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Con diez años de distancia, las prácticas artísticas independientes del momento previo a la crisis de 2001 comienzan a revisarse en Argentina. La figura central de Sergio De Loof aparece como el exponente de una consagración a destiempo.
Sergio De Loof, figura emblemática del arte de los noventa en Buenos Aires, se adecua a lo que Remy de Gourmont llamaba “el canon subterráneo”. Sus acciones, que tomaron la forma de revistas, fiestas y desfiles, definieron la impronta del under porteño de esa década al tiempo que forjaron la sensibilidad de muchos artistas, pero fueron pasadas por alto por una crítica exclusivamente atenta a los “lenguajes plásticos” en su sentido más recalcitrante. De Loof fue así un eslabón perdido en la genealogía del arte contemporáneo local, sistemáticamente obliterado por el relato historiográfico y periodístico. Este olvido elocuente se disiparía de golpe en las últimas semanas. En el festival de cine independiente (BAFICI) que tuvo lugar en abril se estrenó “Una historia del trash rococó”, un documental de Miguel Mitlag sobre los proyectos que De Loof emprendió a fines de los noventa. El estreno a sala llena se concatenó, al día siguiente, con la inauguración de la primera exhibición individual en años de un artista típicamente reacio al cubo blanco. Al mismo tiempo se supo que su obra formará parte del envío argentino a la próxima Bienal del Mercosur. Días después, la prensa comenzó a hacerse eco de esta guerra relámpago de consagración a destiempo.
Pero la vigencia repentina de un cuerpo de obra que consiste de acciones y registros de hace una década no depende sólo de las negociaciones previsibles entre el campo independiente y los agentes institucionales. La película de Mitlag, compuesta de material de archivo de los años 98-99 (en los que la recesión económica que desembocaría en la crisis de 2001 comenzaba a golpear a franjas cada vez más amplias de la población), nos muestra la impronta que tenía sobre De Loof una coyuntura local de fuertes consonancias con la situación actual de la economía mundial: estancamiento, falta de crédito, destrucción masiva de puestos de trabajo. El documental hace foco en las posibilidades y los recursos de un artista concientemente pobre en ese contexto. A lo largo de casi una hora, De Loof habla de su situación económica y de sus dificultades, desarrollando una heurística de la pobreza que lleva, con el paso de los minutos, al análisis de estrategias artísticas para esa coyuntura particular. Para el proyecto Café París De Loof ideó un espacio en el cual los transeúntes del centro porteño pudieran comer a precios baratos. En los nombres de los menúes concursaban la iconografía de la Revolución Francesa y la sensibilidad a las particularidades locales. Con marcadas connotaciones relacionales, el espacio apuntaba a operar sobre la variedad de coordenadas culturales y el adoctrinamiento de clase: “Es mucha la gente que es proletaria, y es muy diferente”.
Esta ligazón entre los proyectos y un determinado contexto económico-social nos muestra el retrato de un artista estratégico, que supera con creces sus alcances como leyenda urbana y sus eventuales filiaciones con distintas tendencias: en el tratamiento expandido del rol y las posibilidades del arte en tiempos de crisis, De Loof ofrece varias recetas. Y es de esperar que su peregrinaje por galerías y bienales, esta vez, sea acompañado por una articulación crítica (a nivel periodístico tanto como curatorial) que en su momento brilló por su ausencia.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)