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En el año 1971 la Tate Gallery programó una exposición del artista americano Robert Morris comisariada por David Sylvester y Michael Compton, por entonces responsable de Exposiciones y Didáctica en la institución. El proyecto nació con la idea de realizar una exposición retrospectiva, pero la propuesta del artista fue diferente… Tan diferente, que apenas duró unos días. Casi cuarenta años después la Tate, en 2009, decidió rehacer la pieza de Robert Morris, eso sí, ahora con todas las condiciones de seguridad que exige nuestro tiempo. Esta es la historia de la vida (y la muerte) de “Neo Classic” de Robert Morris.
En 1971 y quizás partiendo de sus experiencias en el Judson Dance Theatre, Robert Morris planteó para la Tate Gallery una instalación única compuesta de múltiples elementos organizados en tres de los espacios del edificio. La muestra funcionaría como una sola obra cuya intención era confrontar al espectador con su propio cuerpo y con el espacio, en relación a una serie de elementos construidos a escala y a través de conceptos como la consciencia de la gravedad, el esfuerzo, el peso, la fatiga o el peligro. De esta manera, el artista se propuso traspasar la naturaleza objetual de la escultura para centrarse en el proceso artístico y la experiencia del público a través de la interacción física, privilegiada frente al acto de la contemplación.
Todas las piezas de la instalación estaban construidas con materiales sencillos como desechos de metal, cuerdas y planchas de madera, que a través de formas simples combinadas, ofrecían la posibilidad de establecer una relación con el cuerpo a través de una determinada maniobra física. Las tres partes en las que se articulaban los elementos se planteaban como acciones específicas: en el primer espacio se colocaron cuerdas y pesos en los que se jugaba con la idea de oscilación, en el segundo espacio los elementos –cilindros gigantes, esferas- eran móviles y en el tercer espacio se construyeron estructuras fijas y rampas, que ofrecían movimientos relacionados con la experiencia de fricción o deslizamiento. A través de los aparatos oscilantes, elementos móviles y estructuras fijas, por medio del equilibrio y el movimiento, se completaba una coreografía que se orquestaba partiendo de la presentación de un sistema formal abierto, en el que sin embargo se dejaba un margen a la aleatoriedad. La única premisa necesaria para la activación de la pieza era la energía física del cuerpo. La obra funcionaba como una interfaz. A la vez, “Neo Classic” desafiaba los límites del objeto artístico convirtiendo en obra las salas del museo y proponiendo un nuevo modelo expositivo a través de la maximización de la actuación del elemento público.
Acompañando a la instalación se grabó un vídeo de 15 minutos en el que tres personas, -entre ellas, el propio artista y una actriz desnuda contratada para documentar las posibilidades de la instalación- interactuaban con la obra realizando las diferentes acciones de una manera lenta y solemne.
El proyecto se inauguró en mayo de 1971. Pero el día después de la apertura tuvo lugar un suceso inesperado. El público que acudió a la Tate Gallery a visitar la exposición, entre el que se encontraban algunos de los visitantes más exuberantes del museo –en palabras de su entonces director Sir Norman Reid-, sufrió un repentino síndrome de Stendhal y, en un arrebato de éxtasis estético, llevó al extremo las posibilidades críticas implícitas en la obra, que en la práctica resultó ser mucho más divertida de lo que se esperaba. En contraste con la experiencia presentada en el vídeo, el nivel de implicación que los visitantes establecieron con la instalación tuvo como consecuencia la destrucción de algunas de las piezas y diversas lesiones físicas entre el público. Parece ser que el ruido en las salas era atronador y que en las grabaciones de la Tate están registrados los insultos proferidos entre los visitantes. Vamos, que la liaron. La apertura a lo aleatorio más la aplicación de excesiva energía llevaron al sistema “Neo Classic” al estado de entropía. Hasta tal punto que la instalación fue clausurada a los cuatro días para reabrirse más tarde, esta vez sí, como una retrospectiva.
En el año 2002 el vídeo “Neo Classic” pasó a formar parte de los fondos de la Colección de la Tate Modern.
En mayo de 2009 se celebró en la Sala de Turbinas el UBS Opening: The Long Weekend. Una serie de eventos y actividades programadas coincidiendo con la apertura de una nueva sala destinada a la exhibición de algunas obras de la colección. En este espacio se muestran trabajos povera y postminimal que ilustran los conceptos de energía y proceso en las prácticas artísticas. Entre las actividades programadas para ese fin de semana se encuentra el reenactment de la instalación de Robert Morris, esta vez rebautizada como Bodyspacemotionthings. Desde la institución, se explicita la voluntad de acercar al público las prácticas artísticas trayéndolas al presente; en concreto, el arte de los años sesenta y setenta es una etapa que la Tate se ha propuesto acercar al público a través de su programación, y lo hace desde propuestas con un mayor grado de complejidad -como Open Systems- a la presentación de eventos y actividades dirigidas al gran público. Además de constituir un buen ejemplo de esto último, el carácter interactivo de Bodyspecemotionthings encaja perfectamente en la línea de producción de la Tate.
Esta vez, la pieza se recreó con la colaboración del artista, siguiendo los diseños originales, y construida ahora con materiales contemporáneos probablemente más resistentes e inocuos que los originales. Así se instaló en la Sala de Turbinas. Y claro, había colas para participar. Mientras la masa de usuarios esperaba su turno, el personal del museo permanecía vigilante y se aseguraba de que cada uno de los visitantes tuviese el tiempo justo de disfrutar de la obra. Aquellos que tenían la vez, participaban siendo observados por una masa de gente esperando a que llegase su turno para poder acceder a la instalación. Por su carácter lúdico acentuado por lo anecdótico de su historia, Bodyspacemotionthings supuso un éxito de acogida, y permaneció un mes más en la Sala de Turbinas.
Las críticas de prensa que hablan de la Tate reconvirtiendo el arte radical de los setenta en un inocuo entretenimiento familiar se recogen en su misma web. Su director de medios afirmaba que querían recordar aquel momento, hacía entonces –exactamente- 37 años, en el que el público se encontró por primera vez una obra de arte participativa. “Será interesante ver cómo responden esta vez”. La obra ahora se presentaba en un nuevo contexto, y el feedback era completamente diferente. Quizás las conclusiones apuntan a una confirmación de la efectividad de la labor educativa de la institución: el lenguaje artístico de los planteamientos radicales de los sesenta está asimilado hasta tal punto que reacciones como las de 1971 están superadas, ahora el público se conforma con el placer intelectual de la reflexión estética y crítica de la obra. La institución fue llevada a un estado de crisis real en 1971, pero parece que se ha recuperado. Ahora está todo controlado. Hoy todos sabemos cómo comportarnos en un museo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)