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Spotlight

02 octubre 2025

La moda en el museo

De la marginalidad a la legitimación

Durante gran parte del siglo XX, el arte miró a la moda con condescendencia, observándola como un territorio ligado al comercio, la frivolidad o el entretenimiento, más que a la reflexión crítica o estética. Las exposiciones sobre diseñadores o firmas eran vistas como concesiones pop, cuando no como campañas de marketing encubiertas. Sin embargo, en las últimas dos décadas, algo ha cambiado, y radicalmente. La moda no solo ha conquistado el espacio museístico, sino que ha impulsado un nuevo paradigma expositivo, donde el vestuario dialoga con el arte, la historia, la tecnología y los grandes relatos culturales. Lo que antes se relegaba a un margen entre el diseño y el show mediático, hoy ocupa un lugar central en los principales museos del planeta.

La moda ha pasado de lo trivial a lo trascendente en el ámbito museal. Pero el cambio no ha sido inmediato. A comienzos del siglo XXI, las exposiciones de moda aún generaban suspicacia. Aunque hubo precedentes significativos —como la retrospectiva de Giorgio Armani en el Solomon R. Guggenheim de Nueva York en el año 2000—, estas muestras solían percibirse como eventos vistosos, sí, pero con poca profundidad curatorial. El glamour, el patrocinio y el star system tendían a eclipsar el contenido histórico o conceptual.

La de Armani fue una de las primeras exhibiciones dedicadas a un diseñador vivo en una institución de semejante prestigio. Aunque no estuvo exenta de polémica —se criticó la financiación privada fruto de la colaboración entre el museo y el modisto—, marcó un punto de inflexión. Ese mismo año, la muestra llegó al Guggenheim de Bilbao, consolidando el inicio de una nueva era de legitimación institucional para la moda. Desde entonces, el fenómeno no ha dejado de crecer.

Pronto surgieron nuevas aproximaciones. El Costume Institute del MET, bajo la dirección de Harold Koda primero y de Andrew Bolton después, comenzó a articular discursos más complejos sobre moda, cuerpo, género y política. Paralelamente, museos como el Victoria & Albert de Londres (V&A) o el Musée des Arts décoratifs de París (MAD) apostaron por retrospectivas que desdibujaban los límites entre moda, arte y cultura visual. De simples vitrinas con vestidos se pasó a verdaderos ensayos curatoriales.

Un signo claro de esa transformación fue la proliferación de museos dedicados exclusivamente a diseñadores o maisons. En los últimos decenios han surgido espacios que no solo conservan y archivan, sino que reivindican la moda como patrimonio cultural. Además del Museo Ferragamo (1995), centrado en el maestro del calzado, Florencia también alberga el Gucci Garden (2011), un híbrido entre museo, concept store y experiencia gastronómica. En Getaria, el Museo Balenciaga (2011) disecciona la obra del modisto vasco con un enfoque museológico riguroso. París concentra varios de estos templos del diseño: el Musée Yves Saint Laurent (2017), en su antiguo atelier; la Fundación Azzedine Alaïa (2018), con exposiciones y residencias; y la Galerie Dior (2022), que propone una museografía inmersiva. Todos integran una cartografía global de instituciones de moda que combinan archivo, escenografía y culto al proceso creativo.

Galerie Dior. Fotografía: Paco Arteaga

Además, la capital de la alta costura suma el Museo de la Moda Palais Galliera, con exposiciones icónicas como las recientes dedicadas a la indumentaria de Frida Kahlo y los sombreros de Stephen Jones, que transforman el vestuario en archivo y discurso. Del mismo modo, otras instituciones consagradas de la ciudad han impulsado la moda como disciplina museística. En el citado MAD se han formulado algunas de las más influyentes del siglo XXI, como la de Christian Dior (2017), que batió récords de asistencia; o las más recientes sobre Thierry Mugler, Schiaparelli, y la sublime antología de Iris Van Herpen, que fusionó ciencia, tecnología y futurismo en una coreografía museográfica absolutamente vanguardista.

Exposición dedicada a la indumentaria de Frida Kahlo. Palais Galliera. Fotografía: Paco Arteaga

Exposición Couturissime, Thierry Mugler en el Musée des Arts Decoratifs, París. Fotografía: Paco Arteaga

Este modelo ha inspirado a otras instituciones del globo. En Londres, el V&A lleva años organizando monografías clave, como Grace Kelly: Style Icon (2010), Balenciaga: Shaping Fashion (2017), Dior: Designer of Dreams (2019) y Mary Quant (2020). En Estados Unidos, el MET Costume Institute se ha consolidado como referente curatorial, gracias en parte al impulso mediático de la Gala MET. Entre sus exposiciones más elogiadas figuran Alexander McQueen: Savage Beauty (2011, cuyo testigo recogió el V&A en 2015), Camp: Notes on Fashion (2019), Heavenly Bodies (2018) y la dedicada a Karl Lagerfeld de 2023. Combinando educación y exposiciones con rigor académico, el Museum at FIT de Nueva York es otro de los centros primordiales.

