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Fail better

Magazine

16 noviembre 2015
Tema del Mes: Fracaso
@a-desk.org Success Failure

Fail better

“No matter. Try again. Fail again. Fail better” Esta frase por fragmentos, que podría estar en una valla publicitaria, no es idea de un publicista. Es una cita de Samuel Beckett y uno de los muchos lemas del arte contemporáneo. Tras el descrédito del éxito, aparece la apología del fracaso. Una fracaso, no obstante, entendido desde el punto de vista del éxito. Fracasar nos hará más fuertes y mejores. Como el pez que se muerde la cola, el pensamiento binario procede por bucle. Del éxito al fracaso, del fracaso al éxito.

Se me ocurre una idea básica a la hora de abordar el fracaso. No escribir este texto. Dejar la página en blanco. Es un fracaso que, sin embargo, no me puedo permitir. Viene a mi cabeza algo que leí recientemente. El fracaso como un privilegio, como una situación que unos pueden permitirse y otros no. La apología del fracaso en arte suele relacionarse con los procesos artísticos. La fetichización del fracaso en la economía de empresas aparece como un logro merecido para aquellos que son demasiado grandes como para llegar a quebrar realmente, como una parte que no pone en peligro el juego del éxito.

Pienso entonces en la huelga de artistas promulgada por Gustav Metzger a finales de los años 70. Frente a las premisas del arte comprometido a la hora de transformar la sociedad, Metzger proponía el rechazo absoluto al trabajo por parte de los artistas. La actividad reformista y su consolidación involuntaria del sistema contra el gesto realmente revolucionario. Una huelga permanente, de varios años, como arma de destrucción colectiva del sistema del arte imperante entonces (y ahora). Su consecución parece el guión de una novela de ciencia-ficción. Sin embargo, algo tan común en la sociedad como una huelga de trabajadores no parece compatible con el arte contemporáneo. Los derechos nunca son universales. Como es fácil de intuir, la propuesta de Gustav Metzger fracasó. Una huelga de tres años es impensable, dentro y fuera del arte. Quizás es una buena idea para un proyecto artístico individual, pero entonces la huelga se desactivaría como tal al convertirse inevitablemente en una metodología más de trabajo.

Antes que Metzger, fracasó el Artist Placement Group. Bajo el slogan de que “el contexto es la mitad del trabajo”, esta asociación de artistas perseguía una incorporación efectiva y real del arte dentro del contexto industrial y burocrático de la Inglaterra de mediados de los años 60. Parece ser que los dirigentes y trabajadores habituales de dichos contextos no terminaron de entender el porqué de acoger un artista entre sus filas. Al cambiar de contexto, la condición de “outsider” del artista dejó de ser un privilegio y pasó a convertirse en fuente de problemas diarios. Como era de prever, el APG se disolvió al cabo de pocos años. Los motivos de disolución de un grupo suelen estar motivados por el binomio éxito/fracaso. O bien, se separan porque consideran que han conseguido en mayor o menor medida sus objetivos; o bien porque sucede lo contrario, que las metas aparentemente posibles se convierten en utopías impracticables.

La utopía es también otra de las constantes vitales del arte. El funcionamiento del fracaso dentro de la utopía procede de una manera particular: por anticipación. Aunque no siempre. El proyecto moderno fue uno de los momentos de la historia que más celebró la utopía. No obstante, sería la posmodernidad la encargada de remarcar su fuerte dosis de fracaso. A la llamada muerte de los metarrelatos se unió un fuerte impulso de revisión del proyecto moderno. Tanto es así que todavía, a día de hoy, esta revisión crítica se ha convertido en una de las grandes fuentes del arte contemporáneo. Es más, quizás no sería descabellado señalar el fracaso como uno de los elementos fundamentales de la posmodernidad. No en vano, gran parte de la actividad del ser humano se concentra en señalar los fracasos del otro. Se me ocurre que si hay un campo de producción que necesita del error del otro, ése es la crítica. Una de sus razones de existir es la búsqueda permanente de fisuras en el arte contemporáneo. Otra, la celebración de lo que considera bien hecho. Pocas formas de textualidad están tan sujetas a la dialéctica del fracaso y del éxito como la crítica.

Pero supongo que la pregunta que debería contestar este texto es ¿cuál es la situación del fracaso en las prácticas artísticas contemporáneas? Ante la imposibilidad de múltiples perspectivas simultáneas a la hora de analizar la historia del arte, una de las estrategias es proceder por filtros. El fracaso es uno de ellos, como demuestra Failure (Whitechapel: Documents of Contemporary Art), una recopilación de textos editada por Lisa Le Feuvre. El hecho de que exista una preocupación general en la producción artística por la cuestión del fallo, nos habla también de la importancia del error en nuestra cultura. Esta visibilidad del fracaso es otra de las muchas críticas que han terminado por ser absorbidas por un sistema –el capitalismo- que a priori parecía perseguir con vehemencia las dinámicas del éxito. Es desde aquí que se entiende la existencia de nuevas tipologías del desacierto. Ahora es posible “fracasar bien”. Y evidentemente, fracasar bien no es lo mismo que fracasar mal. ¿Realmente fracasamos cuando fracasamos bien? ¿Cuáles son las intenciones que hay detrás de la actual apología del fracaso? ¿Hay alguien a quien realmente le guste fracasar, sin obtener beneficios por ello? Existe una sutil diferencia entre estar equivocado y entre darse cuenta de que uno estaba equivocado.

Cuando en arte hablamos del fracaso de manera positiva, siempre me asalta la duda de si estamos confundiendo términos. Porque no es lo mismo el error que el fracaso. El primero es parte consustancial de cualquier proceso de investigación o producción; el segundo es la no resolución de dichos procesos. Me pregunto si esa apología del fracaso no será sencillamente una aceptación de aquellos errores que son productivos y útiles, una dosis controlada de extravío antes de llegar a la meta. Me pregunto también si los errores son un privilegio de las obras o proyectos y no tanto de los productores de arte. O si el fracaso ha dejado de ser una experiencia para pasar a convertirse en un tema cuando aparecen obras, exposiciones o libros sobre el fracaso que son un éxito.
Esta apología teórica del fracaso colapsa rápidamente cuando salimos del ámbito de la producción estética y nos adentramos en el sistema general del arte. En primer lugar, la financiación artística no permite el error. Un proyecto sobre el fracaso es legítimo. El fracaso de un proyecto, no. En segundo lugar, existe la presión permanente de conseguir que nada falle. La importancia del objetivo es siempre mayor que la de la experiencia. Y en tercer lugar, ¿dónde está ese elogio del fracaso cuándo nuestro curriculum está sometido a la noción de excelencia y al encadenamiento continuo de éxitos personales? No matter. Try again. Fail again. But fail better.

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