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Off / On

Magazine

03 julio 2011

Off / On

El Sónar, ese monstruo del que hace diez años ya se decía que crecía sin control y que, en su deseo por agrupar bajo el paraguas de su vocación experimental, iba deglutiendo todas las áreas de la creación contemporánea, ya se ha consolidado, dieciocho años después de su creación, como uno de los paradigmas de ese tipo de producto cultural absolutamente eficaz en términos de ocio, musicales, económicos, sociales, políticos y culturales. Es decir, en prácticamente todos los ámbitos.


No es de extrañar que en cada una de las presentaciones anuales de Sónar a la prensa no sólo se tenga la sensación de asistir a una convocatoria informativa para dar a conocer un programa elaborado a la manera de un encaje de bolillos, si no también a una suerte de catarsis interinstitucional perfectamente orquestada por Enric Palau, Ricard Robles y Sergio Caballero, los fundadores y co-directores de este festival barcelonés que, si efectivamente, no ha dejado de crecer en sus casi dos décadas de existencia, lo ha hecho bajo el control que se requiere para llegar hasta donde lo ha hecho. A saber: a consolidarse como uno de los mejores y más prestigiosos acontecimientos consagrados a la música electrónica y avanzada del mundo y como uno de los eventos culturales que mejor ha sabido combinar esas dosis de calidad, rentabilidad y riesgo que, hasta la fecha, le han permitido cosechar el éxito en la ciudad que lo vio nacer así como en sus citas anuales en Londres y Tokio, en sus presentaciones puntuales en Nueva York, Buenos Aires, Seúl, Frankfurt o Chicago o, como se espera que suceda durante el primer semestre de 2012, en la cita que preparan para su desembarco en Sao Paulo. Algo harto probable si se considera que Advanced Music se ha asociado con la productora brasileña Dream Factory –responsables de la creación de Rock in Rio- para llevar a cabo lo que será sin duda una de sus apuestas más ambiciosas en su expansión internacional.

Concebido para mostrar la esencia de una oferta musico/cultural que, repartida en sesiones de día y de noche durante tres días, pudiera ser susceptible de combinar una actividad aparentemente de ocio con contenidos propios del universo artístico, la vanguardia y la experimentación liderados por artistas y tendencias de la música electrónica tanto consolidados como proclives a interactuar e hibridarse con cualquier tipo de géneros y lenguajes, el sónar se ha caracterizado desde 1994 por buscar y mostrar nuevos modos de entender y consumir un mundo cuya velocidad parece que sólo nos permite disfrutar de lo que no sucumbe a su voracidad. De modo que, en sintonía con esa voluntad de dejar-constancia-de-lo-que-está-pasando principalmente desde el ámbito de la música, es lógico que desde sus inicios, le hubiera prestado una especial atención a aquello que, evolucionando en paralelo a su característico registro experimental, se suele dar a conocer como arte multimedia. Es decir, una suerte de enorme y complejo cajón de sastre en el que, al tiempo que se pueden dar cita todo tipo de propuestas que, de manera explícita, apuestan por las posibilidades artísticas que nos ofrecen las herramientas de las nuevas tecnologías, también dan pie a los análisis de las consecuencias socio-culturales que se derivan de su uso al tiempo que se hace eco de la multiplicidad de estéticas que resultan de todo ello.

Conscientes de que la aproximación a las nuevas tecnologías puede ser una tarea de una gran complejidad a menos que se haya nacido con un ordenador debajo del brazo o se sea especialmente ducho en temática informática y cibernética, la estrategia por la que el sónar ha venido apostando desde su aparición fue la de agrupar en el marco de temáticas variables en cada edición diversas exposiciones dedicadas a los proyectos más recientes e innovadores del arte digital y el new media internacional. De modo que aunque las propuestas de creación multimedia pudieran correr el riesgo de quedar relegadas mediáticamente a un segundo plano canibalizadas por el ímpetu de la oferta musical, es de agradecer que todavía hoy se sigan llevando a cabo aunque sea luchando por acercarse a un público que o bien no siempre está en condiciones de extraer lecturas intelectuales o bien no dispone de la posibilidad de verlo ya que hasta ahora sólo ha permanecido abierto durante los tres días del festival y sólo se podía tener acceso previo pago de una entrada para las sesiones diurnas del festival. Un verdadero desperdicio si se considera el coste que, desde el punto de vista económico y humano, se desprende de cualquier propuesta de semejantes características.

