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Ladrones de cuerpos

Magazine

02 noviembre 2012
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Ladrones de cuerpos

En un día como hoy, en el que de modos y nombres distintos se celebra ese gusto que tenemos por jugar a dejar de lado los cuerpos y sentirnos imágenes, he querido ir al cine. ¿La sesión? La invasión de los ladrones de cuerpos [[La invasión de los ladrones de cuerpos. Don Siegel, 1956.]]. Don Siegel, 1956.. La lucha del protagonista de la película por escapar de un pueblo en el que se ve forzado a convivir con réplicas humanas sirve de punto de partida para recordar la necesidad de pensar las imágenes como alteridad.

Un médico regresa a la población en la que trabaja después de pasar un tiempo en un congreso. Al llegar se topa con que varios de sus pacientes sufren el mismo mal: no reconocen como humanos algunos de los rostros que les son más familiares. Lo que al principio parecen ser preocupaciones aisladas se torna en un asunto de salud pública al ir afectando cada vez a una parte mayor de la población. La alarma se desata cuando una llamada interrumpe una velada prometedora para conducirle a ver con sus propios ojos la primera evidencia física de que algo está cambiando: un cuerpo inanimado, sin identidad y sin signos de vida. Sin signos de muerte tampoco. Guarda sospechoso parecido con su descubridor, quien sigue vivo. ¿Quién es? “Ni idea. Es como la primera impresión de un sello en una moneda. Pero no está terminado”, dice un hombre ante la imagen inacabada de sí mismo. Las calles de esta ciudad llena de imágenes incompletas durmientes, serán pronto caminadas por las copias inhumanas de sus habitantes.

El protagonista, haciendo uso de su facultad de diagnóstico, se inclina sobre el cuerpo buscando signos de vida o muerte. Ninguno. No tiene huellas dactilares, pero todo lo demás señala que es humano. Más tarde, cuando los cuerpos han despertado y han pasado a sustituir a los vecinos originales de la ciudad, la sorpresa es que hablan la lengua del protagonista. Pueden comunicarse entre sí, forman comunidad.

Es al reconocer que convivimos con imágenes que emerge el miedo a ser reemplazados por ellas. Y por esto las seguimos viendo como subordinadas. La película está contada desde el punto de vista de un sujeto que es médico y a la vez es tenido por loco. Un personaje con la misión de identificar quién es humano y quién es la copia incompleta del humano, pero de cuyo juicio la policía y los psiquiatras dudan.

Una recuerda el trabajo del teórico de los estudios visuales W.J.T. Mitchell [[W.J.T. Mitchel, What Do Pictures Want? (Chicago: University of Chicago Press, 2004)]] y su defensa del reconocimiento de las imágenes como algo más que objetos inanimados. Imágenes a las que les otorgamos el reconocimiento que implica ser amadas, odiadas, adoradas o deseadas por nosotros, los humanos. Entidades que son diferentes pero con las que nos permitimos ciertos comportamientos dignos de toda humanidad.

El Dr. Bennell es tomado por loco por las autoridades de otro condado. A fin de probar su cordura utiliza su propio tetimonio como prueba, como todo enfermo mental. Al final es la llamada de teléfono de un ciudadano ajeno al caso la que corrobora la versión del protagonista y le salva de la enfermedad. La tara no está en él; la tara está en las imágenes incompletas. W.J.T. Mitchel ha hablado, también, de cómo la locura ha sido desde antiguo sujeto de escenificación y teatralización. La enfermedad mental puesta en escena es un recurso para plantear al espectador cuán razonable es entender la realidad de otra manera; en este caso, la pregunta por la posibilidad de la convivencia con imágenes de nosotros mismos. Pero si la conclusión de La invasión de los ladrones de cuerpos es que estamos a salvo, porque las autoridades de los condados vecinos controlarán la situación, hoy parece que las cosas han cambiado. De la década de los cincuenta hasta hoy las relaciones con los replicantes que se han puesto en escena han pasado de estar narradas en clave de locura a adoptar registros cada vez más realistas. Pensemos en Blade Runner [[Blade Runner. Ridley Scott, 1982.]] o 2001: Una odisea en el espacio [[2001: Una odisea en el espacio. Stanley Kubrick, 1968.]]. Como si de un hilo narrativo oculto se tratara, si se hiciera un análisis del modo en el que estos vínculos se enuncian, parece que ilustramos las palabras de Foucault cuando dice que “un día habremos dejado de saber lo que era la locura. Su forma se habrá cerrado contra sí misma y sus huellas habrán desaparecido y ya no será más visible” [[M. Foucault, Histoire de la folie à l’âge classique (Paris: Éditions Plon, 1964)]]. Si las imágenes eran desviaciones de nuestra humanidad, hoy la integran.

Porque quizá sea eso, y las imágenes no estén aquí para ser metáforas de otro mundo. No son puertas a dimensiones lejanas. Están aquí, con nosotros, y quieren quedarse. Feliz Halloween.

Paloma Checa-Gismero es Profesora Adjunta en San Diego State University y Candidata a Doctora en Historia, Crítica y Teoría del Arte en la Universidad de California, San Diego. Historiadora de arte contemporáneo global y latinoamericano, estudia los encuentros entre estéticas locales y estándares globales. Publicaciones académicas recientes incluyen «Realism in the Work of Maria Thereza Alves,» Afterall journal, Fall 2017, y «Global Contemporary Art Tourism: Engaging with Cuban Authenticity Through the Bienal de La Habana,» in Tourism Planning & Development journal, vol. 15, 3, 2017. Desde 2014 Paloma es miembro del colectivo Editorial de la revista académica FIELD.

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