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Spotlight

20 febrero 2025

Iconografía reinterpretada

De la oficialidad del cristianismo a la estampita de Lalachus

En las últimas semanas, una imagen ha causado polémica en medio de la batalla cultural en la que vivimos: la influencer Lalachus, en el programa especial de las campanadas que daban paso al 2025 en La 1, enseñaba públicamente una estampita de la clásica vaquilla del Gran Prix reinterpretando la iconografía tradicional del Sagrado Corazón cristiana. ¿Cuánto de provocativo tiene este acto? ¿Quién tiene la posesión de una imagen?

A partir de que el emperador romano Constantino en el s. VI se convirtiera al cristianismo y apoyara el Edicto de Milán, la persecución hacia sus fieles cesó, y se autorizó poder realizar esos ritos que hasta entonces habían permanecido escondidos. Podemos encontrar iconografía relativa a ese cristianismo primigenio, sí; sin embargo, no fue hasta que se pudo hacer un rito público y gozó del apoyo del imperio que el cristianismo empezó a crear un imaginario visual más elaborado para acompañar sus ritos. Una de las fuentes de inspiración fue, en el contexto del imperio romano occidental, toda la iconografía desarrollada por la religión politeísta de los dioses olímpicos. Es por ello que podemos ver claras similitudes en imágenes de ambas religiones: véase a Zeus/Júpiter entronizado como rey del Olimpo y el Pantocrátor o maiestas domini cristiano, por poner un ejemplo.

Escultura de Júpiter entronizado, del s. I, en el Hermitage Museum. ©: I, Sailko, CC BY-SA 3.0

Maiestas domini de Sant Climent de Taüll, del s. XII, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya

Durante siglos, el cristianismo desarrolló un gran abanico de imágenes para acompañar el culto religioso, con mucha más libertad comparándolo con otras visiones como la protestante o, en el contexto musulmán, con el Islam. Esa libertad del uso de las imágenes hizo que, sobre todo durante el Renacimiento y el Barroco, el mundo del arte se apoderase de la producción iconográfica, y la interpretación de aquellos artistas nos dio el gran aparato visual sobre los principales temas bíblicos con el que contamos hoy en día. Sin embargo, estas imágenes no han sido liberadas, en el fondo, de cierta polémica: ya sea Miguel Ángel, Caravaggio o, en nuestro contexto contemporáneo, Salustiano García, ya no solo es el qué lo que se somete a una constante revisión, sino también el cómo.

Salustiano García presentando su cartel de la Semana Santa de Sevilla, 2024. ©: Europa Press.

Pero demos un salto en el tiempo. En lo que se ha catalogado como posmodernismo, la reinterpretación de las imágenes se convirtió en una herramienta usual para los artistas. Un claro ejemplo lo encontramos en el Pop Art, un movimiento caracterizado por la reinterpretación del imaginario desarrollado en la cultura popular traspasado al contexto del Arte; o el Apropiacionismo, que se apropia de objetos e imágenes y les da un nuevo significado. Pero esta característica no solo la vemos en el Arte. La sociedad occidental, tan visual culturalmente, ha bebido de la reinterpretación de las imágenes tanto en su producto más vanguardista como en el más kitsch, por utilizar términos greenbergianos. Y es que es justo en esa cultura popular y en ese kitsch donde encontramos las imágenes más reinterpretativas: desde las diversas caras que podemos encontrar en “el caganer”, la mítica figura del pesebre; hasta el mix iconográfico de la presentación de las Olimpiadas de París de 2024, en la que la imagen de las Bacanales, el banquete de los dioses y la Santa Cena se fundieron para poder representar la unión de los diferentes colectivos que forman parte del gran colectivo LGBTIQ+ y la diversidad en general.

Momento del prólogo de las Olimpiadas de París de 2024 en el que se muestra esta iconografía sobre la diversidad. ©: The Olympic Games vía X.

La iconografía, la imagen, se transforma entonces en un objeto vacío. Una imagen no tiene sentido sin su contexto, sin su bagaje cultural; una imagen no habla por si sola. Necesita de un sentido, y éste solo se puede abordar desde su discurso. Acusar a Lalachus de ofensa cristiana por el uso de una imagen sería recriminar al Pantocrátor una ofensa olímpica. Toda imagen está sujeta a una interpretación.

Quizás la solución sea preguntar a Lalachus sobre su intención, seguido por un esfuerzo de confianza en su palabra y una concienciación de que no somos el centro del universo, que no todo el mundo quiere ofendernos y que no somos tan importantes. Pero, ¿cómo hacer esto en la sociedad del individualismo y del sectarismo tribal, en el que ese ser individual independiente debe posicionarse en un lado u otro de la batalla cultural polarizada? ¿Estamos preparados para escuchar al “otro”?

En tiempos de IA, en la que podemos ver al Papa besándose con Trump; en tiempos en los que podemos ver a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, fotografiada como la virgen María; en tiempos del Photoshop, del edit, del meme, del bombardeo de imágenes masivo a través de las redes sociales; en tiempos en los que la imagen sirve más que nunca a la batalla cultural, ¿Realmente nos escandaliza esto? ¿No será que estamos esperando el mínimo índice del “enemigo” para iniciar una nueva batalla? ¿No será, acaso, que la ofensa y el ser ofendido se ha convertido en una de las principales armas en esta batalla cultural? ¿Quién tiene la posesión de una iconografía en una cultura que se ha basado, precisamente, en la reinterpretación iconográfica para la generación de sus propias imágenes?

 

[Imagen destacada: Lalachus con la ‘estampita’ de la vaquilla del Grand Prix caracterizada como el Sagrado Corazón de Jesús. ©: RTVE (RRSS).]

Gerard Zamora (Sant Cugat del Vallès, 2001) es licenciado en Historia del Arte con mención en Gestión del patrimonio artístico (UAB), y con un máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual (UAM, UCM, MNCARS). Su investigación se ha basado en la exploración del tejido artístico contemporáneo de Barcelona y Madrid. También ha participado como comisario en exposiciones como “Entre lo íntimo y lo exterior” (Galería Nueva) y “Sobre la mesa: Semióticas de la cocina” (Biblioteca MNCARS); y colabora en publicaciones como A*Desk Critical Thinking.

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