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La gama peinado. Sobre algunos modos de producción del sentir nacional

Magazine

30 septiembre 2013
Tema del Mes: Como explicar Catalunya

La gama peinado. Sobre algunos modos de producción del sentir nacional

No me gusta que en los toros te pongas microestadística. El encuestador, ese cazador-recolector de estadísticas, plantea preguntas que pueden ser relevantes (“¿se siente usted más catalán o español?”), las combina con otras que pueden ser capciosas (“¿cuál de los dos idiomas que habla siente como más propio?”) y, cuando la mezcla ha roto a hervir, le añade una cuestión que solo se plantearía un sociolingüista zurdo aficionado a la psicodelia de los 70: “de cero a diez, ¿cuán español se siente usted?”. De este modo la opinión pública acerca de la adscripción nacional es producida en el acto mismo de interpelación, y estratégicamente modificada con cada nueva batería de preguntas. La “cuestión nacional” es preexistente a la encuesta; no lo es su relevancia, ni sus matices. Las preguntas, renovadas, adecuadas a la coyuntura del minuto, hacen Patria a la vez que inventan la sofisticación del debate patriótico.

En la producción microestadística del sentir nacional los símbolos del país pierden sustancia: el ciudadano es invitado a pintar la bandera, o a desteñirla, y añadirle los tonos que corresponden a su guión imaginario de la relación con el país. Este enfoque tiene, a prori, todos los rasgos propios de una relación lábil con los signos. No es esencialista (no se trata de la Enseña, sino del tono), es pseudocientífico (inventa un saber técnico) y, sobre todo, es sensológico: sustituye la conciencia nacional por el sentir racionalizado y afirma el valor de las sensibilidades coyunturales sobre las convicciones transhistóricas. Parece, pues, una más de las aproximaciones leves, o débiles, a los Grandes Metarrelatos. Sin embargo, como nos muestra la instalación, se trata de una levedad instituyente, acaso más firme que las marmóreas certidumbres de la escultura ecuestre y el arco de triunfo. Pues esos tintes son tan firmes como los que evocaba Platón cuando señalaba que la confianza en la legislación debe ser impresa, inscrita, en la vida de los ciudadanos tal como las tinturas impregnan los vestidos.

De la bandera cero a la diez: la Gama Peinado podría usarse como índice para indentificar distintas posiciones en ese debate, que, cuanto más polarizado, cuanto más binario, más matices, trapacerías, lejías y perlanes incorpora. Sin ir más lejos, ayer mismo se publicaba un artículo de un miembro moderado del sector crítico del PSC, que, si entendí bien, se situaría en algún punto entre la quinta bandera y la cuarta –aunque hay quien objetará que para cartografiar las posiciones políticas, y sus matices, en el seno de ese partido, haría falta otro centenar de banderolas, junto con la decisión de enarbolar bien alto la bandera de la derecha cuando llegue la hora de la verdad. La aproximación microestadística al tema nacional puede ser descrita como una manipulación, como un instrumento al servicio de los bajos instintos electorales, pero también puede ser contemplada como una vivencia de la nacionalidad en que la pregunta moderna (“¿eres patriota?”) ha sido sustituida por la globalizada (“¿cuán patriota?”).

La Bandera 6, o el arte del desánimo. Considerar el factor nacional como un tono, un ingrediente o un elemento puede ser un modo útil de describir la posición de los artistas, y de los civiles, en relación con las demandas de nacionalidad. Claro está que esta perspectiva no está exenta de riesgos. Pudiera parecer un inoportuno regreso a las coordenadas de la historiografía nacional, en que la idea de las esencias ha sido sustituida por un accidente que, como todo lo accidental, se acaba revelando como constitutivo y necesario para la construcción del sistema. Pero estas reservas pueden ser atenuadas si se considera que el tema de la nación no es necesariamente un objeto central sino más bien un mediador, esto es, un motivo posible, que suele ser invocado, no a fin de “resolver el problema” al modo noventayochista sino más bien como un modo particularmente útil de establecer un código emocional.

Quizá no sean minoría los lectores que consideran que, de entre estas once banderas, la suya es la de en medio. Ni blanca ni rojigualda. Ni neutra ni colorida. Something in between. Un grado intermedio que no es propiamente una dialéctica, y que, es de temer, no resuelve los opuestos: más bien se entromete. La enseña entormetida no es mucha bandera, a fe mía. No da para envolverse en ella y encaramarse a una fuente; más bien es enseña de micronación improvisada en una plataforma petrolífera. Y sin embargo, todo hace pensar que ese trapo ha cobrado una importancia central. El desánimo puede ser una actitud pasiva, suele llevar a la abstención o al voto en blanco. Pero también puede hacerse bandera de él. El desánimo puede ser declarado, proclamado, formulado de modo intencional y sintomático. Puede aparecer como el rasgo más distintivo de un sujeto que cunde en la desazón y la legitima con coartadas de carácter histórico o con discursos críticos sobre la nacionalidad. Desde este punto de vista, la sexta bandera se nos aparece como el icono de la españolidad sin ganas cernudiana, practicada por numerosos creadores, principalmente de la gran tradición pictórica y literaria del exilio, que imagina la nacionalidad desde una posición remota y desencantada.

Sería razonable preguntar cuál es la herencia de esa tradición, más allá de los manuales, en una época en que el destierro por razones políticas ha sido sustituido por los estudios en Berlín y los movimientos de artista itinerante. Pues lo cierto es que aunque el relato biográfico que le servía de fundamento haya perdido su vigencia o haya sido sustituido por otros, el desánimo vocacional sigue siendo uno de los códigos más claros, identificables y legitimados del creador, muy en particular en la tradición vinculada a la izquierda. Hasta el punto de que los actuales procesos de ruptura, secesión o, como se dice desde el otro lado, “desafección” o incluso “sedición”, difícilmente podrían ser vistos como un asunto interno de una autonomía: más bien parecen, desde este punto de vista, la realización extrema, o la puesta en práctica, de un desapego sistemático que, de tan incorporado al sistema simbólico de las artes, había llegado a pasar desapercibido, como si fuese solo un modismo o una figura expresiva.

