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Otro mensaje de agradecimiento de los familiares de las personas enterradas la semana pasada. Justo debajo, dos llamadas perdidas y varios mensajes multilingües que expresan frustración por la carencia de información: ¿Dónde está su cuerpo? ¿Por qué nadie nos dice cuando la podemos enterrar?
Mi amiga me pidió que llevara a una de sus amigas a una cita, así que hoy el día empieza temprano. Dejo a la amiga y a su bebé en el campamento de refugiados de Kara Tepe y conduzco hasta el siguiente pueblo para tomar un café mientras las espero. Parece que el verano ya está aquí; el sol es fuerte incluso a las 8 de la mañana. Compro mi café y almuerzo en la panadería del pueblo, y no puedo evitar notar que el inglés de los panaderos ha mejorado considerablemente desde mi última visita hace años. Me parecen mucho más amables ahora, también.
En el escaparate de vidrio, veo varias notas manuscritas de gente agradeciendo a los panaderos por su amabilidad y por hacerlos sentir «en casa mientras están lejos de casa.” Otra cosa me llama la atención: muchas de las notas acaban con frases como «que Dios os bendiga.” Mi mente repasa rápidamente la lista de ONG cristianas, y recuerdo que este pueblo acoge a una de las más grandes. Teniendo esto en cuenta, no es difícil imaginar por qué los panaderos se han convertido de repente en anglófilos amables.
Con mi Freddo Espresso en la mano, ando hasta el pequeño puerto pesquero. La vista es idílica: una iglesia ortodoxa con una cúpula de plata se encuentra delante del pueblo, seguida de una línea de restaurantes de marisco y tabernas. El pequeño puerto está lleno de pequeñas embarcaciones pesqueras y de ocio. Me siento y contemplo mientras tomo mi primer café del día. El sol me ciega. La niebla de la mañana hace que el campamento de Kara Tepe casi desaparezca en la distancia. Apenas lo puedo ver. Es una gran metáfora de lo que el Gobierno está intentando: hacer invisibles las personas migrantes. Las tiendas blancas detrás de la niebla parecen tan inquietantes como las historias que retratan las personas que viven en ellas.
Todavía no hay mucha gente fuera. Es el primer día laborable después de Pascua, y la población de la isla todavía se está recuperando de varios días de exceso de bebida y comida. En días como este, todo se hace algo más evidente. Las pocas personas que hay en el puerto son una mezcla de todas las capas que contiene esta isla. Los pescadores trabajan con sus redes al final del puerto. Las personas que trabajan en los kafeneios [1]Nota editorial: Kafeneio es un café o bar de estilo tradicional en Grecia, normalmente frecuentado solo por hombres. ya se han tomado sus cafés y ahora distribuyen cafeína al resto.
Poco a poco, personas con camisetas rojas empiezan a agruparse a unos veinte metros de mí. Los identifico rápidamente como la gran ONG cristiana. Te acostumbras a esto, a juzgar la gente rápidamente por su ONG. Esta es una de aquellas ONG que detestamos, así que los observo atentamente, juzgando su comportamiento desde el primer momento. He escuchado todas las historias sobre su comportamiento queerfóbico. Fue una de las primeras ONG de las que oí hablar. Recuerdo cuando solían repartir biblias en el campamento de Moria, intentando convencer a la gente de que su ‘queerness’ se podía curar.
Mientras espero, veo un par de hombres vestidos con uniformes azul oscuro andando hacia el kafeneio. No puedo evitar preguntarme si acaban de volver de un turno o si se están preparando para empezar uno. Hace menos de una semana acompañaba a familiares en el entierro de varias personas que se ahogaron a pocos metros del suelo de la UE. Testigos de supervivientes atribuían a la prensa el naufragio a personas que llevaban aquel mismo uniforme azul. Mientras intentaba sostener el luto de los familiares, disimulaba la rabia que me inundaba todo el cuerpo, pero la visión de los hombres uniformados la hacía aflorar inmediatamente. Para mí, en su mayoría se ven igual: alegres o, a veces, estoicos… Ciertamente, no parecen hombres que acaban de cometer atrocidades en el mar. Es tal como Hannah Arendt describió: la banalidad del mal. Este mal rodea nuestras vidas; una gran parte del vecindario está compuesta por hombres comunes que, dócilmente, obedecen órdenes de torturar a migrantes. Quizás crean que hay una razón más grande detrás de esto, o quizás no. Al fin y al cabo, es solo un trabajo, quizás, y lo hacen tan rutinariamente como lo harían si trabajaran en una panadería.
Aun así, su mera presencia, especialmente cuando estoy a solas, todavía me desconcierta. Precisamente porque parecen tan impasibles después de hacer lo que todo el mundo sabe qué hacen, precisamente por su apariencia tan insignificante, siento el peligro de este mal banal.
Termino mi café y empiezo a revisar incómodamente la hora en mi teléfono. Supongo que tengo tiempo para otro café y un cigarrillo. Ando hasta el kafeneio más próximo; un grupo de hombres sentados en mesas adyacentes me observa cada movimiento. La mayoría de ellos juegan con sus komboloi [2]Nota editorial: Un kombolloi es una cuerda tradicional griega de abalorios (similar a un rosario pero sin significado religioso) utilizada por los hombres para aliviar el estrés o pasar el tiempo … Continue reading y fuman su cigarrillo de la mañana mientras beben un frappé o un ellinikó (café griego). Raramente interactúan entre ellos.
