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Pues a mi me ha gustado. Me he pasado el verano bajo el sol devorando los Millennium, uno tras otro, apoyados en la panza. Al mismo tiempo, iba leyendo en prensa y blogs comentarios desalentadores sobre la “basura” que había escrito el pobre de Larsson. Eso sí, todos excusados en que no los habían conseguido leer enteros o que los habían leído a saltos. Lo que me recuerda una encuesta en La Vanguardia este invierno sobre la famosa cúpula de Barceló en la que muchos también se escudaban en el hecho de no haberla visto. Yo sí los he leído enteros y he disfrutado. Sí, son un tanto losas, pero se leen a velocidad de vértigo, algo característico en los best-sellers: tanto el ser losas como la lectura rápida. Por lo que sé el proyecto de Larson era hacer un best-seller, sí, con todos sus ingredientes, rapidez, muertes, intriga y demás, y a través de él intentar decir algo más (más que otros que aseguran la bondad de la sociedad bienpensante como el Codigo Da Vinci o La sombra del viento, este último además está mal escrito): reclamar la atención sobre un personaje asocial, marginado y una auténtica friki, poner en cuestión la estructura de validación social y de corrección de un estado maternal o , a través de unos personajes mejor o peor trazados, reclamar el valor de actitudes éticas y morales por encima de la corrección política. También es cierto que todo eso ya está contenido en el primer libro de la saga Millennium, que las dos secuelas son una continuación de las aventuras y desventuras de los personajes.
Aunque Larsson haya muerto joven más le habría valido no tener éxito, o tenerlo en círculos reducidos en los que hablar de rapidez de lectura, colocar un protagonista friki y hablar de crímenes o violaciones pudiese ser reivindicado como literatura pulp (es el caos de Jim Thomson, a buenas horas llegaron los franceses a valorarlo, como Charlie Parker ya no estaba para zarandajas). Y es que el hecho de vender o de participar del mercado, más aun si es buscado, deja una lacra imborrable, que acaba con ese mito utópico del autor atormentado, pobre y para minorías. En fin, que el buen arte y la buena literatura sólo son para iniciados. Algo que contrasta con la queja constante sobre la precariedad de los agentes del sector cultural, la necesidad de atención, la queja sobre el bajo índice de lecturas o de interesados en arte contemporáneo…
Pero al fin y al cabo, hablamos de relato. Esa especie de paso atrás al que agarrarse para salvar los muebles de la crisis finisecular que afectó tanto a la literatura como al arte. En arte, esa crisis llevó a que el único punto de agarre era la verdad (Chris Burden pegándose un tiro). Frente a ello algunos escritores optaron por hacer del defecto virtud, haciendo de la imposibilidad de escribir o de la imposibilidad de narrar la fuente de la misma escritura o el mismo relato. Hace un tiempo un amigo me decía que después de los cuarenta había perdido el interés por la escritura de ficción. Lo que encontraría su reverso en algo así como que si es ficción que lo sea con todas sus consecuencias. Por ello, si se trata de volver al relato, no me parece una mala opción, librarse de corazas intelectuales, librarse de prejuicios sobre lo mercantilista o no y volcarse al best-seller. Sin olvidar que siempre lo más importante es tener algo que decir. En el actual contexto de retorno conservadurista descarado, reclamar la diferencia en un medio de consumo masivo no es poco.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)