En Asia, donde el mercado del lujo crece sin freno, los museos de moda han florecido con igual fuerza. En Japón se halla el Kyoto Costume Institute, una de las colecciones más ricas del mundo en lo que respecta a indumentaria histórica y contemporánea. Destaca también el Shanghai Museum of Contemporary Art, que ha presentado grandes muestras de Chanel y Dior en el continente asiático. En China y Corea del Sur, los centros de arte contemporáneo han incorporado la moda como disciplina autónoma, con exposiciones que cruzan tradición textil, tecnología y streetwear. En cuanto a Latinoamérica, el Museo de la Moda de Santiago de Chile exhibe una de las colecciones privadas más singulares de la región.

Más allá del circuito euroamericano y asiático de élite, también emergen propuestas curatoriales desde otras geografías. En el resto de América Latina (México, Bolivia, Perú), África o Asia del Sur, iniciativas independientes y museos comunitarios han comenzado a reivindicar saberes textiles ancestrales y expresiones populares como formas legítimas de moda. Estos enfoques, menos visibles en el mapa global, aportan otras epistemologías del vestir y del archivo.

La moda ha irrumpido en el arte contemporáneo también a través de fundaciones vinculadas a grandes maisons que redefinen el panorama museal. Subrayando el mecenazgo cultural de lujo, la Fondation Louis Vuitton (2014) –obra de Gehry y patrocinada por LVMH–, ha programado a Basquiat, Olafur Eliasson, Ellsworth Kelly o David Hockney. La Fundación Cartier (1984), con su inminente relocalización en el corazón de París, es pionera en arte contemporáneo y diálogo intercultural. La Bourse de Commerce (2021), conectada al magnate François Pinault, ocupa un lugar central en esta constelación; no solo por su peso expositivo, sino porque representa la imbricación cada vez más palpable entre poder económico, moda y arte.

Exposición de pop-art en la Fundación Louis Vuitton. Fotografía: Paco Arteaga

En Milán, la Fundación Prada (2015, con sucursal también en Venecia) transformó una destilería en un complejo museístico de vanguardia con arquitectura radical. A escasos cinco kilómetros, el Armani/Silos (2015), promovido por Giorgio Armani, exhibe piezas emblemáticas y reflexiones sobre siluetas, géneros y materiales. Ambos espacios fortalecen el vínculo entre la industria del lujo y la legitimación cultural, ampliando el concepto de museo en el siglo XXI.

Las exhibiciones recientes también han desmontado estereotipos. Ya no se trata solo de admirar vestidos, sino de entender el cuerpo como archivo, la indumentaria como documento y la pasarela como performance. Los museos muestran tanto trajes históricos como creaciones provocativas actuales. Las retrospectivas de Versace, en gira desde 2018, reflejan la audacia de los 90. La expo Malimo & Co. (Leipzig, 2011) evidenció cómo la moda en la RDA destilaba creatividad e individualidad pese al sistema socialista, recurriendo a materiales locales y prendas que revelaban la vida cotidiana en Alemania Oriental.

Exposición Yves Saint-Laurent en el Musée d’Orsay, París. Fotografía: Paco Arteaga

En 2022, seis instituciones parisinas —Louvre, Orsay, Pompidou, Musée d’Art Moderne, Musée Picasso y Museo YSL— rindieron un homenaje inédito al creador francés Yves Saint Laurent. A través de un recorrido polifónico que conectaba sus diseños con obras maestras de cada colección, la ciudad celebró su genio transversal y su capacidad para dialogar con la historia del arte. Viktor&Rolf: Fashion Statements (2024) examinó en la Kunsthalle Múnich el cruce entre alta costura y arte conceptual del dúo neerlandés.

Otro acontecimiento culminante fue la retrospectiva Gabrielle Chanel. Fashion Manifesto (2020) desarrollada por el Palais Galliera que giró después por Tokio, Shanghái, Nueva York, Londres y Melbourne, donde, por cierto, la National Gallery of Victoria sorprendió en 2014 con una gran muestra sobre Jean Paul Gaultier. Aunque con menor proyección internacional, en España, el Museo del Traje de Madrid (2004) y la Sala Canal de Isabel II, con exposiciones sobre diseñadores como Caprile, Sybilla y Pertegaz, forman parte de este mapa que legitima la moda como objeto de estudio y contemplación.

