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El 15M y la acampada en la Plaza del Sol en Madrid, así como en Plaça de Catalunya en Barcelona y demás ciudades, ha dejado descolocados a muchos de los supuestamente representantes de la sociedad. Supone la visualización de un modo de actuación definido por la red, que parte de unos referentes culturales seguramente propios y que obliga a replantear, desde la cultura establecida mediante su estructura institucional, qué papel se quiere jugar.
“Asombro” es la única palabra que puede describir las primeras impresiones de las manifestaciones del pasado 15M y el fenómeno social y político que las ha seguido hasta el día de hoy. Asombrada, por supuesto, la clase política que no vio, o no quiso ver, en esos “ni nis” un colectivo de agentes políticos a tener en cuenta. Mayor asombro todavía para los medios generalistas que restaban importancia a una movilización organizada por las redes sociales, con la incomodidad añadida de unas fechas ya ocupadas por la campaña electoral. A todos ellos, el fenómeno se les ha escapado por completo, ha permanecido debajo de sus radares hasta que ha sido demasiado tarde.
Pero asombrados también están los propios participantes en estos acontecimientos. “Nobody Expects the Spanish Revolution”, reza una ingeniosa pancarta que ha circulado por diversos medios estos días; hipérboles aparte, los Monty Python deberían sentirse orgullosos. No, nosotros tampoco nos esperábamos esto.
Seamos sinceros, una primera lectura del manifiesto del movimiento “Democracia Real Ya”, incluso desde la mejor predisposición y con toda la empatía posible, generaba cierta incomodidad. Sus reclamaciones resultaban demasiado vagas, demasiado abstractas, incómodamente ingenuas. No parecía, en absoluto, una declaración que pudiera movilizar a las masas. Nadie esperaba encontrarse a tanta gente en las manifestaciones del 15M; al igual que en las últimas movilizaciones (el pasado 1 de mayo, la Huelga General…) muchos acudíamos un poco con la resignación de quien ya no tiene nada que perder. Muchos también miramos la acampada simbólica en la Puerta del Sol madrileña con un pesimismo cargado de simpatía: parecía un último acto numantino, hermoso, pero sin duda abocado al fracaso.
Más asombroso todavía resultaba el panorama en Sol en las tempranas horas de la madrugada del lunes 16 de mayo. Todavía no había una “acampada” como tal, sólo un montón de cartones, vallas amarillas, y algunas mantas. Pero ya había cinco comisiones trabajando de manera coordinada en sus respectivas tareas; los que iban llegando estaban siendo dirigidos a unas o a otra, cada uno sabía que tenía que encontrar su lugar en este esquema organizativo. ¿De dónde salía tanta capacidad organizativa? ¿Cómo se puede partir de la organización amorfa de los medios sociales y establecer una estructura tan bien montada en tan poco tiempo? ¿Cómo pueden personas que sólo se conocen por sus respectivos avatars en Twitter organizarse tan bien, articular una comunidad afectiva tan rápidamente?
Una conversación con Amador Fernández-Savater la noche del lunes 16, después de que la asamblea pública en Acampada Sol pasara a convertirse en un mitin multitudinario, me sacó de dudas. Un manifiesto menos abstracto, un programa político más coherente, unas reivindicaciones menos ambiciosas no hubiesen dado lugar a este éxito de participación. Había sido lo impreciso de la convocatoria lo que la había hecho apetecible para tantos individuos de grupos sociales y edades tan dispares. Había sido la ausencia de una entidad jerárquica superior que actuara como convocante lo que había animado a tantos a sumarse y participar activamente, a sentir las movilizaciones y la ocupación de la Puerta del Sol como algo suyo.
En realidad, lo que tenemos alrededor nuestro es algo muy distinto a las movilizaciones políticas del pasado. Estamos presenciando el momento en el que la Sociedad-Red está dándose cuenta de su capacidad para articular voluntad política. De ahí que nada, ni las declaraciones, ni la agencialidad, ni las reclamaciones se asemejan a lo que ya conocíamos. De ahí que la estructura organizativa de este movimiento acéfalo sea heredera de la cultura del software libre: máxima apertura, múltiples canales de participación e interlocución, y una organización pragmática y eficiente. De ahí el asombro, y de ahí, en parte, la fascinación que provoca.
