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Tiempo y Narración

Magazine

26 julio 2011

Tiempo y Narración

“Do you have time?” daba voz a aquellos que habitualmente no la tienen. Segregados en las calles y arrasados por las condiciones del capitalismo en su etapa tardía, no acostumbran a entrar en los museos o, simplemente, a opinar. David Kleinman, un desocupado, relata una visión propia de la historia de EE.UU. Una revisión que en seguida es tildada de marxista. Máxime cuando viene de una artista argentina que se atreve a hablar de EE.UU.


Al ingresar en una de las salas del Aldrich Contemporary Art Museum, el espectador se sentirá invadido por el olor a salitre, azufre y carbón de un cuadro quemado sobre el que se proyecta un film en blanco y negro. Quizás el hedor le provoque una extraña sensación, mezclada por la percepción de aquello que difícilmente pueda reconocer pero que sus inescrupulosas inversiones implementan. El miasma evocaría una serie de figuras opuestas: el 4 de julio, el 11 de septiembre y la guerra de Irak. Entre los visitantes del museo de la ciudad de Ridgefield suele haber un puñado de financistas que contribuyen a través de magnas inversiones a la apertura de “nuevos mercados” y, quizás sin saberlo, a la caída de gobiernos. Estos son los hombres que manipulan los flujos financieros globales, y por ende, controlan la distribución de los sujetos en el espacio y el tiempo. Estos hombres y sus familias saben que el tiempo es dinero, de manera que difícilmente dispongan de dos horas para ver y escuchar el retrato filmado de David Kleinman, un desocupado neoyorquino de 63 años, que desde el punto de vista personal relata la historia no oficial de los Estados Unidos. Este video, filmado por la artista Judi Werthein, se proyecta sobre una nube de cenizas y explosiones pintada con pólvora quemada por el artista Tomás Espina. «Do you have time?» es la narración de una historia y la puesta en imagen de un desocupado de Queens a la manera de un talking head en un paisaje onírico y etéreo. La literalidad del relato se ensambla con la lírica del movimiento ascendente de una nube de humo que remite a una explosión en el cielo.

David Kleinman estudió historia y filosofía en la Universidad de Wisconsin durante la década de los sesenta, pero abandonó sus aspiraciones académicas para trabajar y ganarse la vida a duras penas durante la crisis petrolera. Aunque haya dedicado 30 años de su vida a la industria de la imprenta, nunca desistió de su pasión por la historia. Como un ratón de biblioteca, Kleinman dividió su tiempo entre el trabajo y la familia por un lado, y la lectura autodidacta por el otro. Durante la recesión y la crisis mundial del 2008, Kleinman fue despedido. Con 59 años de edad y con nulas posibilidades de conseguir un empleo, en un país que llega casi al 10% de desocupación, Kleinman se abocó a la lectura y a la espera de la jubilación. Desocupado y sin haberse realizado como historiador, tiene todo el tiempo del mundo para contar su versión de la historia de los Estados Unidos. Muñido de hechos y detalles, habla sobre la ideología racista de los colonos de Massachusetts del siglo XVII, la masacre del río Mystic, el genocidio de las poblaciones aborígenes y el esclavismo. Estos temas están sometidos a escrutinio y asociados libremente con problemas del presente, así Kleinman pasa de Thomas Paine y George Washington a Richard Nixon y George W. Bush. Kleinman es marxista y un ferviente crítico de los Estados Unidos, sin embargo, al mismo tiempo, concibe a este país y a su constitución como uno de los máximos experimentos sociales de la humanidad, que sedujo a Alexis de Tocqueville e incluso a Karl Marx. Según Kleinman, Estados Unidos es una extraña combinación de materialismo e idealismo que promovió el self government, la democracia y la búsqueda de la felicidad -como afirma el artículo 4 de la constitución. Kleinman defiende los ideales y la praxis de la Revolución de 1776, a la que considera incomparable con la Revolución Francesa -germen del terror de Maximilien Robespierre y de los caprichos imperiales de Napoleón Bonaparte-. Sin embargo, el experimento americano nunca logró consumarse, quedando sumergido al yugo de las corporaciones y de la sociedad de control. Del ideal del autogobierno y la felicidad se pasó al control en red y a un Estado militar que impulsa guerras más allá de su soberanía política.

Si con endebles argumentos, basados en la ideología de la libertad y la democracia, los gobernantes de los Estados Unidos justifican invasiones, masacres y golpes de Estado. A su manera, la mayoría de los ciudadanos aprueban las guerras en Medio Oriente y el enorme presupuesto bélico (20% del PBI) que pagan con el 40 % de sus ingresos. “A contrario sensu”, algunos de los espectadores que acudieron a la inauguración acusaron de comunista a David Kleinman y objetaron la posibilidad de que una artista argentina opinara sobre la historia de un país que no es el suyo. Inverosímil chovinismo de una nación construida integralmente por la inmigración. Paradoja asimétrica de aquellos que pueden hablar e invadir otros países pero que no toleran críticas foráneas. Negando el derecho a opinar eligieron no escuchar, sumado el escaso tiempo que el público le suele dedicar a la contemplación de las obras de arte y la irritación provocada por las palabras de Kleinman, la mayoría de los espectadores no superó los 5 minutos de permanencia frente al video. La respuesta al título de la pieza, “Do you have time?” suele ser un categórico y tácito “no”.

La obra interpela al espectador incitándolo a revisitar la historia de los Estados Unidos y a leer la constitución que está situada en dos mesas adyacentes a las sillas y sillones de la sala de proyección. Las condiciones están dadas, pero el ritual de las visitas a los museos están pautadas: un ligero paseo y una mirada escurridiza que navega por las obras. Un desocupado que tiene tiempo libre para contar una historia se enfrenta a una audiencia que no tiene tiempo para escucharlo. Es sabido que el arte contemporáneo es un eslabón más de la industria cultural y que la sociedad occidental va por un siglo más sin aura. Sin embargo, “Do You Have Time?” requiere que los espectadores dejen de lado su rol de audiencia y se transformen en interpretadores que elaboren, traduzcan y se apropien de la «historia», del recuerdo de lo que fueron, de la percepción del presente y de la imaginación del futuro. Según Rancière, una comunidad emancipada es una comunidad de narradores y de traductores. Ésta es la línea de investigación que Judi Werthein viene desarrollando desde “Turismo” (2000), “Manicurated” (2001), “Obra contada” (2007), y que Tomás Espina acompaña en esta ocasión con una pintura que intenta recuperar, con los vestigios del fuego, la experiencia aurática.

A Syd le gusta hacer muchas cosas. Su apotegma de vida es similar al famoso parágrafo de La ideología alemana de Marx y Engels. Se levanta temprano a la mañana; hace ejercicio, toca la guitarra, dibuja, escribe y filma. Trabaja en una zona liminar entre arte, sexualidad y política. Syd navega feliz entre el campo intelectual y el mundo del arte. Es doctor pero no de los que curan.

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"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)