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Estudiante de biología y posteriormente de artes visuales, Altmejd sugiere una reflexión sobre lo humano y la corporalidad presentando frágiles vestigios cristalizados de la bestia y solemnes hombres pájaro en un límite que evidencia y simultáneamente roba al cuerpo de su aspecto familiar. Es en esta condición abyecta que el artista apela a la vida basada en la energía producida por la transformación. La cualidad cambiante, múltiple e inefable de lo vivo congrega en su obra la paradoja fundante de la vida como metamorfosis tan brillante como siniestra.
Espai Montcada cierra el ciclo ‘Escenarios’ con la exposición de tres esculturas del artista canadiense David Altmejd que podrán verse hasta el 9 de septiembre en la sala 4 de CaixaForum. Representante del pabellón canadiense en la edición 52 de la Bienal de Venecia, Altmejd presenta en esta selección de piezas algunas de las características más relevantes del trabajo que ha venido desarrollando desde su ‘First werewolf’ en 1999. A continuación comento la exposición a partir de tres evocaciones que en su combinación bien pueden servir para plantear los matices de las piezas: la intriga, el brillo y la bestia.
La intriga y la bestia
Al entrar en la sala no te dirijas a la escultura central. Evade el brillo de aquella pieza, gira la mirada al costado derecho y date cuenta: alguien observa. Ahí está, en posición elegante y erguida un caballero de chaqueta y corbata. Eleva la mirada, contempla su rostro y descubre: aquel cuerpo en pose clásicamente humana y familiar culmina con la cabeza de un pájaro. Las facciones son la del ave, pero el gesto hermético y la mirada inquisitiva son inquietantemente humanos. Encontramos en esta primera pieza de Altmejd, “Man 1” (2007), una de las constantes en el trabajo del artista: la intriga. En la búsqueda material y reflexiva del cuerpo en sus formas de fragmentación Altmejd apela a los cuerpos monstruosos aprovechando una referencia que aunque remite a la anatomía humana, incorpora el elemento siniestro y enigmático de la bestia y la animalidad.
A través de los mitos de la metamorfosis y de imágenes arquetípicas constantes en la historia humana sobre la conversión y el entrecruzamiento de lo animal y lo humano, Altmejd lanza al espectador una experiencia tan seductora como repulsiva. Sus hombres lobo y hombres pájaro remiten al concepto freudiano y de Schelling de lo ‘Unheimlich’ (lo ominoso, aquello que debiendo permanecer oculto se ha revelado) que posteriormente Eugenio Trías ha retomado para su reflexión sobre lo bello y lo siniestro. Vale la pena rescatar algunos fragmentos de Trías por responder a este juego entre familiaridad y extrañeza en los cuerpos mutantes de Altmejd. Algo se revela en su faz siniestra pese a ser, ‘o precisamente por ser, en realidad, en profundidad, muy familiar, lo más propiamente familiar, íntimo reconocible’.
Tenemos así lo que debiendo permanecer oculto se ha revelado: genitales humanos que asoman discreta pero incisivamente en cuerpos de hombres transformados, exhibición de vísceras y huesos en fragmentos de hombres lobo que como en “The outside, the inside and the praying Mantis” (2005) sorprenden por la ausencia del color de la sangre sustituida por tonos azules, verdes y un cúmulo de diamantina, hocicos que surgen desde el cristal.
El brillo
Estudiante de biología y posteriormente de artes visuales, Altmejd sugiere una reflexión sobre lo humano y la corporalidad presentando frágiles vestigios cristalizados de la bestia y solemnes hombres pájaro en un límite que evidencia y simultáneamente roba al cuerpo de su aspecto familiar. Es en su condición abyecta que el artista apela a la vida basada en la energía producida por la transformación. La cualidad cambiante, múltiple e inefable de lo vivo congrega en su obra la paradoja fundante de la vida como metamorfosis tan brillante como siniestra.
Habiendo abordado los aspectos turbadores y enigmáticos en la obra de Altmejd se puede imaginar un trabajo oscuro y lúgubre. Todo lo contrario, sus esculturas son luminosas, de corte geométrico, contenidas por cristales, espejos y vitrinas de plexiglas. Cadenas doradas, brillantina, joyería de fantasía y simulaciones de piedras preciosas dan a la pieza la esterilidad y pureza del escaparate contrastando con la incorporación de flores, madejas de cabello, pájaros artificiales y fragmentos de cuerpo animal.
Las piezas invitan al espectador a caminar alrededor del objeto contemplando desde diferentes ángulos y alturas. A cada movimiento de mirada “The outside…” ofrece una nueva posibilidad simbólica y un descubrimiento, la escultura misma rebasa sus límites materiales y continua en la proyección de su sombra alrededor del área expositiva. Las escaleras con su efecto de espejo que recuerdan a aquellas de Escher reflejan la dialéctica entre materia y lenguaje evidenciada en algunas palabras impresas en huevos de codorniz. La transparencia, la luz que remite a su sombra y la geometría que contiene lo orgánico son algunas de las polaridades que en su contraste y potencia resumen el interés de Altmejd por la constante transformación.
La vida como lo latente, potencialmente siniestro, brillante, exuberante, con las pautas de lo natural, lo geométrico y lo trascendente, lo cristalinamente inmutable, pero también con la suciedad y la conmoción de la carne y el pelaje de la bestia.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)