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La construcción de un nuevo Guggenheim en Guadalajara (México), el primero en Latinoamérica, es un hecho. Después de haber concursado con Jean Nouvel (Ateliers Jean Nouvel) y Hani Rashid y Lise Anne (Couture de Asymptote), el proyecto ha quedado a cargo del arquitecto mexicano Enrique Nortem (TEN Arquitectos). El museo se ubicará al norte de la ciudad, a las orillas de la Barranca de Huentitán, se preveé que su construcción tendrá un costo de 285 millones de dólares, el más caro entre los Guggeheim ya existentes, y será inaugurado en 2011.
El museo llega a Guadalajara como una promesa de fuerza regeneradora, renovación y progreso, remedio de todos los males en la ciudad. Los discursos con que se ha pretendido vender el museo a la sociedad rayan en un cinicismo e hipocresía por lo demás bastante obvios y poco elegantes: ‘acto de curación artística que convertirá a la ciudad en faro de luz a escala mundial’, han dicho empresarios y voces oficiales de la Secretaría de Turismo. El proyecto merece desconfianza y problematización de los modelos de cultura en los que se sustenta, en concreto de la promoción de una cultura atada al turismo, de la turistización de la experiencia urbana. Para el tema llega muy a cuenta el libro de Iñaki Esteban, publicado hace algunos meses en la Colección Argumentos de Anagrama: El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento. Partiendo de la noción de ‘ornamento’ en Loos y Kracauer, Esteban realiza un recorrido crítico por la historia del Guggenheim en Bilbao analizando las funciones que han sido atribuidas al museo: urbanísticas (de limpieza, regeneración y estetización del escenario que lo alberga), económicas (con el turismo y empresas relacionadas) y de filiación y legitimación política. El Guggenheim como ornamento apunta al tipo ideal de una cultura en la que su valor se mide por la capacidad de dinamizar la economía y la política, de generar grandes ingresos, de turistas, de acontecimientos sociales, de publicidad y de relaciones públicas.
‘Deme su “Grand Canyon” y nosotros le ponemos un museo’, deben haber ofrecido. El Ayuntamiento de Guadalajara ha donado un terreno de 64 mil 413 metros cuadrados al borde de la Barranca de Huentitán, área natural protegida al norte de la ciudad. Esta zona que hasta ahora constitutía el Parque Mirador Independencia, con un costo de casi 63 millones de euros, ha sido cedida a la fundación que gestiona el proyecto sin previa consulta ciudadana. Privatización de un espacio de reacreación hasta ahora usado popularmente por los tapatíos (gentilicio de Guadalajara). La supuesta reactivación de la zona norte de la ciudad debe traducirse como la privatización de lo que hasta ahora era un parque público de gran valor ecológico y que con el museo permitirá generar desarrollo inmoliario de alto estandar en una zona anteriormente ‘desaprovechada’. En las inmediaciones del Guggenheim se pretende construir el proyecto Puerta Guadalaja, ‘un complejo arquitectónico cultural, residencial, corporativo y recreativo’ inspirado en el 22@Barcelona y para el que también se han cedido terrenos al corporativo valenciano Mecano Levante.
¿Para quién será el museo? Pensemos, se ha anunciado que la entrada tendrá un costo de poco más de 8 euros, precio similar al resto de los Guggenheim que al contextualizarse en México en pesos resulta ridículo y violento. El salario mínimo por día de jornada completa en el país… es de 3 euros. Obviamente, el museo será para los turistas. Por otro lado, del costo total de construcción del proyecto (285 millones de dólares) se ha dicho que un cincuenta por cierto será de inversión privada y el otro tanto lo aportará el gobierno federal. También de fondos públicos deberán cubrirse los gastos anuales de operación del museo que por referencia a otros Guggenheim podrían rondan los 30 millones de dólares, que comparados con los gastos de otros centros de arte contemporáneo del país, cuestionan la absurda relación altos costos-mínimo impacto cultural del nuevo museo. Museos como el Carrillo Gil en D.F, uno de los más importantes del país en arte contemporáneo, requieren un millón de dólares anuales para su gestión. Con la construcción del nuevo Guggenheim se ha dado la espalda a proyectos básicos hasta ahora inexistentes o sumidos en la precariedad: centros de formación artística de calidad no restringidos a la Ciudad de México, la creación de una red de medianas instituciones que generen espacios de trabajo e intercambio a nivel nacional y que contribuyan a la descentralización actual. Carlos Ashida, director del Carrilllo Gil, lo ha resumido claramente, la construcción del Guggenheim es una claudicación, la entrega a una institución extranjera de derechos y recursos para determinar los modelos artísticos de nuestro país.
