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Pequeñas salpicaduras, salpicaduras contra la pared del espacio expositivo

Magazine

05 julio 2021
Tema del Mes: Brecha-culo-fronteraEditor/a Residente: Helena Grande

Pequeñas salpicaduras, salpicaduras contra la pared del espacio expositivo

Este texto comienza con el tarareo de una melodía*.

Todo empezó con una simple observación: en los espacios expositivos no hay puertas.
No me refiero a otra puerta de entrada.
Tampoco me refiero a una puerta de acceso a la oficina.
Ni una puerta al archivo,
al taller,
almacén,
armario,
o al baño,
que separan los modos de producción, para bien o para mal.
Estas puertas tienen cerraduras y personas autorizadas que tienen sus llaves.
Estas puertas son uno de los dos tipos de puertas que encontramos en los espacios
donde se albergan obras de arte.
Forman un recinto dentro del espacio del arte.
Y este recinto es el espacio de exposición.

Es posible caminar a lo largo de las paredes junto a estas puertas,
siguiendo su rastro arquitectónico.
Y mientras camino, mido el espacio de exposición.
Y es un solo espacio, en el que una sala simplemente lleva a la siguiente.

En este moverse dentro y alrededor de la exposición me encuentro con el segundo tipo de puertas.
Puertas que están ausentes.
Que sólo se hacen visibles en el arco,
la pared divisoria que no cruza todo el ancho de un espacio,
dejando un hueco para pasar.
La puerta ausente aparece  con cada giro de mi cuerpo en una esquina.
Un giro que una puerta ausente no perturba.
Las puertas ausentes son puertas retiradas de mi movimiento.
Mi cuerpo flota, se curva y gira, navegando con pequeñas retenciones y contracciones
arquitectónicas.
Un barco de vela, de puerto a puerto, a través del agua, de orilla a orilla.

Ha vuelto a llover. Mi chubasquero barato, básicamente un trozo de plástico, actúa como una olla a presión. Mi piel se pega a mi camisa que está empapada de sudor. Un pequeño riachuelo de fluidos salados se abre paso por la cordillera que es mi columna vertebral.

Mi pulso ligeramente acelerado por el paseo en bicicleta. 45 minutos, a través de la ciudad. Pero no pasa nada: escuchando un poco de música, sigo siendo capaz de hacerlo. Sólo con un pequeño agotamiento. «Un buen ejercicio diario», dicen. 45 minutos, de punta a punta de la ciudad. De un borde de la accesibilidad económica al otro. La frontera está creciendo. Creciendo, a grandes rasgos, en forma circular. Como cuando dejas caer una moneda en aguas tranquilas. Las pequeñas olas empujan hacia fuera. Empujando y empujando.

Cuando me agacho para asegurar la bicicleta, me doy cuenta de que en la parte interior de las piernas, donde mi pantalón se une a las zapatillas, se hace visible un pequeño trozo de piel cuando levanto el pie para limpiar la suciedad húmeda que me ha salpicado las piernas mientras montaba en bicicleta bajo la lluvia. En realidad ha sido más bien una llovizna.

Me acerco al edificio. Abro la puerta

El sonido de las olas toca mis tímpanos.
Olas, en la estela de mi movimiento de navegación enviada hacia la orilla.
Pequeñas salpicaduras, salpicaduras contra las paredes del espacio expositivo.
Contra el interior de mi piel,
mi hígado y mis pulmones.
Mis ojos, mis labios y la punta de mi lengua.
Mis piernas, mis brazos, mi columna vertebral.
Mi cabeza, mi corazón.
Y mientras mi cuerpo flota en el espacio abierto,
me pregunto: ¿de dónde viene este movimiento?

Obviamente, seamos sinceros, no hay nada natural en ello.
El camino a través y hacia fuera y al aire libre,
adquirido por los medios,
heredado por la costumbre y la buena fortuna,
aprendido de memoria,
practicado,
hasta no ver el medio,
hasta eliinar las costuras y estar engrasados.
Los ojos en el horizonte: siempre, necesariamente, progresando.

Este es nuestro movimiento, tan modernista y místico como la arquitectura que lo facilita.
Una libertad de movimiento que sólo es universal en cuanto a su territorio, ya que cada centímetro debe ser accesible.
Pero no universal en cuanto a sus sujetos:
¿quién está habilitado para flotar?
¿Y a quién se le obliga?
¿Y quién no puede? ¿a quién no se le permite?

Con una aguja marcando el Norte, y una aguja marcando la expansión,
oscurecida en una unión llamada cultura y progreso.
El espacio expositivo abierto: una abstracción.
Un telón de fondo flexible, y por tanto una organización del espacio algo generosa
que puede acoger todo tipo de cosas, supuestamente iguales,
con la promesa de neutralidad (física):
proporcionar las mismas condiciones para todo y para todos, un plano llano
– mientras que esa promesa es acumulativa en sí misma.

Pero no nos dejemos llevar por una corriente de pensamiento.
Busco el pomo de la puerta para hacer una pausa
de este despliegue de pensamientos en movimiento.
Recupero el aliento.

Empujo el tirador hacia abajo, tirando de la puerta para que se abra.
– «Oh, hola».
– «Hola».

