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Cattelan vuelve a realizar una de esas obras que provocan todo tipo de reacciones. En esta ocasión, el lugar es Italia, un país que tampoco está para más disgustos. Cattelan, muestra, con su uso habitual de los límites entre el sentido del humor y la brutalidad, su “descontento”.
El 25 de septiembre de 2010 era sábado y el cielo estaba gris. Fotógrafos y chóferes esperaban fumando en una pequeña plaza abarrotada de coches buenos en pleno centro de Milán. Era uno de los días más esperados de la Milano Loves Fashion: Armani, Max Mara y Bluemarine presentaban sus colecciones para la próxima temporada. Del edificio, antigua sede de la Bolsa de Milán -la actual está al lado- empezaron a salir modelos, diseñadores y gente guapa. La quietud dejó paso a los flashes y el glamour inundó la zona que ahora rugía al ritmo de tacones de palmo. Tallas 36 desfilaban por los adoquines hablando con los nuevos iPhone4 mientras la creme italiana charlaba alegremente haciendo caso omiso a los zooms que apuntaban a sus bronceadas caras.
El día anterior había llovido y en esa misma piazza degli affari -plaza de los negocios- el murmullo de los que entonces se acercaron quedó despejado cuando la tela que cubría ‘lo nuevo’ de Maurizio Cattelan fue retirada. Ninguna sorpresa, era lo que se adivinaba de su silueta: una mano en alto con los dedos cortados donde solo queda el corazón. Y se habla de una alegoría al nazismo y a la paradigmática seña de uno de los más importantes sucesos del siglo pasado y de la guerra y del totalitarismo y del poder… y de que, ay madre /joder/ es una peineta ¡Una peineta!
Sí señor, un fuck you de once metros tallado en mármol delante de uno de los más importantes centros financieros de Europa. Jajaja. Chúpate esa capitalismo.
Aunque bueno, el gesto, justamente, no está apuntando hacia ellos. Vaya, que más bien al contrario. Que más bien hacia los otros. Más bien hacia nosotros.
Aquella elegante gente-másque-bien que aquel sábado escupía la ex-sala mercantil pareció no advertir la presencia del Dito pero a ojos berlusconianos ese gran corte de mangas no gustó; direcciones al margen, no gustó su marco, porqué por lo demás -¿el qué?- ‘yo qué sé, es arte contemporáneo’ tampoco es algo que pudiera sobresaltar a un gobierno tan curtido y sobreexpuesto como el italiano. Pero el escenario que dotaba de contexto se permitió por la promesa de tener una fecha de corte; una calmante caducidad que termina con un bonito chin pon: medalla por ser tan modernos, por apoyar la cultura y por supuesto, por publicitar un poco más la ciudad; ‘que hablen’ podría ser peor ‘se quedarán cortos’ como cortados están los dedos de Cattelan.
No todos, claro, no todos, siempre hay quien consigue mantenerse en pié. Y es que entre susurros, el laissez faire, laissez passer a la libertad económica que pocos meses atrás parecía destinada a la extinción ha ido tímidamente rebrotando; el desplome del sistema y el fin del mercado actual se quedan solo en palabras a medida que el verde -verde valor- corta bien recto. Y el primer corte fue a las plantillas, seguidamente a los salarios y sin tiempo a protestar, a los presupuestos ¡Confeti! En UK, donde lejos queda ya la cool britannia está muy claro qué partes de las que corta el Támesis hay que salvar. Francia y Alemania echan el resto por el i+d, en pro de un futuro competitivo en el que Asia será quien haga las estocadas. Mientras, en el país de la libertad -sesgada por la oscura mano de un incipiente socialismo, eso si- ante el presumible colapso del sistema, el Plan Obama intenta asegurar su sostenibilidad obviando que éste se fundamenta en un crecimiento acelerado perpetuo, un non-stop de generación dinero/deuda en forma de ‘si, claro, ya te pagaré’. En Italia las calles son tomadas con regularidad por estudiantes que protestan de forma contundente por la privatización de la educación y unas fuertes reducciones en los fondos dedicados a investigación y a los centros públicos, que de una forma u otra terminarán haciéndose.
Y nosotros allí, con la sonrisa cómplice, en la plaza-símbolo de poder, admirando el tótem de ese encantador italiano que vuelve a la ciudad después de bajar los niños ahorcados del árbol, para colocar su irreverente ídolo al que llama LOVE -¿fashion?- justo ahí delante, frente al edificio bursátil, que hace gracia; pero en dirección opuesta, que ya no hace. Y el muy cínico se ríe; de otro, sí, pero no para de señalarte. Como un sado de crueldad refinada, que te musita palabras bonitas al oído mientras el hachazo ya está bien incrustado en el omóplato.
Y finalmente el ofendido que lo discute, el que con más fuerza lo ignora -¿cómo era eso del ‘mayor desprecio…’?- el que se siente calumniado, injustamente señalado por el dedo acusador de Cattelan es aquel al que no apunta. Aquel que todos tenemos en mente. Sí… ése que tiene en casa un Ambrosio esperando con la pirámide de Ferrero Rocher; el que prende fuego al billete para después encender el puro; el que en su lecho de muerte suelta un Rosebud confirmando que es humano y que sufre igual -¡o más!- que cualquier otro; el que roba cachorros de dálmata para lucir chal en los eventos organizados en la antigua sede de la bolsa de Milano… Ése pardillo cumpleclichés que aún cree que el trozo de piedra plantado en la céntrica plaza milanesa es una burla hacia su persona.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)