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Lógica de Boole para artistas jóvenes

Magazine

19 agosto 2013
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Lógica de Boole para artistas jóvenes


La Galería Inmigrante de Buenos Aires cuenta con la oportunidad de sumarse a la lista de espacios y proyectos que tienen como premisa la investigación de los efectos de internet sobre el arte, y que suelen funcionar en base a una camada de artistas jóvenes hiperconectivos y profesionalizados. Y también tiene la ocasión de construir un discurso con una proyección distinta sobre el arte de la segunda década del siglo. Con pocas muestras en su haber y sin haber atravesado el efímero ciclo de vida de los espacios de arte joven de Buenos Aires, queda por ver si Galería Inmigrante aprovechará la oportunidad, la ocasión, ambas o ninguna de las dos.

Desde sus comienzos, la galería se presentó como un proyecto de artistas jóvenes (gestionado por Gala Berger, Cotelito y Mario Scorzelli) y propenso a ciertas estrategias de comunicación efectivas, con un pie en el espacio físico y otro en la interconexión: haciendo honor a su nombre, la galería funciona en el subsuelo de una librería (un espacio que perfectamente podría habitar un inmigrante recién llegado a una ciudad) y su portfolio consta de artistas de todo el mundo, que sus directivos conocieron a través de internet. Los tópicos globales relacionados con las tecnologías de la información y sus efectos cognitivos y visuales están presentes desde el vamos, lo que pone a Galería Inmigrante en la órbita de la oportunidad discutida al comienzo: la de los espacios de arte joven que tienen entre sus premisas la exploración de internet y sus efectos.

En muchas ciudades del mundo existen redes de artistas con un pie en servicios como Tumblr, otro en la escuela de arte y otro en pequeñas galerías, a menudo vinculadas a los hábitos de la cultura joven y sus industrias tangenciales. Future Gallery, en Berlín, o Preteen Gallery, en Ciudad de México, son buenos ejemplos. Normalmente, estos grupos y espacios se referencian en el discurso sobre “post internet art”, una variante hiper cool y escolarizada que, si bien coquetea con las jergas visuales de las redes sociales orientadas al mercado joven, parece deberle mucho más a la teoría actor-red y derivados, la historia de las exhibiciones y, en definitiva, la escuela de arte (el espectro de representaciones artísticas de internet también podría incluir los discursos académicos, con particular relieve al interior de Latinoamérica, todavía en la nebulosa de los programas teóricos de los noventa: en este caso, a los temas de siempre como la periferia, la hibridez y el género se suman, nuevamente, la teoría actor-red y derivados.)

Sin embargo, Galería Inmigrante no se aviene estrictamente a este sistema, muy fácil de copiar y efectivamente muy copiado: su staff está integrado por artistas atrincherados en el estudio y poco afines, muchos de ellos, al modelo de artista entrepreneur-networker que en la cantera post internet resulta reglamentario. Por eso, el proyecto podría minimizar la oportunidad atmosférica de acogerse a los discursos corrientes sobre el arte joven que en los últimos años proliferaron globalmente, para aprovechar una ocasión más interesante, una última variante que puede proyectarse a partir de algunas coordenadas recientes y dispersas.

Ya habiendo recibido los anticuerpos del arte basado en internet, se puede intentar un paso más allá de los discursos comunes sobre internet y su impacto, no para volver al estudio, sino para mirar por fuera de la híper profesionalidad post estudio; no para dar por terminadas las promesas de la teoría actor-red y derivados sobre el fin de la agencia del sujeto, etc., sino para soñar con un nuevo tipo de agencia, una incipiente subjetividad estética o algo parecido a una forma de autoconciencia artística en la era de la precariedad interconectada; no para negar las tecnologías de la información en definitiva, sino para historizarlas y sacarlas del cliché en el que las dejó la escuela de arte, recuperar su historia oculta y sus aspectos irrealizados.

Algunas exhibiciones recientes de Nicolas Ceccaldi, Florian Auer y Avery K Singer, entre otros, manifiestan actitudes que podrían recuperarse en esta dirección: la escultura cibernética respondiendo a la impresora 3D, la epistolaridad literaria escapando del agrafismo de las redes sociales, la pintura de género incorporando situaciones cliché como el studio visit o el décor victoriano sobreviviendo a Tumblr.

La pregunta que queda abierta es si esto puede ocurrir en este momento en Galería Inmigrante, o si estamos en la antesala de otra generación contenta con la mera posibilidad de reproducir los discursos globales sobre arte contemporáneo, en menor escala y a mayor distancia de sus puntos de origen. Encontrar una ocasión fortuita en medio de las oportunidades comunes de la vida, es como ver una estrella fugaz en una playa saturada de vendedores de helado.

Claudio Iglesias es un crítico radicado en Buenos Aires. Sus últimos libros son Corazón y realidad (Consonni, Bilbao, 2018) y Genios pobres (Mansalva, Buenos Aires, 2018).

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