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El año 2015 me invitaron a hacer una conferencia performativa al CA2M en el marco de la “Universidad Popular”. Me habían pedido que hablara de mis proyectos y me di cuenta que todos tenían el mismo punto de partida: la ciudad de Barcelona. La propuesta llegó en un momento en el cual buscaba estrategias que me permitieran transportar el dibujo a otras disciplinas. Dándole vueltas a la cuestión performativa aparecieron dos intereses que quería introducir como elementos estructurales en mi presentación. Por un lado, el deseo de bailar y, por otro, un espacio geográfico: el área de servicio de Alfajarín, situada a medio camino entre Barcelona y Madrid.
Años atrás había hecho mucho viajes en autobús de Barcelona a Madrid y la parada de Alfajarín siempre me había llamado la atención. Quizás porque era un lugar muerto, que nadie sabe situar de manera exacta en un mapa y donde todo el mundo parece perdido en la nada. En una ocasión hice este mismo viaje con amigos. Era un trayecto nocturno, habíamos salido de Barcelona por la noche y llegaríamos a Madrid a primera hora de la mañana. Como el autobús iba prácticamente vacío y teníamos ganas de divertirnos improvisamos un juego. Aprovechando que muchos de los pasajeros dormían nos propusimos reptar sigilosamente por el pasillo del autobús procurando que ningún pasajero se diera cuenta, como hacen las Tortugas Ninja o como hacía Catherine Zeta-Jones en la famosa escena de “La Trampa” en la cual tiene que esquivar a ciegas un enjambre de rayos láser. El recuerdo de este trayecto nocturno me sirvió para inventar un personaje: “la Tortuga Ninja de Alfajarín”. Ahora mismo no puedo encontrar una lógica a esa idea, quizás pensé que era una buena estrategia para evitar el desaliento del público durante mi conferencia. Quería generar un momento de conciliación en el cual yo mismo me transformaría en “la Tortuga” e invitaría a los asistentes a emular un trayecto de autobús mediante el baile. Sumé a la propuesta una coreografía en la cual todos los movimientos del cuerpo hacían referencia a la automoción. La música y la canción se aceleraban más y más y el baile derivó en una conga que imaginariamente recorría una carretera en dirección a Alfajarín. Quería representar un viaje a partir de una experiencia colectiva entre personas que no se conocen en absoluto y que a pesar de esto comparten un momento de mucha intensidad difícilmente reproducible.
Generalmente en mi trabajo hablo de cosas que han sucedido en otro lugar o en otro tiempo. Esto a menudo implica una investigación, y un viaje físico y mental. Aquello que me interesa de estos viajes, además de la experiencia personal, es la posibilidad de compartirlos, de hacerlos accesibles. En este retorno siempre se produce una necesidad de adaptación: ¿cómo puedo trasladar aquello que me apasionó? ¿Cómo puedo emocionar a alguien del mismo modo que a mí me emocionó? Me interesa la idea de espectáculo nómada. Desde hace años he trabajado alrededor de la mitología clásica, pero también con la historia local y popular como una fuente generadora de mitos. Fue Ainara Elgoibar, con quien he colaborado en diferentes proyectos, quién me hizo dar cuenta de una cuestión muy relevante: los mitos no pertenecen a un solo lugar, sino que se adaptan y en esa adaptación se transforman. Es indiferente el lugar donde se localizan, puede ser una estación de servicio en Zaragoza, una isla griega o la cuesta oeste de los Estados Unidos, de alguna forma todos participan de lo mismo.
