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This is not a love song: contaminación positiva

Magazine

31 julio 2013
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This is not a love song: contaminación positiva


La Guerra Fría, la del Vietnam, grupos activistas a favor de los derechos civiles y la libertad sexual, Woodstock, la creencia en el rock como una religión, el accidente de avioneta de Buddy Holly, teenagers as teenangels, la guitarra eléctrica como un símbolo fálico, Elvis Presley, el cuestionamiento de los valores familiares convencionales, la muerte simbólica que –según los hippies– se producía a los treinta años, los impulsos autodestructivos en la era del rock, la portada del primer disco de la Velvet Underground diseñada por Andy Warhol, la controvertida muerte de Jim Morrison, la apropiación de imágenes extraídas de documentales, noticias y anuncios, las luces estroboscópicas, destrozar instrumentos musicales en plena actuación, la muerte de Jimi Hendrix, el potencial subversivo de la música, la reapropiación del espacio público, las revueltas de Stonewall, el LSD, la reivindicación de la discoteca como espacio cultural, la crisis del SIDA, la discriminación racial en Norteamérica. Todos estos temas podrían formar parte (o no) de una canción de amor.

La exposición «This is not a love song» realiza un pormenorizado recorrido a través de más de cincuenta años de relaciones entre música y videoarte. Con una inmensa mayoría de obras de carácter audiovisual, se estructura en torno a cinco ejes temáticos: “Arte en el pop/Pop en el arte”, “Histeria y religión”, “No músicos vs No artistas. Rock y arte conceptual”, “El rock y su doble. La música pop como caja de herramientas” y “Políticas de la música de baile”. Entre las numerosas referencias, nombres ya clásicos como los de Dan Graham, Tony Oursler, Andy Warhol, Douglas Gordon o Nam June Paik. Obras cuyo potencial subversivo acabó siendo absorbido por la institución pero que, en estos tiempos en los que la sociedad está presenciando como menguan algunos de los derechos y libertades que tanto costó conseguir hace ya bastantes años, cobran más sentido que nunca.

«Rock my Religion» de Dan Graham es la referencia. Concebido inicialmente como un artículo que establecía paralelismos entre los comportamientos derivados de la influencia del rock y la repercusión de los dogmas religiosos en algunas comunidades norteamericanas del S XVII como los Shakers, Rock my Religion plantea, a modo de collage visual, un análisis de la historia del rock. Sus orígenes, su desarrollo, sus consecuencias y también, por supuesto, sus paradojas y contradicciones. Si el rock supone una liberación respecto a los parámetros familiares y sociales que constreñían el comportamiento humano hasta el momento… ¿por qué sigue sin haber espacio para la mujer? El ensayo audiovisual de Dan Graham muestra los intentos de superación de dichas contradicciones. Patti Smith aparece en pantalla, sube al escenario, evidencia que rock y violencia deben coexistir. Se convierte en una heroína, en una Diosa, en la “María Magdalena del rock and roll”. Las imágenes de sus conciertos remiten de algún modo a la misteriosa epidemia de baile que tuvo lugar en 1518, un caso de coreomanía ocurrido en Estrasburgo en el que varias personas fallecieron tras estar un mes bailando sin parar. Dan Graham no habla de ellos, pero tampoco es necesario. Habla de la comunidad religiosa de los Shakers y de Ann Lee, que fue su líder. Aparecen imágenes de una comunidad hippie. Se habla de un nuevo modo de vida, de la disolución de la estructura familiar predominante, de hermandad, de la disipación del odio. Utopía que también fue reflejada por Aldous Huxley en «La Isla», su última obra de ficción, publicada en 1962.

Recorro las diversas salas del edificio esperando encontrar una respuesta. ¿Qué es el rock? El rock es subversión, es máscara, actitud y aptitud. Es un posicionamiento (también político), una manifestación, una declaración de principios. Es la emoción contrapuesta (o tal vez no tanto) al arte como negocio del cual hablaba Warhol. Es una revolución necesaria y sí, también inmersa en contradicciones.

A pesar de lo exhaustivo de la propuesta, echo de menos algunas obras. Me hubiera gustado mucho ver, por ejemplo, a Jeroen Offerman cantando «Stairway To Heaven» al revés e ironizando sobre la posibilidad de que ciertas canciones oculten mensajes satánicos. Pero claro, es que el tema da para varias exposiciones…


A Marla Jacarilla le resulta difícil definirse, aunque lo intenta de modo obstinado desde que hace algunos años le explicaron que sería bueno que tuviese un statement. Hace arte (o al menos lo intenta), escribe sobre cine y reflexiona de vez en cuando sobre cosas que suelen pasar desapercibidas. En cierto modo, todo esto se sitúa a un mismo nivel: la obsesión por esas letras que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos, que forman capítulos que nos cuentan historias.

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