Por bien que desde que se decidiera dotar de cuerpo y contenido a una sección que, de no haber sido capaz de evolucionar, se hubiera muerto de inanición por la suerte de escaparate de flyers y álbumes de discos en vitrinas en que se estaba convirtiendo, los temas sobre los que han pivotado las exposiciones de arte multimedia que se han visto en este festival desde el año 2000, se intuye que han sido seleccionados tanto por su capacidad de inducir al espectador a quedarse asombrados frente a las maravillas de las que es capaz la tecnología como también de empezar a reflexionar en torno al mensaje que subyace de su uso. De modo que, además de la fascinación que hubieran podido despertar los insectos de alambre de Soda Constructor en 2001 o las propuestas de NSK- State del colectivo de música industrial esloveno Laibach y Sealand en 2004, la propuesta «Life: a user’s manual» de Michelle Teran -quien a través del uso de un escáner de frecuencias y una cámara sobre un carrito realizó una especie de mapa de señales invisibles en su tránsito por la ciudad-, la presentación mundial de «Day of the Figurines» -el proyecto del colectivo británico Blast Theory- presentado en 2006, el espectáculo de ilusionismo psicocibernético realizado por Nemótico en videoconferencia desde Tijuana en 2007, la instalación interactiva «We Are The Time. We Are The Famous» formada por un díptico con el que se podía interactuar, del colectivo liderado por Andy Cameron en 2008 o la «Robotic chair» de Max Dean, Raffaello D’Andrea, Matt Donovan, etc… también nos hubiéramos podido sensibilizar con el trabajo de los colectivos y artistas londinenses más destacados en el terreno del diseño gráfico y el net.art -Invisible London, 2001-, la existencia de las naciones inventadas, los territorios visuales y los reinos de fantasía creados por particulares o colectivos desde principios de la década de los setenta del siglo pasado -en la 1ª Exposición Universal de Micronaciones, 2004-, la apuesta por el figurativismo frente a la abstracción que impera en los formatos artísticos de vanguardia -en «Randonnée» (Un Paseo Por El Paisajismo Del Siglo XXI), 2005-, la narratividad de una propuesta que, en torno a la cultura del móvil y los proyectos de localización, recupera los primeros juegos conversacionales para crear dinámicas de movimientos sociales -en «Always on», 2005-, la reflexión sobre el papel y el estatus de la magia en plena era de la prestidigitación tecnológica -en «Et Voilà», 2007-, la recuperación de tecnologías obsoletas y/o piezas de museos para una propuesta dedicada íntegramente al arte cinematográfico -en «Future Past Cinema», 2008- o la mirada de las nuevas generaciones de artistas hacia la robótica como marco recurrente para sus investigaciones así como de una lectura del futuro que, sobre la base de la socialización de las herramientas digitales y la generalización del cooperativismo creativo, se realiza no tanto en clave de instrumento-mecanismo como de contexto relacional («Back to the robots», 2010). De modo que lo que parece que a nadie le importa y que siempre se ha ubicado en una especie de espacio oscuro repleto de máquinas extrañas y un ejército ambulante de frikis, nerds y otras especies de personajes difíciles de clasificar, no solo es un clarísimo ejemplo de otro de los mundos que se configuran en paralelo al convencional si no que también una caja de sorpresas de las que siempre se puede extraer algo que nos pueda ayudar a comprender lo que también somos y hacia dónde vamos.