Viajé a Los Ángeles para desarrollar una investigación a partir de los archivos de Robert Prager depositados en el ONE Archives Foundation. Lo recuerdo como una road-movieque tenía lugar entre los archivos y los escenarios de los hechos. La investigación no se localizó de forma exclusiva en el espacio del archivo, para mí era importante saber qué quedaba de todo aquello. Como que no sé conducir mis posibilidades para moverme por la ciudad eran muy limitadas. De repente, me encontré estudiando a un grupo de moteros que se relacionaban a través de las fotocopias, leyendo su correspondencia y encadenando trayectos de Uber para visitar los lugares clave en los cuales se celebraba esta subcultura. Experimenté Los Ángeles en movimiento, yendo de un lugar a otro: la residencia estaba en Santa Monica, tenía que coger el metro hasta West Hollywood, donde estaba el archivo, y desde allí enlazar con otro transporte. Tenía la sensación de estar circulando de forma constante, atravesando la ciudad o bien leyendo y removiendo los papeles y las fotocopias de aquéllos que hicieron del movimiento y la conducción una forma de relación. Una gran parte de la correspondencia que encontré en el archivo hacía referencia a la necesidad de poner en contacto a gente que vivía en diferentes partes de los Estados Unidos. Su punto de encuentro, el lugar que los definía como grupo, era sin duda la carretera, quizás porque, al final, la carretera era un espacio seguro. El hecho de alejarse de la ciudad les permitió desarrollar un folclore, actuar y relacionarse de formas que en el espacio público de la ciudad no se consideraban aceptables. Me interesaba la ambigüedad entre la idea de viaje interior, subjetivo, y el viaje real, en comunidad. Mi investigación se centró en desarrollar un imaginario gráfico para una práctica que es invisible, y lo es porque en el caso del fisting sucede adentro de cuerpo. En este sentido, un detalle curioso es que los recorridos de sus excursiones, al ser trazados sobre el mapa parecen remitir a partes del cuerpo, como los intestinos; como si la carretera rebelara una iconografía oculta a partir del mismo viaje.
Más recientemente Jaime González Cela y Manuela Pedrón Nicolau me propusieron participar en la edición de 2019 de “Mutaciones” con un proyecto deslocalizado que sirviera de hilo conductor. Se programó un viaje en autobús que en principio recorrería cada una de las intervenciones repartidas entre diferentes museos de Madrid. A pesar de que la primera idea fue utilizar el autobús como espacio específico, finalmente propuse a las comisarías trasladar por sorpresa los asistentes a un destino secreto donde se desarrollaría mi propuesta. El desconcierto entre los asistentes/pasajeros dio lugar a una situación inesperada, y a una sensación a medio camino entre un espectáculo de La Cubana y el Cluedo. El lugar donde los llevamos era el Gurugú, un bar de carretera situado entre Villalbilla y Alcalá de Henares que los propietarios tuvieron que cerrar por culpa de un cambio en el trazado de la carretera vecina. Quise plantear un espectáculo móvil sin un lugar concreto y que a la vez sirviera como un aglutinante. Una pieza sin una forma definida que, una vez más, introducía un elemento performativo. El título, “Discord”, hacía referencia a un personaje de dibujos animados. El cuerpo de este personaje está hecho a partir de fragmentos de animales diferentes que se van intercambiando de manera constante. Con la performance quería invocar a Discord, así que planeamos la participación de Tavi Gallart como si se tratara de una aparición. Apareció por el medio de la carretera con su saxofón y a pesar de que el sistema de sonido no funcionó consiguió interpretar sus temas utilizando el teléfono móvil y su zapato de tacón como amplificador.
El motivo por el cual empecé a trabajar con fotocopias fue económico. Quería enseñar mis dibujos, pero necesitaba encontrar un medio que pudiera asumir económicamente. Hacer fanzines me hizo pensar en la pérdida que implica el hecho de trasladar una experiencia personal al dibujo, pero también en la pérdida de control sobre tus propios dibujos cuando estos se distribuyen y pasan de mano en mano, a veces sin que ni siquiera quién los recibe sabe quién es la autora o autor del fanzine. En este viaje extraño a veces vuelven algunas cosas. Mis experiencias con la autopublicación me ayudaron a entender la fotocopia no solo como un medio sino como un objeto con presencia propia; pero también a entender el dibujo como un campo expandido. Asumimos que el dibujo es fácil de distribuir y de almacenar, especialmente cuando trabajas con fotocopias o sobre papel, pero cuando el dibujo se expande reclama otra ocupación del espacio. Aun así, nunca pienso en clave de almacenamiento o conservación, sino desde la lógica espacial del lugar. A modo de ejemplo, pensé las escenografías de “El Misterio de Cavira” como un conjunto de estructuras desmontables y plegables que pudieran ser transportadas por una sola persona y en Metro. Me parece muy curioso como las posibilidades de transporte de una pieza entre el taller y el lugar de exposición o incluso las condiciones de almacenamiento acaban decidiendo muchas de las cuestiones formales de un proyecto y como, por extraño que parezca, determinan el sentido de una exposición.
(Imagen destacada: En “Discord” Antoni Hervás invitó Tavi Gallart a actuar en una estación de servicio en desuso. Foto: Galerna Foto).
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