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La exposición de Dorit Margreiter en el Reina supone un ejemplo más de la línea de trabajo actual en el museo. Una línea definida, clara y evidente, donde la recuperación crítica del pasado, sea el pasado que sea, puede servir de antesala para una revisión necesaria desde el museo nacional, en un país donde el término “nacional” sigue generando muchos problemas.
Hasta no hace mucho, la fachada principal del edificio de Sabatini que alberga el Museo Reina Sofía estaba cubierta por un enorme cartelón en el que no sólo se anunciaban las exposiciones en curso sino también muchas de las claves para entender la nueva filosofía de la institución. En la imagen, cada nombre de artista o de exposición flotaba suspendido en un universo dinámico vertebrado por diferentes conceptos (ya saben, “margen”, “periferia”, “archivo de archivos”, “resistencia”, “otras narrativas”…) Las diferentes exposiciones, individuales y colectivas, presentadas en este gran cartelón parecían rotar en torno a estas ideas en una cadencia lenta y constante. Tan pronto se posaban sobre una de las ideas emprendían camino hacia la siguiente en lo que semejaba una vibración sostenida en torno a una estructura eficientemente armada.
El interior del museo es algo parecido. La estrategia de programación no quiere ceñirse a los espacios tradicionales de las sucesivas plantas sino que pretende diseminar los contenidos en lugares inusuales y a menudo recónditos. Es un ejercicio dinámico de estructuración de narrativas que no quiere adherirse a una línea normativa. En su día descubrimos nuevos espacios en la antigua biblioteca con la exposición de Deimantas Narkevicius, nos sumergimos en el subsuelo con Mario García Torres, hoy lo hacemos con Miroslaw Balka… Y todos, a través de diferentes relecturas de esa historia con mayúsculas cuya desacralización es uno de los argumentos centrales del Reina desde la llegada de Borja-Villel y su equipo.
La exposición de Dorit Margreiter entra como un guante en esta dinámica. Alojada en diferentes salas de la tercera planta como creando una lectura no lineal y abierta, la muestra está compuesta por algunos de los mejores trabajos de la artista austriaca (Viena, 1967) de la última década. Significativamente, Margreiter ya participó en la exposición Modernologías, del MACBA el pasado año, muestra colectiva en la que también participó David Maljkovic, cuyo trabajo también pudo verse no hace mucho en el MNCARS. En Modernologías participó con su trabajo Zentrum, vertebral también en esta muestra madrileña, en el que se dan cita buena parte de las inquietudes que modelan su quehacer. La revisión del pasado en el presente es la que reverbera con mayor fuerza cuando nos acercamos a este trabajo, excelente, para el que la artista se sirve de la dicotomía “analógico-digital” como herramienta narrativa esencial.
Margreiter llegó becada a Leipgzig en 2004, momento en que anunciaron el inminente derribo del “Brühlzentrum”, un conjunto de viviendas construido en 1963 que constituía un buen ejemplo de arquitectura social de posguerra. Para satisfacer esa voluntad tan común en tantos artistas de su generación de dar un nuevo aliento al proyecto moderno y postergar su acta de defunción, se detuvo ante la tipografía del complejo, un texto en neón que no era tal, pues tuvo que ser recuperado por medio de cinta adhesiva blanca reflectante, que quedaba iluminada al serle proyectada la luz de los focos utilizados en el rodaje. Margreiter rodó con vídeo digital y más tarde volcó el contenido a 16mm. en un claro homenaje a un tiempo ya ido. Al mismo tiempo, en su ambición por recuperar aquel momento histórico, utiliza sus propias manos para insuflar nuevo aire al neón y proyectarlo hacia el futuro. La paradoja está servida. Zentrum propone recorridos de ida y vuelta, entre el trabajo manual y la imagen líquida digital.
La tipografía del “Brühlzentrum” ha sido fragmentada y se ha convertido en un conjunto de pequeñas piezas escultóricas que forman parte de un móvil a la Calder (si uno se asoma a las ventanas desde las mismas salas de Margreiter podrá ver uno del artista estadounidense gobernando el patio). Son estructuras dinámicas que jalonan el recorrido y que otorgan cierta unidad a una disposición espacial heterogénea. Y hacen las veces de vínculo –nos dicen en el texto de presentación- con los trabajos cinematográficos que encontramos en las salas vecinas. Así, la relación entre las formas tridimensionales, el texto y la imagen en movimiento depara un tránsito fluido y fácil en lo que constituye una de las bases del trabajo de Margreiter.
En esta línea se encuentra Pavillion, realizado para el pabellón austriaco en la Bienal de Venecia de 2009. Sabemos que la relación entre el cine y la arquitectura moderna es hoy estrecha y próspera, convertida casi en subgénero artístico. La perspectiva es aquí la de la reflexión en torno a la visibilidad del monumento histórico, en este caso el edificio que Josef Hoffmann construyó en 1934 como sala de exposiciones en los Giardini venecianos, que sólo cobra vida durante el periodo de la bienal y que permanece dormido el resto del tiempo. Margreiter abunda en lo que ocurre dentro y fuera del plano, una dualidad que se pone en relación con esa otra que enfrenta a las ambiciones de la arquitectura moderna con el letargo del monumento histórico.
Otro ejemplo de las narrativas que suscitan la relación de la imagen con la arquitectura puede verse en Case Study House #22, una fotografía que recupera la famosa instantánea de la casa construida por Pierre Koenig tomada en 1960 por Julius Shulman. El prisma de Margreiter es subrayar cómo la fotografía fue el medio a través del que estas casas lograron subsistir, del mismo modo que desde el binomio analógico-digital se exploraba la posible vigencia de un icono moderno como el “Brühlzentrum”. Es otro de los argumentos esenciales de la artista austriaca, si no el fundamental: comprobar cómo desde la naturaleza misma del medio artístico pueden recuperarse posiciones históricas y estéticas caducas. Aunque visto el fervor con el que los artistas contemporáneos se aproximan al asunto parece gozar de una salud envidiable.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)