La Bandera 4, o la extranjería interior. Y, en efecto, los riesgos de esta perspectiva quedan soslayados en cuanto comprobamos cómo se viene usando, de manera más o menos implícita, para describir las intervenciones de artistas extranjeros en suelo español. Peinado es un artista natural de Montpellier que, en una muestra presentada en una galería barcelonesa, hace una inflexión en el imaginario nacional, contextualizada en una preocupación más amplia por los símbolos de la nación (el procedimiento de las once banderas lo usó también con la norteamericana). Esa posición lo situaría en la cuarta bandera, esto es, en la posición de artista globalizado que, en una fase de su trabajo, asume, como “caso de estudio”, los signos de una nacionalidad particular. Se conocen casos relevantes de esa posición. Haacke, en un trayecto desde Barajas, preguntándole al taxista qué son esos bloques a medio construir y cómo se llama la población a la que pertenecen. Boltanski hurgando en el archivo de El Caso para organizar una instalación-memorial con fotos de víctimas de crímenes. Los hermanos Chapman interviniendo una edición de los Desastres. Son casos bien distintos, sí, pero está claro que tienen un aspecto en común: a todos ellos subyace una idea de la Gran Calamidad –ya sea financiera, arquitectónica, bélica o incluso semiótica: la destrucción de la nación a través de sus signos- y un sentido de lo terrible –trátese de la catástrofe histórica o de una fatalidad barroca, con frecuencia invocada como referente remoto de las representaciones de la negatividad en arte contemporéaneo. Ese constructo cultural no es necesariamente moderado por las aproximaciones técnicas al caso, ni por la supuesta frialdad de las perspectivas conceptuales. Ya Susan Best señaló que las técnicas y modales “fríos” del conceptualismo pueden suscitar respuestas muy calurosas, y lo ejemplificó, precisamente, con los trabajos de Haacke sobre urbanismo y capital financiero, que, si en sus primeras versiones fueron fuentes de santa indignación, en sus inflexiones más recientes se aparecen como La Tragedia de la Especulación Urbanística. La distinción entre lo pictorial y lo conceptual queda, en buena medida matizada por esa idea-fuerza que el artista como portador de la cuarta bandera puede esgrimir. Esa ha sido otra de las viejas ilusiones del artista: ver el país con la crueldad taxonómica del viajero observador –poder llevar una camiseta con el toro de Osborne como la llevaba el protagonista de Elephant de Gus van Sant). Probablemente la realización más actual de esta ilusión haya sido el reciente proyecto Marca España, comisariado por José Jurado para el EEC de Berlín, donde se han expuesto diversas propuestas generalmente vinculadas al activismo. El proyecto de Jurado cierra el círculo abierto hace ahora diez años por la muestra, de infausto recuerdo, The Real Royal Trip, con la que a principios de siglo Harald Szeemann se propuso dar su imagen universalizable de la creación nacional.

La bandera 0, o la ilusión globalizada. ¿Hay un grado cero de la nacionalidad? ¿Es posible envolverse en la bandera blanca? De ser posible, ¿cómo sería esa bandera? ¿Cómo la equipación blanca que lucieron los representantes de los países de la antigua Unión Soviética en los Juegos Olímpicos de Barcelona, esto es, como una identidad neutra que los convertía en representantes de la Provisionalidad? ¿O más bien como una enseña que contiene, con los colores y sus alegorías, vacío? Slavoj Zizek leía de esta manera la imagen de una bandera rumana con el escudo recortado, en los días posteriores a la revolución, que representaría, entonces, el instante indeciso en que el gran significante político ha desaparecido.

Son numerosos los artistas que, ante la pregunta acerca de su adscripción nacional, sacan bandera blanca o recortan el escudo. De entre todos ellos, acaso los que han logrado más credibilidad son quienes trabajan en las prácticas relacionadas con el sonido. Arte sonoro, música experimental, distintas modalidades de la electrónica: estos parecen ser los instrumentos inmateriales que mejor pueden resistir a la codificación nacional y representar la deriva globalizada. En la electrónica lo nacional se presenta, más que en las otras versiones, como un eco remezclado, como un factor de la ecuación que puede ser elaborado o eliminado en la mesa de mezclas.

Idealmente la desaparición paulatina de la distinción entre música electrónica y analógica –la subsunción de todos los sonidos en la mesa de mezclas- conduciría a un grado cero de la nación. Eco: hacia el minuto cuatro del tema de space disco Sauerkraut, del productor noruego Prins Thomas, el sonido modulado de unas castañuelas puntúa la progresión de los sintetizadores. Se trata de una cita, un eco, un recurso de productor, acaso –es un suponer- propuesto por El Guincho, con quien Prins Thomas había colaborado haciendo una incendiaria remezcla de Antillas. Un “signo de españolidad” aparece, como por ensalmo, en una elaboración estética universalizada –el krautrock transformado, desde Oslo, en música de baile.

Doctor en Humanidades por la Universitat Pompeu Fabra, actualmente imparte Arte Contemporáneo en UPF Education Abroad Program, así como en el Módulo de Arte en el Master en Periodismo Cultural de la UPF Barcelona School of Management. Ha publicado en Anagrama los ensayos Afterpop, Homo Sampler, €®O$ (Premio Anagrama) y Emociónese así (Premi Ciutat de Barcelona).

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