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Spotlight

19 abril 2018

Repensar el happening, repensar el arte, repensar la vida. Sobre ‘Oscar Masotta. La teoría como acción’.

He visitado varias veces la exposición Oscar Masotta. La teoría como acción con el único fin de descubrir cuál de las múltiples facetas de Masotta quería destacar en este texto. ¿Quería hablar del Masotta que introdujo la figura de Lacan en Argentina y España? ¿Del Masotta autor de varios libros sobre psicoanálisis y arte? ¿Del Masotta que participó en la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires? ¿Del Masotta activista político? ¿Del Masotta happenista? ¿Del Masotta teórico? ¿Del Masotta que reivindicó la historieta como forma artística? ¿Del Masotta fundador de la Biblioteca Freudiana de Barcelona? ¿Del Masotta capaz de vaticinar cómo sería el arte del futuro? ¿Del Masotta incansable que formó parte de innumerables colectivos artísticos y activistas? Resulta tremendamente difícil, si no imposible, elegir tan solo algunos aspectos que destacar. ¿Prefería quedarme con su insaciable afán por leer constantemente todo aquello que caía en sus manos? ¿Con su dandismo desaliñado? ¿Con su cinefilia? ¿Con su capacidad para fascinar a la audiencia de sus discursos, aun a pesar de su aversión a hablar en público?

A menudo, cuando tengo la oportunidad de visitar exposiciones dedicadas a una sola persona (no siempre artistas, aunque sí la mayoría de las veces), tengo la sensación de que en realidad se está poniendo a dicha persona sobre una mesa de disección y a su alrededor se aglutina un público que, ansioso por que empiece la disección, espera que el interior del cuerpo revele lo que el exterior se empeñó en ocultar. Aun a sabiendas de que nunca podremos recuperar a dicha persona en su totalidad, realizamos constantemente estos ejercicios aproximativos a su vida y a su obra; con mayor o menor fortuna, con mayor o menor respeto, con mayor o menor exhaustividad, con mayor o menor afán divulgativo. Sabemos que las cosas aparentemente más triviales esconden en realidad muchas capas de significado y convierten a las personas en lo que son.

A veces, Masotta se ponía la corbata torcida a propósito. Cuando compartía apartamento con Reneé Cuéllar tuvo un lagarto por mascota. Durante mucho tiempo, quiso ser escritor de ficción. Tras el derrocamiento de Perón, fue a repartir estampitas de Perón y Evita a aquellos lugares en los que se reunían los intelectuales antiperonistas. Coleccionaba libros de manera compulsiva (muchos de los cuales, ni siquiera eran suyos): los leía, los releía, los subrayaba y los llenaba de anotaciones, dejando su huella entre las páginas de los mismos. Se enfrentó a un marxismo que definía los happenings como una actividad frívola y defendió hasta las últimas consecuencias la necesidad de que el pensamiento intelectual y la actividad artística se convirtieran en una parte fundamental del activismo político de izquierdas. Considerado uno de los principales representantes de esa marginalidad institucional que no se sitúa fuera de la institución sino justamente en los límites de la misma, a Masotta no le hizo falta acabar la carrera de filosofía para convertirse en parte fundamental de la institución universitaria.

Tras haber visitado varias veces esta exposición, sigo sin saber qué aspectos de la vida y obra de Masotta sería importante destacar, pero en todo caso, gracias a él y a su obra he vuelto a reflexionar sobre los textos de McLuhan y el papel de los mass media en la sociedad (¿qué habría pensado hoy Masotta del escándalo de Cambridge Analytica?), sobre la posibilidad del pensamiento como acto subversivo (especialmente en tiempos tan políticamente convulsos como los que nos ocupan), sobre el papel del público en el arte, sobre la reinterpretación de los happenings en contextos y épocas distintas, y también sobre esa hermosa definición de Eduardo Costa que los comparaba con esos animales que siguen viviendo aunque uno los seccione en partes. Dicho símil me hace pensar que, tal vez por este mismo motivo, los happenings pueden acabar desarrollando una mayor resistencia al paso del tiempo que otro tipo de manifestaciones artísticas. Porque, a lo mejor, los happenings no se crean ni se destruyen, tan solo se transforman. Todo el tiempo. A pesar de todo.


A Marla Jacarilla le resulta difícil definirse, aunque lo intenta de modo obstinado desde que hace algunos años le explicaron que sería bueno que tuviese un statement. Hace arte (o al menos lo intenta), escribe sobre cine y reflexiona de vez en cuando sobre cosas que suelen pasar desapercibidas. En cierto modo, todo esto se sitúa a un mismo nivel: la obsesión por esas letras que forman palabras, que forman frases, que forman párrafos, que forman capítulos que nos cuentan historias.

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