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Me sorprendió la metáfora utilizada por Juan Uslé (Santander, 1954) con ocasión de su reciente exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que al llegar a Nueva York, eligió oníricamente al capitán Nemo como su alter ego: lo imaginaba avanzar pisando sus propias huellas, las mismas que había trazado en noches anteriores. No pude evitar pensar en sus movimientos acuáticos en medio de una jungla de piedra sumergida, cercana a los de todos nosotros flotando, anidados en el útero materno. Lo que luego me permitió comprender mejor su constante relación con la infancia, así como la de tantos otros personajes literarios, como el niño Benno von Archimboldi, quien, de manera singular, llora bajo el agua a los seis años, la misma edad en que Uslé se entera del hundimiento del buque Elorrio en la costa de Cantabria, a escasa distancia de su hogar, hecho que sirve de germen para la presente exposición, cuyo título (Ese barco en la montaña) podría recordarnos las embarcaciones de Noé, Utnapishtim, Deucalión y Pirra…y a mí me llevó inevitablemente a pensar en Herzog, a ese impulso casi desmesurado de colocar un barco sobre una cima y, en ese choque frontal con otra realidad (quizá en ese punto lacónico lacaniano donde lo Imaginario deja de sostenerse y asoma lo Real), afirmar que en aquel lugar los pájaros no cantan, sino que chillan de dolor. A lo largo de esta antología no he percibido ni la frustración ni la racionalidad capaz de aplastar lo vivo y lo irregular en nombre de una abstracción geométrica absoluta, como sucede con la “maligna” línea Mason-Dixon en manos de Pynchon. La naturaleza de las retrospectivas tiene este espíritu de avanzar pisando las propias huellas, como cuando Mason y Dixon avanzan en un sueño hasta llegar a una ribera infranqueable, donde un indígena les revela un antiguo puente inaccesible hasta que cumplan una tarea previa al dejar de avanzar, como carcomas a ciegas dentro de un poste, y acaben, con suerte, trazando un círculo y pisando su propia mierda, único inicio posible de la sabiduría, instante en el que finalmente despiertan. Pensar en estos topógrafos, con su mirada migrante en Estados Unidos, me lleva inevitablemente a Uslé en su propia llegada a ese país ajeno, donde fueron sus sueños, más que su despertar, los que le ofrecieron un lugar por donde caminar. Y esta exposición remite con fuerza a ese estado onírico que atraviesa de forma tan nítida la serie iniciada en 1997, “Soñé que revelabas”, que, desde la primera vez que la vi, me hizo pensar en su veteado sinusoidal, reluciente como nervios de luz concentrada, una luz que se azula al rozar un nudo de humo en perpetuo bullicio, en nubes reducidas por el viento a trazos de tiza, hasta dejarme en un estupor magnético. ¿Cómo podía sentir en algunas de estas obras una ausencia y una presencia simultáneas? Creo que, al reflexionarlo ahora, tiene que ver con esa idea de śūnyatā: una manifestación sin núcleo sustancial, sostenida por un entramado fugaz de condiciones y destinada a disolverse en el mismo gesto de su aparición, como el Shinano (que da título a una de las pinturas incluidas en la muestra), aquel mastodóntico portaaviones de la Segunda Guerra Mundial que, pese a su escala colosal, se desvaneció en el tiempo con la fragilidad efímera de una burbuja. Al completar el recorrido de la exposición se percibe con nitidez la circularidad propuesta por el comisario Ángel Calvo Ulloa y, al volver a acceder, más adelante, comprendí cómo los lienzos se abren como si uno ingresara en una cámara de flotación donde la imagen palpita en un vaivén más próximo al líquido amniótico que a cualquier geografía estable. La metáfora inicial del capitán Nemo se volvió entonces aún más evidente: retornó para recordarme que Uslé habitaba aquel exterior neoyorquino indiferente, insinuando, a la manera de Melville, que el verdadero infierno es siempre el afuera. Desde allí construía burbujas-submarino duraderas de refugio interior, desde donde recomponer su pasado y reactivar la materia prima de su infancia; una circularidad en la que sólo algunos descubren que la verdadera sabiduría empieza al pisar la mierda.
La exposición Juan Uslé. Ese barco en la montaña. Puede visitarse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid hasta el 20 de abril de 2026.
[Imagen destacada: Juan Uslé, Sin título, 1987. Colección Uslé-Civera. © Juan Uslé, VEGAP, Madrid, 2025]
Tiago de Abreu Pinto es comisario y escritor. Doctor en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, con una tesis centrada en la agencia de relaciones públicas Readymades Belong to Everyone. Ha comisariado exposiciones en galerías, instituciones, y bienales, y ha participado en numerosos programas internacionales de comisariado. En España ha sido galardonado con el premio Se Busca Comisario de la Comunidad de Madrid. Como escritor ha publicado varias novelas cortas centradas en artistas, además de una serie de textos narrativos en catálogos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)