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Manifesta, convertido en una fecha más del calendario artístico, ha terminado por rendirse a la mentalidad conservadora que rige el sistema institucional del arte. Manifesta se presentó como otro modo de actuar, como otra aproximación al arte contemporáneo, un lugar para otras emociones, hallazgos y fracasos. El giro hacia la seguridad elimina mucho de lo primero y lo segundo.
Manifesta fue una apuesta para intentar ir en otras direcciones, ofreciendo alternativas al modelo estático de bienal que tradicionalmente ha marcado el devenir del arte contemporáneo. Una mirada hacia una supuesta juventud artística, una voluntad itinerante para buscar retos nuevos en ubicaciones distintas para romper con lo establecido. Pero la economía terminó ganando y los problemas en Nicosia, con la cancelación de una edición que prometía otras formas, conllevó un giro hacia la seguridad del capital. Murcia, con sus campos de golf y su apuesta artística, era algo mucho más tranquilo que cualquier lugar, por ejemplo, del este del Báltico. Aún con la crisis en España, que a nivel internacional se aprecia como el paso previo hacia un batacazo que puede llevarse buena parte de la Unión Europea por delante, Murcia era un valor seguro y no importó demasiado que la supuesta base conceptual del proyecto fuera de lo más anodino y sin una voluntad real de ser tratada; Lo del norte y el sur y sus derivaciones.
Manifesta es un ejemplo más del funcionamiento hacia lo conservador en arte. Un ejemplo algo triste ya que proponía nuevas posibilidades y otras formas organizativas. Pero si observamos el funcionamiento de la máquina artística el proceso visto en Manifesta no es más que lo habitual. El contexto del arte contemporáneo se supone experimental y respira moderneo, es la envidia de otros sectores culturales por su capacidad de ”ser” imagen, investigar otras posibilidades constantemente y marcar sus propias dinámicas y ritmos. Supuestamente. Analizando sus estructuras observamos cierto inmovilismo y estancamiento, cierta voluntad de que nada cambie y que todo siga como era. Observando los organigramas de varias instituciones artísticas es difícil encontrar diferencias programáticas en ellos. La mayoría de museos, centros de arte y otros espacios artísticos tienen la misma estructura y los mismos sistemas verticales en la toma de decisiones y en su funcionamiento. Desde lo más tradicional hasta lo más avanzado las formas son las mismas, con lo que nos encontramos con un problema: ¿Cómo podemos ser un lugar para la reformulación del presente, el futuro y el pasado cuando seguimos anclados en un único modelo que no se pone en duda? ¿Dónde está la experimentación institucional?
Somos capaces de replantear los dispositivos de presentación, de redefinir lo que supone la producción, aniquilamos sin problema los límites de la obra, jugamos perfectamente en los márgenes de las distintas áeras de la cultura, mezclamos referentes e información y desdibujamos los roles de todos los actores del contexto arte. Pero el director es el director, el chief curator es el chief curator, el departamento de educación es el departamento de educación y los becarios son los becarios. Podemos analizar el campo político, desdibujar las narrativas, ocupar lugares de visibilidad alucinantes en los media pero las estructuras informales de decisión –con sus cenas, sus encuentros, sus llamadas telefónicas- como si no existieran ya que no se discuten. Podemos hablar de procesos de trabajo y seguir su evolución pero la transparencia no es algo nuestro. Y opciones existen, los replanteamientos y cambios son factibles. Existen momentos e intentos de trabajar con otros ritmos y otros objetivos, existen situaciones donde se ha apostado por otras formas en la toma de decisiones y en el funcionamiento estructural. Pero tenemos que hablar de situaciones y momentos, de experimentos –algunos de ellos extremadamente interesantes, algunos aparatosamente fracasados- que se observan casi como jueguecitos con los que divertirse para volver luego a lo serio, a lo de verdad, a los señores que deciden.
Abrirse a otras formas organizativas sería algo que generaría intranquilidad, desasosiego, crítica interna, replanteamiento de ritmos, sensación de pérdida de control por parte de algunos y seguramente proyectos que ahora no podemos plantear. O sea, sería posible repensar realmente lo que significa el trabajo desde la institución artística. Seguramente tocará otro paso en el proceso de la crítica institucional así como permeabilizar sus referentes y modos. Desde la crítica institucional toca realizar el ejercicio de puesta en paralelo con otros procesos. Las fechas de la crítica institucional cuadran con algunos momentos clave de la evolución de los feminismos hacia un pensamiento queer y en este contexto encontramos, por ejemplo, un replanteamiento de las estructuras de poder, una voluntad de desmontar mucho de lo que damos por sentado.
Las instituciones se han convertido en el lugar en el que discutir sobre ellas, pero las formas para tal discusión también conllevan que los resultados no puedan ser más de lo que son. Poner en crisis las propias formas conllevaría adelantarse a la desaparición y al cierre, algo que ya ampezamos a observar con la misma parsimonia que las majors cinematográficas pero sin su capacidad de lobby bruto para alargar los plazos frente a los cambios. Dejar paso a otras formas, ser capaces de arriesgarse con otros modelos, aceptar otras metodologías podría ser un sistema para, de una vez por todas, que el contexto del arte se aposentara como un referente en el que la investigación fuera interesante más allá de sus códigos ocultos y su masa informe.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)