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Devenir obsolescente

Magazine

08 marzo 2021
Tema del Mes: RuinaEditor/a Residente: Marla Jacarilla

Devenir obsolescente

El Estado debía convertirse en el museo de su población, y cada ser humano en una obra de arte. Y del mismo modo que la administración de los museos es responsable no sólo de la colección, sino también de cada obra de arte esté intacta y de restaurar cada una de ellas si amenaza ruina, el Estado debe ser responsable de la resurrección y la supervivencia de cada individuo.

Boris Groys, Cuerpos inmortales, 2008

La principal aspiración de una sociedad a la que se le ha prometido gozar sin límites es la de la inmortalidad. El ciborg, las prótesis, el cuerpo sin órganos, el dopaje farmacológico y otras ensoñaciones poshumanistas venían a desafiar la muerte reconociendo la obsolescencia del cuerpo biológico y los límites de lo humano. Pero como argumentaba recientemente Nuria Gómez Gabriel en esta misma revista, urgen unas políticas del duelo frente a una sociedad “hiperpositiva que glorifica la juventud y demora la realidad del traspaso”. Más allá del giro necropolítico y la omnipresente especulación de cifras de los medios de comunicación durante el último año, la experiencia trágica de la muerte en la actual coyuntura debería llevarnos a repensar –como ya se hizo durante la crisis del SIDA– las posibilidades del cuerpo como espacio vulnerable, la potencia del límite y el inevitable destino de la existencia que Hannah Arendt encontraba en La condición humana (Arendt, 1958).

En su ensayo Cuerpos inmortales, Boris Groys constata que “la sociedad de cuerpos inmortales es la sociedad del biopoder por excelencia”. Lo hace partiendo de las ideas de los biocosmistas rusos como Nikolái Fedorov, o los experimentos de transfusión de sangre de Alexander Bogdanov, quienes aspiraban a alcanzar la inmortalidad por medio de la técnica. En cierta medida, dicha apuesta no estaría tan alejada de la reivindicación futurista de la máquina como promesa ideológica frente a la decadencia humana, de su invitación a aniquilar el tiempo en favor de una “eterna velocidad omnipresente”. Tal vez por ello, Groys interpreta estas posturas como visiones distópicas más que utópicas, a la vez que reconoce la radical pertinencia de este debate en la actualidad, en un momento en el que la imaginación se encuentra “tan obsesionada por la inmortalidad”. Y dado que ya (casi) todos nos hemos convertido en productores de imágenes audiovisuales, quizá sea cierto que el medio más idóneo para plantear ese debate sea precisamente a través de una “filosofía audiovisual”, haciendo parte de los tres collages fílmicos de Pensando en bucle (2002-2007), publicados originalmente por ZKM en 2008 y presentados recientemente en La Virreina Centre de l’Imatge (5 de noviembre de 2021 – 7 de febrero de 2021) por el comisario Manuel Fontán del Junco. De ese modo, Boris Groys pone en juego las ideas de Cuerpos inmortales a través de una serie de interferencias entre el texto y una selección de materiales fílmicos en torno a cómo la cinematografía ha leído el poshumanismo de Fedorov, Bogdanov y Bram Stoker juntos.

Es cierto que el cine ha especulado con la inmortalidad hasta el infinito: desde las adaptaciones incontables del clásico (o no tan clásico) de vampiros hasta las imaginaciones de un mañana cibertecnológico donde la obsolescencia humana ha sido definitivamente desplazada por otra clase de ontologías. Del mismo modo, son numerosas las historias distópicas sobre una conciencia deshumanizada desprendida de todo vínculo afectivo. En la película Little Joe (Jessica Hausner, 2019), los avances en biotecnología y la búsqueda de una vida plena, alejada del dolor y la experiencia trágica de la vida, provocan una epidemia de indiferencia y apatía que impide desplegar cualquier rastro de emoción. Como ya había hecho Andréi Zviáguintsev en Sin Amor (2018), el individualismo radical –que es en el fondo un deseo de permanecer más allá de la muerte– lleva a un escenario de soledades dominado por la misantropía. Bien cierto es, también, que más allá de una constelación de cuerpos presumiblemente inmortales, el cine no ha abandonado nunca una tendencia a lo trágico: desde la compleja erótica de los mortales a las emociones extremas que recorren los humano, lo que posiblemente se deba a la capacidad de la ficción audiovisual de situarse en el umbral de lo comunicable.

En este nudo de contradicciones, entre lo mortal y lo inmortal, entre lo obsolescente y lo eterno, entre lo profano y lo museable, la exposición Devenir inmortal y después morir  comisariada por Caterina Almirall para BCN Producción en La Capella (13 de octubre 2020 – 31 de enero de 2021), se planteaba ya desde el propio título como un enigma o una pregunta abierta. Tomando las ideas de Nikolai Fedorov para reflexionar sobre el museo como espacio de negociación entre la vida y la muerte, la pregunta se hacía explícita en el video «The Barry’s Van Tour» (2007) de Jorge Satorre en el que resucita un objeto para luego eliminarlo definitivamente. Desde la urna funeraria del Museo de Arqueología de Barcelona (900-700 a.C.) al “Goodbye, My Sunny Child (Tamagotchi Memorial)” (2020) de Daniel Moreno Roldán, la exposición trazaba un recorrido del Neolítico al presente sobre la noción ancestral de la muerte. El trabajo “Úra” (2020) de Lara Fluxá, una serie de piezas de vidrio llenas de líquido e instaladas en uno de los muros de la sala, parece apuntar a la fragilidad de lo vivo en todo ecosistema. Junto a ello, el video “Not I” (1972) de Samuel Beckett vendría a negar la identidad como voluntad de permanencia.

Samuel Beckett trabajó insistentemente en lo irónico, tal vez por esa idea de que sólo desde allí es posible asomarse al abismo, haciendo visible la dureza de la realidad a través de sus propias contradicciones. Precisamente, Theodor Adorno llegaba a la conclusión en su Teoría Estética de que sólo a través de lo indecible podría darse –después de Auschwitz– alguna clase de “arte trágico” (Adorno, 1970). El MACBA promete una exposición sobre Felix González-Torres en un momento-límite en el que otros duelos merecen ser recordados para que podamos dar sentido a los nuestros. El origen etimológico de obsolescere alude a “estar en proceso de encontrar un obstáculo”, un límite. Recuperar la muerte como límite de la vida, como destino trágico de la existencia, no sólo nos sitúa ante el dolor, sino que, al aceptar mirar de cara a lo trágico, estaremos también habilitados para celebrar la vida con alegría carnavalesca.

 

(Imagen destacada: ‘Untitled (Perfect Lovers)’, Felix Gonzalez-Torres (1991))

Diana Padrón: Trabajo porque me dijeron que era un juego, un debate, un baile y sí, muchas veces me lo paso pipa. Porque tengo un compromiso con la ciudad donde vivo, con el arte, con la crítica, con la esfera pública. Evidentemente trabajo porque es imperativo ser autosuficiente, pero sobre todo lo es acumular capital simbólico. Me parecería obsceno equipararme al trabajador asalariado, nuestro modelo es más bien el del empresario. Trabajo para reproducir el capital, para innovar en flexibilidad laboral, para experimentar lo último en autoexplotación y para que me inviten a fiestas divertidas. Paradójicamente, también trabajo para imaginarme alguna clase de colectivo. Porque al final, no vayamos a ser nihilistas, algo debe haber en el arte que apunte a alguna suerte de afuera. Trabajo por si algún día, entre todos, nos inventamos otro mundo / dianapadronalonso.com

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