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Subíamos en ascensor hacia JustMAD y alguien observó en un prospecto el término curado. “Y dale con la palabrita de moda”. El día previo había escuchado a Blas Matamoro recomendar en la tertulia de Revista de Occidente que sería mejor abandonar la expresión, pues en latín curator significa el legítimo representante de un incapaz o de un inválido, y como nosotros hablamos malamente el neolatín, balbuciendo la lengua de Cicerón damos a entender que las “muestras curadas” exhiben al público obra de tullidos, tarados y dementes. Esta etimología argentina ben trovata nos pone sobre la pista de lo que son en realidad las ferias paralelas a ARCO; la selección de galerías es más reducida y un trabajo mínimo de curación se presupone de antemano, los locos hablan a través de terceros.
¿Cuál sería la tara de JustMAD? El estilo hipster; la feria tiene una terraza con césped artificial y set de DJ, me recuerda a la hierba de postín y el ambiente que nunca falta en las salas VIP de los festivales para modernos: una mezcla entre pretensión y negocios de pacotilla. Situada en un edificio antiguo renovado en plena calle Hortaleza, JustMAD es la más moderna de las tres ferias, con vistas a las bicicletas estáticas de un gimnasio, un jardín a caballo entre la Bauhaus y piedrecitas en el zócalo rollo zen, uno duda si viene a comprar verduras ecológicas o si está por amor al arte.
Yo lo estuve; mis expectativas están satisfechas: aquellas piezas que en ARCO parecían mera ocurrencia, detalle que termina siendo engullido por el cansancio y las dimensiones del lugar, aquí halla su lugar como monería, uno puede apreciar aquello que carece de pretensión, los artefactos artísticos que terminan incorporando la primera sugerencia de Calvino para el milenio: que os sea leve. La levedad domina sobre varios espacios mínimos contiguos que llamaron mi atención en un estrecho pasillo del recinto: (i) etHALL y Martín Vitaliti, cuyo trabajo sobre el marco del cómic tiene ecos pop y op art, sumando sutileza a las movidas de Derrida en La verité en peinture; (ii) Javier Silva y Amélie Bouvier, cuyas siluetas en folios de Excell por encima de material de relleno son muy cucas y no hay teoría que borre esta impresión; (iii) Blanca Soto y José Luis Serzo, cuyos cuadros oníricos seguramente se encuentran entre la mejor pintura neobarroca del momento, que es como ser el mejor poeta de tu calle, solo que esta vez es cierto y Antonio García Berrio puede reconocerlo.
Un escalón por encima estarían Fernando Pradilla & El Museo, cuyo stand descuella incluso sobre el trasfondo de lo visto en ARCO; tal es la rotundidad del planteamiento expositivo que manejan que sin duda merecen un pin en el pecho. Traen entre otras cosas obra de Santiago Morilla, un personaje singular y ciertamente polifacético; sus dibujos de gente oculta entre las lanas de las ovejas formando el término FIN los leo en sede homérica: Ulises y Polifemo. Y qué decir de la figuración translúcida en color blanco sobre fondo negro de Moises Mahiques que tienen en la pared opuesta a las extensiones de peluquería avanzada que realiza Ignacio Bautista sobre el césped de los campos de fútbol hasta dejarlos con melenas de Rapunzel, salvo decir de ambos que son buenas piezas y punto pelota. Lo dicho: una panda de tarados.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)