en plena noche o sobrellevar el insomnio viendo programas de televisión y navegando por las redes sociales, empieza a penetrar la dinámica de la continua operatividad. Este hacer constante conlleva una emisión continuada, más o menos evidente, de luminosidad y ruido, lo que hace que la noche no sea ya un espacio de oscuridad y silencio, porque ya no es tampoco un intervalo necesariamente reservado al descanso. De hecho dejó de serlo durante la industrialización, cuando la introducción de un sistema eficaz de alumbrado eléctrico posibilitó la implementación generalizada de los turnos de noche, pero la nueva sociedad tecnológica e inalámbrica ha consolidado y exacerbado esta lógica.

En este contexto, los Blackouts de Tres constituyen un acto poético y político de reivindicación simbólica de la oscuridad, el silencio y la noche, y una acción corta pero intensa de resistencia a la cultura de la hiperproducción y la operatividad continua. No son acciones de guerrilla, pues los apagones se realizan con el consentimiento y la colaboración de los agentes responsables del edificio y con la complicidad de un público que debe permanecer en silencio; pero aún siendo acciones artísticas trascienden la superficialidad del ejercicio estético por su contundencia y su espíritu revolucionario. Como ha señalado Valentín Roma, se trata de una producción colectiva de silencio que genera paréntesis de sentido, espacios de posibilidad que pueden leerse en clave utópica [4].

“El edifico es importante, y la condición es que se tiene que apagar del todo, con corte de luz al final”, me escribió Tres cuando planeábamos la posibilidad de organizar un nuevo Blackout hace un tiempo. No hay pues concesiones ni simulacros, es un apagón real, una clausura efectiva de toda productividad, una muerte momentánea. Y un repaso a la lista de todos los recintos y edificios europeos que Tres apagó entre el año 2000 y el 2016 confirma que, en efecto, la elección del lugar no es banal: entre otros espacios dedicados a la producción de música y sonido, el Sidecar y L’Auditori destacan como lugares representativos de dos formas opuestas de entender y vivir la música en Barcelona. También hay una larga lista de centros de arte, museos y otras entidades cuya actividad pivota entorno a la imagen y la cultura visual: en la ciudad condal, el centro de producción artística Hangar, la Escola Superior d’Imatge i Disseny Idep, el CCCB, el antiguo Centre d’Art Santa Mònica o la desaparecida Mediateca de CaixaForum, entre otros. En territorio español, espacios como el Centro Cultural Matadero de Huesca, Arteleku en Donosti, Azcuna Centroa en Bilbao y el CA2M de Móstoles, Madrid, ciudad en la que Tres también apagó -con todo lo irónico y bello que tienen el gesto y el juego lingüístico- La Casa Encendida.

Constatamos, pues, que de manera inteligente en el trabajo de Tres el silencio como fenómeno auditivo aparece asociado muchas veces a la oscuridad, en una suerte de advertencia de que el ruido, en una sociedad tan saturada de imágenes, es tan acústico como fotogénico, y que cualquier forma de generación de silencio pasa por una estrategia de resistencia a la imagen. Probablemente no hay mejor ejemplo de esta constatación que sus bolas de silencio hechas de cinefoil, un material que bloquea completamente la entrada de la luz. Al dejar a oscuras todos estos templos artísticos, estos espacios dedicados a la producción de significado visual, quizás Tres nos estaba invitando a problematizar el lugar de la imagen en nuestra contemporaneidad, y a repensar el rol que los centros de arte deben tener en esta era hipervisual. En un mundo tan ruidoso y lumínico, ¿cuál es el lugar de la imagen artística? ¿Cómo promover desde lo visual formas de pensamiento crítico? Tres planteaba estrategias de opacidad y de consecución del silencio desde las que tal vez podamos revalidar la función del arte, e incluso también salvaguardar algunas de las libertades que nos han sido mermadas por los sistemas de control y vigilancia, en pos de una sociedad supuestamente más segura.

Es interesante recordar que mucho antes de los Blackouts de Tres, hubo otros blackouts en la ciudad de Barcelona. Durante la guerra civil, para combatir los agresivos ataques aéreos que asediaban la ciudad, el apagón de las luces y el oscurecimiento de casas y áreas habitadas se impuso como estrategia de defensa durante la noche, para dificultar la localización de objetivos a la aviación enemiga. Ahora ya no se nos bombardea desde el aire, pero hay también otras amenazas, más escondidas, menos ruidosas. Es también pertinente recordar que el primer Blackout de Tres tuvo lugar en un cibercafé de Barcelona en el año 2000, cuando aún imperaba una actitud naif y entusiasta por el mundo online, y la creencia de que Internet podía ser una herramienta de empoderamiento democrático. Cinco años después, Tres apagó el CSIC, la mayor institución pública española dedicada a la investigación, cuyo objetivo fundamental es “desarrollar y promover investigaciones en beneficio del progreso científico y tecnológico” [5]. Los Blackouts de Tres, en los que no sólo quedaban inoperativas las lámparas y las fotocopiadoras, sino también los sistemas de alarma, las cámaras de vigilancia, las luces de emergencia, la circulación de metadatos, etc. nos recuerdan que no son la oscuridad y el silencio lo que nos hace vulnerables, sino más bien esta sociedad del ruido y la luz permanente, en la que todo se ve, todo se vigila y todo queda registrado. Tal vez los apagones sean nuestra única estrategia posible de defensa.

[1] Programa de mano de la exposición Tres. Blackout, 01.04 – 18.06-2017, La Virreina Centre de la imatge, Barcelona. Consultado online por última vez el 16.09.2017 en http://ajuntament.barcelona.cat/lav…

[2] Citado en el documento digital BLACKOUT_cast_2016.pdf, facilitado por Tres en correspondencia personal.

[3] Jonathan Crary, 24/7. Late capitalism and the endless of sleep. Londres y Nueva York: Verso, 2013.

[4] Programa de mano de la exposición Tres. Blackout, 01.04 – 18.06-2017, La Virreina Centre de la imatge. Consultado online por última vez el 16.09.2017 en http://ajuntament.barcelona.cat/lav…

[5] Texto de presentación del CSIC, consultado por última vez el 16.09.2017 en http://www.csic.es/presentacion

Fotografia © Ernest Gual

Alexandra Laudo es comisaria independiente. En sus proyectos ha explorado, entre otras, cuestiones relacionadas con la narración, el texto y los espacios de inserción entre las artes visuales y la literatura; la historia cultural de la mirada; las prácticas de resistencia a la imagen en respuesta a la hipervisualidad y el oculocentrismo desarrolladas desde las artes visuales y la curaduría; y el paradigma 24/7 en relación con el sueño, las nuevas tecnologías y el consumo de esimulantes. Laudo ha explorado la posibilidad de introducir la oralidad, la peformatividad y la narración en la propia práctica curatorial, a través de proyectos de comisariado híbridos, como conferencias performativas o propuestas curatoriales ubicadas entre el ensayo literario, la crítica y el comisariado .
Foto: © Ernest Gual

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