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Hará un par de meses, mientras limpiaba mi casa, me detuve por un momento al escuchar la conversación que llegaba desde la televisión. Era una de esas secciones “informativas” que forman parte de los magacines matinales, donde presentador y tertulianos comentan todo tipo de noticias con la intensidad emocional más rentable. Esta vez, se mostraban visiblemente consternados ante las imágenes captadas por la cámara de seguridad de una tienda: en el vídeo, se veía a una persona en silla de ruedas robando mercancía. Lo que me llamó la atención no fue el hecho en sí, sino el tono de la conversación: una mezcla de sorpresa, indignación y una especie de desilusión moral.
Según los tertulianos, resultaba impropio que una persona discapacitada cometiera un delito. Era inaudito, decían, que alguien en silla de ruedas, a quien se le suele asociar con la fragilidad o la bondad, pudiese actuar de esa manera. Más aún, les escandalizaba que esa persona se hubiera aprovechado de la confianza del dueño de la tienda, quien había dado por sentada su inocencia. Lo correcto, según ellos, es asumir que una persona discapacitada es siempre una persona inofensiva. ¿Sí? Pues no.
Para esta persona que roba en silla de ruedas y para todas las discas de este mundo, tan diversas y complejas como sean, está dedicada la exposición Accidente de Hac Vinent, antes conocide como Helena Vinent. La propuesta, comisariada por Irina Mutt para la Fundación Miró de Barcelona, es un desafío conceptual y físico. En esta muestra, las personas capacitadas tenemos la entrada vetada, tanto metafórica como materialmente. Le artista deja claro desde el inicio que este espacio pertenece a los cuerpos discas, aquellos que han sido históricamente excluidos de otros tantos lugares y experiencias. Así, Vinent intenta dar la vuelta a lo que apuntó Silvia Federici sobre la marginalización de ciertos cuerpos como resultado de una lógica económica capitalista que clasifica, excluye y somete. Ahora, los sujetos que supuestamente somos más rentables seremos los excluidos.
Para llevar a cabo esta venganza, la entrada a la sala de exposición ha sido bloqueada. El acceso habitual al Espai13 implica descender una larga escalera, pero al llegar abajo nos encontramos con un muro que impide el paso. Solo podemos vislumbrar el interior a través de pequeños orificios en el pared. Es aquí donde encontramos también la firma “Banda disca”. Con ella, Vinent hace referencia a un hipotético grupo que funcionaría como una especie de colectivo terrorista formado por personas discapacitadas. Esta banda opera como símbolo de resistencia y transgresión, desafiando la normatividad impuesta por la sociedad capacitista. La idea de esta agrupación no solo aporta un componente narrativo a la obra sino que es un llamado a la lucha colectiva de las discas. En ese sentido, el trabajo de Vinent se posiciona como una declaración política: la reivindicación de las personas discapacitadas a ocupar espacios, a generar incomodidad y a redefinir la realidad. Este sentido de comunidad no es alieno al trabajo de le artista que colabora constantemente con personas dentro y fuera del mundo del arte para llevar a cabo todos sus proyectos.
Pero volvamos al muro que inhabilita la entrada: este gesto cargado de significado nos coloca, aunque sea por un breve instante, en la misma posición de exclusión que muchas personas discapacitadas enfrentan constantemente. Sin embargo, yo sentí, quizás más fuertemente, otra transformación: la de convertirme en voyeur, mirando a través de esos orificios sin saber muy bien qué estaba pasando al otro lado del muro pero sintiendo el deseo, prohibido, de saberlo.
Al darme la vuelta, las escaleras me dijeron que Vinent me esperaba en el ascensor. Y allí estaba. Bajé hasta el sótano escuchando su voz de sorda decirme: “tenemos una relación”. Entendí entonces que su voz resonando dentro del ascensor, como un hilo musical cálido e íntimo, era una invitación a reflexionar sobre las conexiones, visibles o no, que nos unen con otros cuerpos, otras vivencias, otras realidades. Una interdependencia que nos ayudaría a desacelerar y que no nos incapacita, sino que, como defiende Judith Butler, nos proporciona la única manera de vivir plenamente.
Al llegar al sótano, encontré por fin la puerta abierta. Sin embargo, un letrero luminoso sobre ella me recordaba que mi presencia no era del todo bienvenida: “este espacio no es accesible para cuerpos no discas”. Era una advertencia y, al mismo tiempo, una afirmación del espacio expositivo como un lugar de resistencia ocupado por las discas.
Una vez dentro, me vi rodeada de una serie de instalaciones escultóricas a base de tejidos brillantes, sostenidos por cuerdas y abalorios que recordaban al imaginario BDSM. Estas piezas representan cuerpos fragmentados, discas, llenos de cicatrices recosidas, que se mantienen en un equilibrio precario constante. Sin embargo, no es su dolor el que reverbera en el espacio, sino su suavidad y sensualidad, que parece abrirse al espectador invitándole a yacer con ellas. El erotismo de la obra alcanza su punto álgido cuando estas piezas comienzan a moverse. Vibradores sexuales ocultos bajo su superficie activan a intervalos un suave contoneo, generando un sonido rítmico y visual. El sonido y el movimiento repetitivo, con el tintineo de las cuerdas que cuelgan, acaban por conformar una atmósfera de celebración orgiástica de cuerpos discapacitados que son objeto y sujeto de placer.
Le artista presenta así una reflexión íntima y poderosa, que no solo desmonta los estereotipos en torno a la discapacidad, sino que también cuestiona las normas que regulan lo que se considera deseable, accesible y legítimo, en sintonía con las teorías de Paul B. Preciado sobre el cuerpo como espacio político redefinido por el deseo y la disidencia. La escena se completa con un par de pantallas desde las que Vinent retoma el uso de la palabra para hablarnos de tú a tú. Para hablarnos del placer que, como casi siempre, encontramos más allá de la norma, como por accidente.
Accidente es en definitiva un recordatorio de que las personas discapacitadas no son ángeles ni mártires, sino individuos complejos, con deseos, emociones y contradicciones. En un mundo que insiste en clasificarlos como inofensivos e infantiles, la obra de Hac Vinent resuena como un grito de libertad y autonomía. Es una invitación a dejar de mirar a las discas con condescendencia y a comenzar a reconocerlas como lo que son: sujetos plenos, capaces de transgredir, de amar y de ser.
[Créditos fotográficos: Accidente de Hac Vinent. Dentro del ciclo de Espai 13 «Nos acompañaremos cuando anochezca», comisariado por Irina Mutt © Fundació Joan Miró, Barcelona. Fotos Roberto Ruiz].
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