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Hasta el 30 de enero se presenta en la Galería Joan Prats la exposición “Serie Calculum. Calculum Series” de Erick Beltrán. El proyecto acoge objetos de contextos y formas diversas que extraídos del mundo para su exposición, recrean una suerte de gabinete de curiosidades, ‘wunderkammer’ con la que el artista sugiere una reflexión en torno a la idea de valor.
A lo largo de la exposición encontramos piezas de pequeño formato en su mayoría compuestas por uno o dos objetos, una fotografía y un texto que cuenta algún dato, anécdota o hecho histórico al respecto. Conforme el visitante recorre la exposición sale a su encuentro un hueso humano de Colombia, un dado, las uñas de Rasputin, sellos postales de Nueva Zelanda, un clavo, una piedra de Seúl. El recorrido incita cierto efecto de expectativa y seducción; el visitante va acercándose a cada vitrina para encontrar curiosidades-objeto e historias que al ser leídas darán sentido, particularidad y cierto asombro a cada obra. Estas piezas de orígenes diversos provocan una sensación de acumulación de ‘la Historia’ y ‘el mundo’ (acontecimientos preservados en la materialidad de un objeto, territorios lejanos que aquí confluyen).
El trabajo de Beltrán recuerda cierto amor benjaminiano por el acto de coleccionar y de develar esas cosas que nos miran. En su Passagenwerk, Benjamin construye una obra monumental en torno a la modernidad haciendo un collage de citas, fragmentos, anuncios; para él los objetos son mucho más que entes de uso práctico, desde ellos es posible pensar ‘lo humano’, de los fragmentos que se superponen surge un efecto sumamente potente de conjunto. En este sentido podemos considerar la serie de pizarras con mapas de conceptos al final de la exposición. Beltrán va relacionando cada objeto de la exposición con una serie de conceptos y estos conceptos a su vez van tejiéndose con los que corresponden a otros objetos. Contra cierta epistemología positivista de la clasificación, la predicción –y de hecho, contra el cálculo mismo-, Beltrán lleva a cabo en estas pizarras una reflexión mucho más cercana a una epistemología de la forma y de las proximidades (no de la predicción sino de la presentación, diría Maffesoli), estos mapas son una condensación-dispersión, una invitación al caos, algo seductor del pensamiento disgregante, una voluntad de querer conectarlo todo, de manifestar en palabras y conceptos una confabulación de objetos.
Al salir de la exposición aparece una duda sobre el nombre que se le ha dado: Calculum. Vale la pena reflexionar cómo se explica esta decisión en la hoja de sala: “Calculus se traduce como piedra en latín (…) Los cálculos son especulaciones o proyecciones en función a una tendencia pero al mismo tiempo confluencia de fuerzas y sedimentación epistemologica”. Si asumimos que para calcular es por definición necesario establecer equivalencias, constancias, unidades de medida equiparables y contables, en este caso la paradoja es que la exposición parte formalmente precisamente de su diversidad: no hay equivalentes susceptibles de proyección o unidad de medida, sino particularidades. Beltrán no responde a la pregunta por el valor haciendo un cálculo de cuánto vale algo, sino abriendo un abanico reflexivo del cómo y a partir de qué fuerzas en tensión es que algo cobra valor. En ese sentido, pareciera que la idea de cálculo en ocasiones dificulta, más que acercar a la compresión y riqueza de la propuesta.
Beltrán realiza un trabajo de coleccionista, de editar y relacionar una serie de objetos aparentemente lejanos. La reflexión inicial en torno al valor parece diluirse y lo que cobra fuerza es una apuesta por la materialidad (por la cosa) como catalizador del pensamiento, como un cúmulo de objetos que en su condensación y tensiones permiten generar un entramado de conceptos. La exposición logra un efecto seductor gracias a una relación bien atada entre objeto, lenguaje y diferenciación.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)