Doy un paso atrás y me aparto hacia el lado manteniendo la puerta abierta, dejándole pasar.

Me gustan sus zapatos, pienso.
Una hoja algo aplastada, o quizá sean dos, enredadas, apretadas, está pegada al interior derecho de la suela de su  zapato izquierdo. Probablemente arrastrada desde el barro húmedo del exterior.

Cuando pasa me doy la vuelta y observo como sigue su camino. Lleva un ritmo rápido, y fantaseo con seguirle, acelerar hasta alcanzar su ritmo y pisar la hoja con  la punta de mi zapato en la hoja. Y cuando su zapato se levanta del suelo, la hoja se desprende de su suela.

Tengo que irme. Se me hace tarde.
Hoy es el cumpleaños de mi sobrino.
No es realmente mi sobrino, sino el hijo de un amigo cercano. Es lo mismo.
Cumplió 7 años. Le prometí que le haríamos un sombrero de zanahorias.
Y le regalé una de estas cámaras desechables.
El año pasado, antes de que se mudaran de la ciudad por el aumento de los alquileres, juntos hicimos tortitas para todos. Las hicimos con cara de pirata. La forma del pañuelo la hicimos con  fresas cortadas, las vendas con salsa de chocolate y los pendientes los dibujamos con sirope de arce.

La cocina quedó hecha un desastre que tuvimos que limpiar, pero él estaba muy orgulloso con las tortitas de piratas.

¿Qué probabilidades hay de encontrarse con alguien en una puerta?
Pero, por otra parte, ¿no nos cruzamos con alguien en una puerta la mayoría de las veces?
Cuando distintos movimientos de cuerpos se encuentran, esperan y dudan, aparecen temporalmente juntos,
por una razón indefinida, nada garantizada ni necesaria.
Sin otra razón que el marco arquitectónico.
Aparte de pasar a través, una puerta -el más pequeño, el más minúsculo de los encuentros.
Entro, la puerta se cierra tras de mí.

La puerta me ralentiza, puede que incluso me retenga.
Me pide que me quede un segundo más, tal vez más de lo debido.
Mientras, pero también, sin embargo, llamándome.

Un olor a tambaleo, luego a aceleración.
A pesar de su llamada, entro en el espacio contiguo, como si pasara la página de un libro.
Por un segundo miro hacia otro lado.
Mientras las puertas se abren y se cierran.

Mientras las puertas se abren y se cierran,
mi ritmo sintoniza con el ritmo de la arquitectura,
la cadencia de mis pasos, se adapta a la cadencia de mis pensamientos.
Como las conjunciones en un texto, las puertas unen los pensamientos.
Produciendo relaciones cubiertas de ritmo
que se despliega mientras me avanzo  a través de ellas, con ellas, siempre más de lo que se ve.

* Soon All Cities, de The Ex

Este texto fue escrito originalmente como guión para una performance en el marco de la exposición “Upon arrival and during our stay; leaving, leaving, and leaving again.”(«A la llegada y durante nuestra estancia; irse, marcharse y volver a marcharse») en P////AKT, Ámsterdam, en septiembre de 2020. Después de atravesar el espacio de la exposición, la oficina y un pequeño pasillo que pasaba por un almacén, el espectador acababa en un pequeño espacio de taller en la parte trasera del edificio. Desde allí, cada 25 minutos salía un barco que llevaba a un pequeño grupo de visitantes a través del canal. Durante este viaje en barco, en un momento dado, dos performers  leían este  guion y al final dejaban al público a 5 minutos a pie de la exposición.

 

Notas:

1) «Humming»: una breve secuencia extraída de la documentación del paseo en barco (intérpretes: Frederique Pissuise y Marek van de Watering; vídeo: Jacob Dwyer)

2) «Tiny splashes, splashes»: una secuencia de vídeo extraída del cuaderno de bocetos del artista

3) «Floorplan»: un dibujo realizado durante una conversación con Matthieu Blond para preparar la exposición

4) «Playing Tag»: una pista del disco «Hmm… 1, or 2 or so metres. Inside. (ventil-records) realizado para la exposición.

El disco completo puede escucharse en https://ventil-records.bandcamp.com/album/hmm-1-or-2-or-so-metres-inside

5) «Don’t say doors don’t tell stories (non-neutral relations)»: una serie de pósteres del artista, 2 impresiones offset en color (60x42cm), 2021

6) «Soon all Cities»: de The Ex, de su disco de 2018 «27 passports» (ex-records). El disco completo puede escucharse en https://theex.bandcamp.com/album/27-passports

Stephan Blumenschein (1983) es un artista visual afincado en Ámsterdam. En su práctica artística aborda el tema del espacio a través de la investigación de los espacios físicos, así como de los espacios interiores e imaginarios. Interesado en las condiciones históricas, sociopolíticas e ideológicas, se preocupa por cómo imaginamos, hacemos y organizamos los espacios. Se centra en la experiencia espacial y en el modo en que lo «social» se define por el modo en que trabajamos con y a través del espacio. ¿Cómo entramos y maniobramos a través de las diferentes capas y relaciones de los espacios? Apareciendo y desapareciendo a través de las puertas y detrás de las paredes; demorándonos y esperando, saliendo y volviendo; tomando, compartiendo y dando espacio. https://stephanblumenschein.com/

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