Me acerco a la barra y pido el café para llevar. Al pasar por delante los hombres, murmuro un suave “Kalimera”, que me corresponden con entusiasmo. Siempre es una apuesta con la población local. Hace cinco años, muchos de ellos salieron a las calles en protesta contra la afluencia de migrantes en su isla. Algunos locales convocaron una huelga y una manifestación bajo el lema «Queremos recuperar nuestra isla.” Esta fue, sin duda, una de las manifestaciones más grandes que he visto en Lesbos. Anduve entre las multitudes de locales enfadados, conteniéndome para no llorar por la hostilidad que sentía con sus cánticos. Un mes más tarde, se organizaron de manera eficiente, prendieron fuego a las casas ocupadas donde dormían las personas migrantes y atacaron las ONG. Crearon puntos de control informales y pararon los coches de las ONG, golpeaban y amenazaban a cualquiera cuyo cuerpo hubiera sido racializado, así como a cualquier persona que se hubiera visto apoyando la lucha migrante.
En uno de los episodios más violentos que he visto en esta isla, los locales organizados impidieron que una barca llena de gente que intentaba ponerse a salvo, llegara al puerto del pueblo de Thermi. No fue una violencia particularmente espectacular, pero sí que fue un odio profundamente emocional, el tipo que se hunde en el cuerpo, dejándote físicamente indispuesto. Un grupo de griegos blancos se pararon en el puerto, apartando la barca y gritando: “¡No os queremos aquí, marchaos!”.
Me siento justo al lado del puerto. Son las 8:30, y la gente con camisetas rojas ya se ha ido. Contemplo las rocas que forman la barrera del puerto contra el mar. Sentadas en las rocas hay dos personas con una caña de pescar. Las identifico como solicitantes de asilo, ya que llevan un cordón rojo del que cuelga su tarjeta de identificación. Muchas personas la llevan durante todo el día, porque la mayoría de sus actividades cotidianas las obligan a identificarse constantemente. Se identifican cuando salen del campamento; muchas ONG también les exigen que muestren sus tarjetas para poder acceder a los servicios. La policía las puede parar mientras andan por la ciudad y pedirles que se identifiquen. Supongo que esto forma parte de lo que denomino la fronterización del cuerpo migrante. Muchos pasos en la vida diaria de un migrante en Lesbos incluyen constantes controles de identidad, una alteridad constante que estamos condicionados a aceptar en cuanto vislumbramos ese cordón rojo.
Al terminar de perfilar a todas las personas que me rodean, pienso en las distintas imágenes que tienen de mí y de mis compañeros las mentes de aquellos a quienes acabo de perfilar. Si fueran ellos y no yo quien escribiera este texto, ¿cómo me definirían? ¿En cuál de las capas de la isla me situarían?
Para los de las camisetas rojas, quizá parezco una persona radical, con una camiseta negra de solidaridad, alguien cuir a quien pueden salvar de la condena eterna. Para los agentes, soy un peligro para la ley y el orden, unx posible contrabandista, unx agente de los turcos, una amenaza para el statu quo de su país. Para los hombres del kafeneio, quizás solo soy un miembro de una ONG, unx de esas personas europeas que arruinaron su isla con el “efecto llamada». Los solicitantes de asilo quizá me ven como una de esas personas cooperantes de ONG amables, llamada aquí por ciertos ideales. Todo lo anterior sería darme demasiado crédito.
El móvil me vibra, y veo el mensaje de la amiga que había dejado a su cita: “Te estamos esperando». Vuelvo hacia el coche, con medio café todavía al vaso para llevar y el cigarrillo todavía encendido. Son las 9 de la mañana, hora de ir a trabajar. Dejo madre e hija en lo alto de Mitilene, aparco el coche y ando hacia la oficina. Paso por el lado de la Guardia Costera, atracada con esmero. Los observo, me observan, nos miramos mutuamente mientras empezamos nuestras rutinas matinales: vecindario enemistado.
Por fin he conseguido información sobre el próximo entierro. Vuelvo a llamar la familia: “Desgraciadamente, todo lo que puedo deciros es que todavía no están preparados para enterrar, ahora mismo hay algunos trámites en marcha. Sé que esto no es lo que queríais oir, pero no os puedo dar una estimación sobre el tiempo que tardará. Me disculpo, de verdad, me gustaría poder haberos dicho algo más.”
↑1 | Nota editorial: Kafeneio es un café o bar de estilo tradicional en Grecia, normalmente frecuentado solo por hombres. |
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↑2 | Nota editorial: Un kombolloi es una cuerda tradicional griega de abalorios (similar a un rosario pero sin significado religioso) utilizada por los hombres para aliviar el estrés o pasar el tiempo manipulando repetitivamente los abalorios. |
Ix llegó a Lesbos en solidaridad con las personas en movimiento y se ha quedado desde entonces. Como persona solidaria, ha asumido múltiples roles, pero todo se reduce a uno: hacer lo necesario y aprender con la práctica. Participa en redes de base que apoyan a las personas desplazadas por la fuerza en la isla y forma parte del movimiento activista No Border. Su trabajo incluye la investigación sobre la violencia sistémica de las políticas fronterizas europeas en Grecia.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)