Después de una labor encomiable en pro de la articulación de un discurso decimonónico que, concebido en forma de trilogía, se ha centrado en investigar durante tres ediciones y de modo comparativo las posibles relaciones entre las idiosincrasias del s. XIX y el XXI poniendo en relación la magia con la tecnología, recuperando formatos pre-cinematográficos en la creación audiovisual contemporánea o regresando al Do it yourself aplicado a la creación de instrumentos de producción sonora, Sonarmática da un nuevo giro y decide asociarse a partir de esta edición con el festival OFFF, un evento nacido hace más de una década con el ánimo de explorar las estéticas del software y los nuevos lenguajes de expresión visual e interactiva y que ha pasado de ser un mero festival de la cultura post-digital a convertirse, tal como dicen sus organizadores, en una vía para entender el arte o, para ser más precisos, en un modo de vida absolutamente envolvente y transformador. En suma, en una experiencia cuasi religiosa desde el entorno más experimental de la creación contemporánea y a través de un completo programa de conferencias, talleres y actuaciones realizados por artistas como Joshua Davis, Stefan Sagmeister, John Maeda, Digital Kitchen, Eduard Prats o Ignore, entre muchos otros.

Aprovechando la oportunidad de acoger nuevamente el Festival OFFF en Barcelona y el deseo de aunar esfuerzos entre la organización del Sónar y los responsables de actividades culturales del CCCB -ese espacio polivalente o plataforma que, a modo de una gran nave nodriza, acoge la mayor parte de las actividades de estos dos acontecimientos así como de otros muchos y de muy variada índole- se ha creado lo que ha sido presentado como OFFFmática, una propuesta expositiva co-comisariada entre las tres partes que se han asociado y que, gracias al acuerdo al que han llegado, será posible visitar en las mismas salas de siempre del CCCB entre el inicio del festival OFFF y el final del Sónar, es decir, entre 9 y el 19 de Junio.

Planteado no tanto como la respuesta a la pregunta que nos hacemos todos -¿qué es el arte?- sino como una propuesta para reflexionar en torno a la relación que mantiene el arte con la tecnología, lo que se puede ver y experimentar en la exposición que, en el marco de OFFFmática, se ha dado en titular como «Other Mirrors» es una propuesta de reflexión sobre el rol que juegan las nuevas tecnologías en la evolución del retrato como formato artístico. Algo que, si bien podría entroncar con la línea argumental de las tres propuestas anteriores de Sonarmática, va un paso más allá y centra plenamente su atención en la interacción con el público a través de una concepción del dibujo y la reconfiguración del retrato como motivo artístico a partir no tanto de la posibilidad del hombre de representar su imagen a través de las herramientas que le son propias sino dejando que sea la tecnología quien se encargue de retratarlo a través de una curiosa y ecléctica selección de instalaciones interactivas, obra gráfica impresa y una cuidada e intrigante selección de proyectos online. En suma, una excitante paleta de proposiciones visualmente tan fascinantes como incomprensibles en su funcionamiento capaz de inducirnos a reflexionar en torno al concepto de un retrato concebido desde la interactividad, el registro de la tecnología o los elementos de nuestra identidad por los que se pueda decantar. A saber: la imagen, el movimiento o el carácter. Tres de los elementos sobre los que se configura la instalación del programador americano Joshua Davis -concebida para generar retratos a partir de los gritos del espectador-, las imágenes que capta una cámara infrarroja y que, dibujada sobre una pantalla fosforescente a partir de una irradiación de láser, se traduce en los retratos de efímera duración que proponen los japoneses Daito Manabe & Motoi Ishibashi o la instalación de luz y de papel en la que la sombra del espectador se transforma en una masa de píxeles.

Lo dicho, una experiencia en toda regla como aperitivo de lo que sería deseable que en el futuro se pudiera consolidar como un proyecto comisarial de tanto peso conceptual como el que se evidencia que siente por la fascinación tecnológica. Y es que hay mucho que decir, mucho más para proponer y, sobre todo, mucho más para comprender. Entre otras cosas, a nosotros mismos.

Cuando Frederic Montornés obtiene su licenciatura en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona, lo único que tiene claro es su deseo de centrarse activamente en el análisis de las prácticas artísticas que le permiten acercarse al arte desde la propia experiencia. También colecciona sombreros para caballero de la talla 57, práctica iniciada a los 15 años como homenaje a aquel Ocaña que veía pasear por Las Ramblas.

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