Mención aparte merece La Galerie du 19M (2022), impulsada por Chanel en París, que sintetiza una nueva conciencia entre arte, savoir-faire y patrimonio. Este espacio visibiliza oficios artesanales de la alta costura —bordadores, plumassiers, modistas, orfebres— a través de exposiciones que combinan historia y contemporaneidad. La muestra sobre la legendaria casa de bordados Lesage (2024) rindió homenaje a la precisión y la poesía del trabajo manual, mientras que otras invitan a diseñadores como Stéphane Ashpool a dialogar con artesanos, demostrando que el futuro de la moda pasa por proteger sus raíces. La 19M no solo agasaja la moda en sí, sino sus procesos.

En la actualidad, las exposiciones de moda actúan como archivos que recuperan tradiciones artesanales; como espacios de arte que dialogan con escultura, performance e instalación; y como plataformas de activismo que cuestionan cánones de belleza, colonialismo y género. No son pasarelas estáticas, sino narrativas visuales del cuerpo, la identidad y la historia desde múltiples ángulos.

Alaïa-Mugler en la Fundación Azzedine Alaïa. Fotografía: Paco Arteaga

La agenda 2025 sigue ratificando esta tendencia: la exhibición de Dolce & Gabbana en el Grand Palais fusiona opulencia visual y tradición siciliana; Naomi: In Fashion (V&A) enaltece la carrera de Naomi Campbell; Louvre Couture transita entre arte decorativo y alta costura; Alaïa-Mugler aborda afinidades creativas de los ochenta en la Fundación Azzedine Alaïa; Worth, en el Petit Palais, reivindica a Charles Frederick Worth como pionero del sistema de moda moderno, ensalzando su influencia en la Belle Époque y su papel como diseñador estrella; la retrospectiva de Rick Owens en el Palais Galliera examina dos décadas de transgresión estética; Virgil Abloh: The Codes revisa en el Grand Palais los códigos visuales y el legado del director creativo de Louis Vuitton y Off-White fallecido en 2021; Dirty Looks confronta historia queer y cultura visual en el Barbican Centre de Londres, donde moda y estética emergen como resistencia política; y el MAD, que cierra el año con la esperada muestra sobre Paul Poiret, liberador del cuerpo femenino del corsé a comienzos del siglo XX. Estas exposiciones no solo muestran ropa, sino que narran, someten a examen y expanden la noción de museo.

Al margen de su legitimación cultural, es imposible ignorar que la presencia de la moda en los museos pone en evidencia dinámicas complejas de mercantilización y espectáculo. En un contexto donde las instituciones compiten por audiencias y patrocinio privado, las exhibiciones de moda funcionan como imanes de público, generan alto rendimiento mediático y atraen marcas dispuestas a financiar eventos de alto perfil. Esta alianza no es inocente: algunas muestras operan como espectáculos visuales ligados a la lógica del branding en los que la narrativa curatorial queda supeditada a la espectacularidad escenográfica o al star system. Así, mientras los museos ganan visibilidad y recursos, la moda puede perder su complejidad social y política, convirtiéndose en un vehículo más de mercantilización cultural. Voces críticas advierten que esta cercanía entre marcas y museos difumina las fronteras entre arte, publicidad y consumo, cuestiona la autonomía curatorial y suscita una tensión constante entre la verdadera apreciación cultural y la mera idealización comercial.

Con todo, lo que empezó como una excepción polémica es hoy norma institucional. La moda no solo se expone, se celebra; porque vivimos una época donde imagen, cuerpo e identidad dominan el debate cultural. Como cruce entre lo personal, social y político, entre industria y expresión, tradición y vanguardia, la moda es esencial para repensar el presente. Ya no necesita legitimación; ha alcanzado un estatus cultural equiparable al de las bellas artes. Hoy, no se pone en entredicho si la moda debe estar en el museo, sino cómo sería un museo del siglo XXI sin ella.

 

 

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[Imagen destacada: Exposición antológica dedicada a Iris Van Herpen. Musée des Arts décoratifs de París (MAD). Fotografía: Paco Arteaga]

Paco Arteaga es una periodista 360º: hace fotos y vídeos, escribe, traduce, edita en CMS (WordPress, Storyblok) y en Photoshop, optimiza SEO, corrige y administra dos blogs: Berlinamateurs.com y Withinflorence.com. Le atrae el arte en todas sus manifestaciones. Porfolio: www.paconeumann.com

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