Es una pena que entre los argumentos contra la construcción del nuevo Guggenheim se escuche un erróneo y reduccionista “no debería invertirse en un museo así, en México aún no estamos listos para ello”. El problema radica en el ‘aún’, en él subyace una supuesta carencia y a la par la noción de una única forma de cultura hegemónica que los mexicanos habrían de alcanzar y aprender, unívoca, de formatos que se reducen a la contemplación, a la sacralización violenta y restrictiva de lo que es y lo que no es arte, a la Historia del Arte así con mayúsculas. ¿Qué habríamos de entendender con este argumento? ¿Que México estará preparado para tener un Guggenheim únicamente una vez que se hayan cultivado y adoptando pasivamente modelos dominantes (siempre de importación)? Menospreciación de lo local acompañada de una veneración pasiva y acrítica de productos y discursos provenientes del extranjero, negligentemente propiciados por las instituciones y sus grandes proyectos. Entre los precursores del nuevo Guggenheim ronda una ideología traicionera que astutamente ha pasado por alto las muestras de lo cultural tanto a nivel local como nacional, prefiendo apostar por un ‘kit’ ya fabricado que como por magia y sortilegio contagiará al resto de la ciudad con su brillo. Creencia mitológica, confianza en el halo milagroso de la recuperación urbanística y cultural, el Guggenheim como gran símbolo que salvará a la ciudad de la opacidad e ignorancia.
Han dicho: El Guggenheim complementará una infraestructura turística, “proyectándola como una ciudad en que se conjugará tradición y modernidad”. Remitiéndose constantemente al ‘modelo Barcelona’ puesto en marcha con motivo de los Juegos Olímpicos, se ha aprovechando en el caso de México el impulso de los Juegos Panamericanos que habrán de celebrarse en Guadalajara también en 2011. El Guggenheim hace mancuerna avalado por instituciones y empresas que proyectan arreglos en la ciudad resaltando aspectos estratégicos, fabricando íconos y creando identificaciones para dotar a la ciudad de una atmósfera cultural. Desfilando en un flujo que produce dinero y generando un espacio estratégicamente diseñado, a decir de Manuel Delgado la Historia, la Cultura, el Arte y la Arquitectura conforman las nuevas divinidades oficiales en nombre del turismo cultural.
La construcción del Guggenheim en Guadalajara se ha visto acompañada por diversos proyectos urbanísticos: el ya mencionado Puerta Guadalajara, el plan Guadalajara 2020 y otras reformas relacionadas con los Juegos Panamericanos que pueden resumirse en la implantación de un modelo de ciudad cultural. Hoy en día turismo y cultura se traslapan y es difícil distinguir una frontera clara entre ellos, no sólo para quienes viajan, sino también para los habitantes de la urbe, esto es la turistización de la vida urbana, de la ciudad. Actualmente turismo y cultura, entendiéndose ésta última en su sentido más amplio (y vago), no pueden ser mantenidos a la distancia en la experiencia urbana. Habitante y turista serán ‘cultivados’, ‘culturalizados’, ‘ilustrados’, su recorrido por la ciudad implicará una supuesta búsqueda de lugares y experiencias que le educarán justificando la motivación de las políticas culturales hacia su ser mejor persona, ‘persona de mundo’. ‘La cultura’ en Guadalajara como cosa abierta, viva y que de si acontece está siendo coptada por instituciones que la regulan, la normalizan, la ‘emebellecen’ y la restringen a ciertas prácticas que hacen de lo cultural un cultural imperativo, pautado y ante todo de grandes formatos espectaculares. El espacio público se va convertiendo en el “espacio del público” en el del espectador, aquel que acude a la contemplación de unos espacio y una cultura que no habita, sino que como el turista, visita.
El turismo cultural evidencia una promoción de la cultura que explicita y hace suya la tarea de mejorar la condición de saber del sujeto. Encontramos aquí el modelo de una ciudad cuyo fin es el de educar entreteniendo para el que deberá de crear una red de museos, centros culturales y eventos. ¿Pretendo señalar que esta intención pedagógica es negativa, cuando hoy en día ‘educación’ y ‘cultura’ son valores irrefutables y benéficos per se? Sí y precisamente por la aceptación no cuestionada de su imperativo, por la recurrente puesta en marcha de modelos de ciudad para la institucionalización, museización y coptación de lo creativo.
Habría que dejar claro: primeramente el proyecto del Guggenheim en Guadalajara no responde a intereses culturales, sino económicos. En segundo lugar, el museo no ha sido pensado para los ciudadanos, sino para el turismo generando un modelo estetizado de ciudad cultural. Tercero, su estrategia urbana no será de revitalización para la ciudad, sino de privatización del patrimonio para la especulación de la zona. Por último, la vida cultural cotidiana no se verá enriquecida, sino que los actuales centros culturales públicos e independientes verán mermado el presupuesto y los apoyos (de por sí mínimos) para su gestión.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)