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Careri reivindica el andar en su cualidad creativa considerando que el recorrido, al ser la primera acción estética que logra penetrar en el territorio del caos, irrumpe en él construyendo un nuevo orden sobre el que posteriormente se desarrollará la arquitectura de los objetos ahí colocados. En una bien diseñada edición bilingüe (castellano e inglés) Careri acompaña con fotografía, imágenes de documentos, mapas e ilustraciones de recorridos, transhumancias y planificaciones una discertación sobre el andar en su relación con la arquitectura, el arte, el urbanismo y como gran acierto llama la atención e impone a las ciencias sociales una transdisciplinariedad que asuma la potencia estética, creadora y epistemológica del errabundeo.
Errar del latín errāre invoca en la primera de su acepciones el “no acertar, faltar, no cumplir con lo que se debe.” Por otro lado, se refiere también al “andar vagando de una parte a otra” y para “decir del pensamiento, de la imaginación o de la atención.” Encontramos por principio un menosprecio al sujeto nómada: errar es faltar, el que vaga no acierta, vive en el error. Debe considerarse un desdén similar respecto a otros términos asociados al nomadismo: vagar, divagar, deambular, merodear, desviar y rondar son todas ellas acciones relacionadas con la falta de claridad y sentido, y por lo tanto despreciadas por su inutilidad. Algunas como merodear evocan también peligro, en la medida en que vagabundos, forasteros, caminantes y marineros son aquellos seres oscuros que por llegar de fuera y rondar aquello cerrado que es el dentro, representan la sorpresiva intrusión de la penumbra del bosque en los muros firmes de la casa y la ciudad; son las sombras, las bestias, la suciedad y el caos, el miedo al ’mobile vulgus’. Estos personajes son porosos, como mantos, inaprensibles, como fantasmas, vaporosos; su movilidad les permite aparecer sorpresivamente en el espacio de transición entre el ahí y el fuera.
Contra estas connotaciones Careri reivindica el andar en su cualidad creativa considerando que el recorrido, al ser la primera acción estética que logra penetrar en el territorio del caos, irrumpe en él construyendo un nuevo orden sobre el que posteriormente se desarrollará la arquitectura de los objetos ahí colocados. En una bien diseñada edición bilingüe (castellano e inglés) Careri acompaña con fotografía, imágenes de documentos, mapas e ilustraciones de recorridos, transhumancias y planificaciones una discertación sobre el andar en su relación con la arquitectura, el arte, el urbanismo y como gran acierto llama la atención e impone a las ciencias sociales una transdisciplinariedad que asuma la potencia estética, creadora y epistemológica del errabundeo.
Careri, arquitecto y miembro del laboratorio de arte urbano Stalker, realiza un recorrido por toda una tradición de prácticas del andar que va desde el flâneur del siglo XIX y los escritos de Benjamin, pasando por el ‘evento’ dadaísta, las ‘deambulaciones’ surrealistas y las ‘derivas’ de Letristas y Situacionistas con su posterior influencia en los vagabundeos de los ‘land artists’ de y las prácticas experimentales de algunos artistas contemporáneos. Cada una de estas posturas ha defendido diversas artes del vagabundeo concebidas como estrategias estéticas, críticas y políticas que en su influencia tanto en el campo del arte como en el de las ciencias sociales han aportando nuevas miradas a diversas disciplinas. En el capítulo ‘Anti-Walk’ Careri aborda la ciudad lúdica contra la ciudad burguesa no sólo haciendo un repaso histórico de los andares dadaístas, surrealistas y situacionistas, sino invitando a una reinvención fresca respecto a las implicaciones actuales de estos movimientos. El apartado ‘Land Walk’ se resaltan las aportaciones de la segunda mitad del siglo XX, los diálogos y discusiones entre arquitectura y escultura, las exploraciones en torno al recorrido como objeto y experiencia, la relación entre arte, naturaleza y paisaje contemporáneo. Careri recoge el trabajo de Tony Smith (1966) sobre el relato de un viaje en una autopista en construcción, “A line made by walking” (1967) de Richard Long y “A tour of the monuments of passaic” (1967) en el que Robert Smithson plasma el viaje por los espacios vacíos de la periferia urbana. Aquí
Transitando por los mitos es posible buscar los orígenes de la habitación del hombre: la casa, y asistir a la inauguración simbólica del espacio cerrado, el de la ciudad, así como el del extensísimo espacio abierto, el del errabundeo. Con este fin Careri vuelve en uno de sus primeros capítulos a los relatos fundacionales de nuestra cultura en el entendido de que éstos trascienden el lugar de la fantasía o la fe y son en todo caso los finos soportes del significado y sentido que una cultura da de sí misma. A partir del análisis de Careri hemos de rastrear al nómada y al sedentario primigenios en las figuras de Caín y Abel dado que en ellos confluyen y se enfrentan los opuestos constantes del sino humano: la agricultura y el pastoreo son la permanencia y el andar, el poblado y el campo, el espacio contenido y el paisaje abierto al horizonte.
Caín ha heredado el suelo y la agricultura, Abel los animales y el pastoreo, será después del asesinato del segundo que encontremos la primera mención de una ciudad. Con el fratricidio, Dios castiga a Caín negándole su rasgo esencial de labrador sedentario al condenarlo a errar por una tierra que siendo labrada no dará ningún fruto. Desobedeciendo la voluntad divina, Caín no seguirá el nomadismo de su hermano muerto, sino que tendrá un hijo y edificará la primera ciudad. En esta ciudad a la contra, el ser humano materializa el espacio cerrado, lleno de objetos, delimitado, opuesto a la apertura infinita del horizonte. Con esta fundación detiene su paso errante y asienta la morada de lo estable y duradero, da valor a la institución y a la permanencia. Contra la tierra y contra el cielo, el hombre pavimenta el suelo, inventa el asfalto y con él la ciudad. Careri enfoca su análisis a la dialéctica entre los paradigmas del hombre nómada y el sedentario. En Caín-agricultor se manifiesta el hombre que trabaja la tierra y se apropia de la naturaleza, es la ténica, el trabajo y la producción, la permanencia, el homo faber que erige materialmente un universo artificial. Abel-pastor, por su parte, es el homo ludens que retoza y constituye un sistema efímero de relaciones entre la naturaleza y la vida. El tiempo del primero es útil y productivo, dedicado al trabajo; el del segundo es tiempo libre, lúdico y no utilitario, vinculado a la especulación y exploración de la tierra. Caín como propietario de la tierra ha de estar; Abel, dueño de los seres vivos, andará. Abel dispone de tiempo libre que le permite la exploración de la tierra, la aventura y el juego de un tiempo no utilitario que lo llevará a experimentar y construir un universo de significado en torno a sí.
El andar a través del paisaje permitirá la primera cartografía del espacio, asignándole valores simbólicos y estéticos al territorio y rebelándose contra la permanencia ligada a la producción de bienes. A decir de Careri “al acto de andar van asociados, ya desde su origen, tanto la creación artística como un cierto rechazo del trabajo, y por tanto de la obra.” Este rechazo a la acción que sugiere la simbolización estética y el espíritu lúdico puede a primera vista resultar contrario a lo que suele entenderse como vía de resistencia, donde el activismo o las acciones concretas son valoradas en su potencia de contrapoder y ruptura de estructuras dominantes. Ante ello Careri teje argumentaciones a lo largo del texto que resaltan que es precisamente por esta renuencia a la acción que se desestabiliza el imperativo del movimiento ligado a la producción trasladándose al lugar del movimiento inútil, del movimiento-deseo, deambular como arquitectura del paisaje.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)