Como ya vaticinaba el Critical Art Ensemble en 1993 en Electronic Civil Disobedience, las “plazas” de estas nuevas comunidades están en la Red. Los espacios de participación y debate abierto, los espacios públicos, se producen cada vez más en el ámbito telemático; y es desde allí desde donde se toma, produce y defiende el espacio público en el ámbito urbano. Por eso mismo, el apresurado desalojo de unas 50 personas de la Acampada Sol a las 5:00 de la madrugada del martes 17 no hizo más que activar lo que se conoce en la Red como un efecto Barbara Streisand, o un efecto llamada: los 50 desalojados volvieron esa misma tarde, acompañados por otros 15.000 manifestantes que abarrotaron la plaza y hicieron de Acampada Sol un asentamiento y un espacio de producción de discurso crítico permanente. Despejar físicamente el espacio había resultado inútil y contraproducente; a nivel simbólico, y en el ámbito de las redes, Sol no dejó de ser “Acampada Sol” ni por un segundo.
Tardaremos tiempo en valorar las transformaciones políticas que estamos atravesando en su justa medida, y la urgencia no ayudará a realizar una reflexión temprana. Pero resulta evidente que estamos ante un completo desencuentro entre una población evidentemente pro-activa y políticamente concienciada y una estructura de representación política disfuncional y alejada por completo de sus intereses. A esto se responde promoviendo una práctica política de base, anclada en lo hiper-local sin perder de vista la Red. Al silencio y la hostilidad inicial de los medios oficiales se responde articulando canales de comunicación propios, tácticos, vinculados al social media, y de un carácter marcadamente distinto. Son medios en los que el conocimiento se produce participando en el debate, no haciendo zapping desde el sillón.
A medida que Acampada Sol crecía y abarcaba cada vez más aspectos de la vida social, la inevitable pregunta, “¿Cuál es la cultura de este movimiento?” se formulaba con cada vez más frecuencia. Se trata de una pregunta abierta. O, más bien, de un problema abierto. Por una parte, seguimos adoleciendo mucha inercia del pasado, y se tiende a comprender la cultura como algo separado del resto de actividad social y política de una comunidad. Los primeros intentos de plantear una línea de trabajo todavía balbucean, pero son, sin lugar a dudas, el germen de algo importante.
Esto no quiere decir que la cultura “oficial” no deba darse por aludida. Si observamos la evolución de las instituciones culturales en España en las dos últimas décadas, veremos que en este sector también adolecemos de un desencuentro entre instituciones y políticas culturales oficiales y los agentes de producción cultural. Entre la noción tradicional de Servicio Público de Cultura y la producción social de cultura que pide la sociedad de hoy. La “división de lo sensible” de la que nos habla Rancière sigue ahí, inamovible tras más de treinta años de democracia, y cada vez son más los agentes culturales que exigen una política de cultura de base. Las exigencias de transparencia, interlocución, gobernanza lanzadas hacia el sistema democrático actual se pueden dirigir igualmente hacia las instituciones culturales.
Sería deseable, cómo no, que las instituciones no tardaran tanto en ver lo que está pasando a su alrededor. Y hay señales de vida y de deseo de cambio y transformación: estoy pensando en la línea de investigación de “nueva institucionalidad” promovida desde el Departamento de Actividades Públicas del Museo Reina Sofía. Pero, al mismo tiempo, el intento de poner énfasis en la producción social de cultura (en el fondo, el llamado “giro educativo” no es más que un intento de dar prioridad a aquellas áreas de la institución que sí producen conocimiento) también está desvelando relaciones de producción absolutamente inaceptables para una institución pública. (Estoy pensando en la situación del equipo de Educación y mediación del MUSAC, el DEAC, pero aquí nadie puede reír muy alto). En este ámbito, también, casi todo está por hacer.
Pero, por otra parte, se hace inevitable constatar que la Sociedad-Red sí tiene una cultura propia. No una alta cultura formulada en una serie de instituciones y una serie de agentes con papeles bien delimitados y separados. Pero sí un rico folklore de modos de hacer, relatos, leyendas y mitos urbanos, que atraviesa transversalmente todos los ámbitos culturales y que tiene sus raíces en los pranksters norteamericanos de los 60, en la tradición del culture jamming, en los sabotajes mediáticos de Luther Blissett, y en las prácticas de colectivos como los mencionados Critical Art Ensemble, Rtmark/YesMen, y otros que tanto aportaron a aquel incipiente movimiento global anti-globalización de finales de los 90.
Parafraseando un epígrafe en “TAZ. Zona Temporalmente Autónoma” de Hakim Bey, cuando se les preguntaba por su música, los bosquimanos contestaban: “Nosotros no tenemos músicos. Todos juntos somos la voz del bosque”.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)