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El pasado 15 de diciembre, El País publicaba una crítica de Ángela Molina a partir de la exposición de Martí Anson en la galería Toni Tàpies. El centro de atención no era el trabajo del artista, sino el posible error institucional que suponía que una galería comercial expusiera a posteriori un trabajo de un artista que partía de otro trabajo financiado por una institución pública, el CASM en Barcelona.
A partir de este momento, se desata el debate sobre las relaciones institución pública – galería privada, sobre la producción financiada con dinero público del trabajo de los artistas y sobre qué debe hacer la institución si este trabajo se vende. Un debate de lo más liberal. De algún modo, la situación de precariedad convierte en una supuesta discusión ética aquello que es simplemente una lucha frente a las oportunidades. La situación contextual determina este tipo de movimiento.
Es inegable que el contexto arte participa del sistema capitalista, con un mercado que dicta tendencias, pero no por eso debemos olvidar el factor de lo público. La institución pública no puede ni debe regirse por criterios económicos. Es extremadamente peligroso que la institución decida marcar sus reglas y comportamientos, a partir de criterios económicos, ya que de este modo se puede perder un ritmo de trabajo que puede ser distinto del que marca el mercado. La institución pública puede ser un espacio de planteamientos críticos generales, de crítica lenta, de dudas y interrogantes, mientras que el mercado necesita de resultados y elementos a los que dar un valor económico.
El sistema británico es un buen ejemplo de qué puede pasar al darse un paso hacia la capitalización de la institución pública de arte: el primer peldaño viene marcado por la rentabilidad. La producción tiene que ser rentable. Y si es rentable, se puede invertir menos y menos dinero en el contexto artístico, ya que se pretende que sea sostenible. Ésto obliga a presentar programaciones populistas, tener una enorme conexión con el turismo y entrar de lleno en el mercado. El seguno peldaño indica que, además, esta rentabilidad debe ser social. El dinero público sólo se invertirá en aquello que pueda ser rentable socialmente, y así nos podemos encontrar con un ejército de artistas intentando salvar barrios que desconocen durante las tres o cuatro semanas que durará su proyecto artístico. Con la fachada del arte se elimina la estructura que trata las problemáticas sociales, ya que el dinero público está actuando, via arte, en el marco de lo social. Eso sí, con propuestas de pequeño formato, tiempo limitado, presupuestos reducidos y que no suponen un replanteamiento crítico general del modus operandi de la sociedad. Y los proyectos artísticos se valoran por su contenido social, no por su contenido artístico.
El contexto arte participa del sistema capitalista, con un mercado que dicta tendencias, pero no por eso debemos olvidar el factor de lo público.
La rentabilidad de lo público está en otros lares. El transporte público debe ser deficitario y pagado a través de la racaudación de impuestos, así como el sistema sanitario. No queremos renunciar a estos servicios, cada cual con su utilidad. La utilidad de lo público en arte parece olvidarse en la discusión neoliberal (como la ética bajo el comportamiento capitalista). Es uno de los sistemas de la sociedad civil para replantearse a sí misma, es un sistema donde es posible la duda, la posibilidad, donde el usuario no es simplemente un comprador sino alguien a quien se le pide una responsabilidad crítica. Es el espacio donde se puede hacer análisis político sin hacer únicamente política, es un espacio de conexión entre pensamiento y sociedad, con un ritmo propio. Un espacio que se puede definir como educativo, entendiendo la educación más allá del sistema cerrado de la educación tradicional. Por estos motivos, es necesario para la sociedad que exista la institución pública de arte, a la que se puede pedir responsabilidades bajo estos conceptos.
Pedir el pago de la producción al artista si este vende su obra implica varios problemas. Para empezar, significa que la institución no está dispuesta a producir conocimiento en forma de obra y asumir su coste. La institución paga y saca su propio rendimiento. Se montan exposiciones, se ocupa el espacio expositivo, se ofrece algo al usuario (siendo realistas, la institución aún no ha entrado en el post-fordismo). La institución utiliza el nombre del artista, y su posicionamiento dentro del contexto arte, para ofrecer algo que pueda ser de interés. El artista y la institución tienen un contrato temporal. Y lo sorprendente es que en esta situación precaria sabemos que los sueldos que reciben los artistas en muy pocas ocasiones cubren el tiempo destinado a realizar un trabajo. O sea, que en vez de buscar un trato corrrecto con el artista y los trabajadores del arte, lo que se propone es participar en un estado de desconfianza.
Con la fachada del arte se elimina la estructura que trata las problemáticas sociales, ya que el dinero público está actuando, vía arte, en el marco de lo social.
Se parte de la idea que alguien quiere estafar a alguien, se parte del estado de desconfianza contínuo, de la competencia salvaje, del engaño como sistema de trabajo. Y la institución no se quiere sentir estafada. Estafada en algo más allá de sus funciones. La galería debe representar al artista, y no puede ser un enemigo de la institución. Es bueno establecer colaboraciones a priori, algo que casi sucede de forma natural. La galería es un equipo de trabajo del artista que trabaja gratis para la institución. Pagará una publicidad extra, facilitará el trabajo de la institución (será la galería quién mandará material para prensa, quién actualizará el currículum del artista, quién invitará a sus contactos) pero lo más importante es que la galería debe ser un interlocutor crítico para el artista, ya que también está interesada en que la presentación del trabajo sea positiva. Y si el artista puede sacar más rendimiento de su trabajo es algo de lo que nos deberíamos alegrar. Significa que el trabajo de la institución ha sido bueno también. Significa profesionalidad. Seguramente la institución también sacará algun rédito extra si el trabajo de los artistas que ha expuesto se encuentra en circulación.
¿Y qué pasa con aquellos artistas que no tienen galería? Si no se puede recuperar lo invertido, ¿seguirá la institución mostrando algún interés en ellos? Porque parece claro: si el estamento político puede invertir menos en el sistema arte evidentemente lo hará. Es el camino hacia la pseudoprivatización de lo público.
Además, la institución no es una figura clave en el entramado de lo comercial en el arte. No puede, por este motivo, marcar las normas, ya que no está legitimada para ésto. ¿Qué institución va a hacer firmar según qué tipo de contratos a alguna de las galerías importantes de Chelsea, por ejemplo? ¿Implica ésto que ya no se puede presentar el trabajo de aquellos que no quieran participar de esta normativa? De nuevo, los criterios económicos estarían dictando quién puede y quién no puede estar en la institución.
¿Y porqué sólo se habla del trabajo de los artistas? ¿No se va a tocar sólo al mas débil? ¿O vamos a lo más fácil? ¿Alguien va a pedir dinero de vuelta por conferencias que se repitan en otros lugares? ¿Por textos republicados? ¿Alguien va a pedir compensaciones a comisarios por posibles éxitos posteriores? Y, ya de paso, ¿va a pagar la institución algo a las galerías por el trabajo que hacen?
¿Cómo puede una institución pública destinada a la cultura basarse en criteros contables? La función del centro de arte, del museo, de la sala de exposiciones (hablando de lo público) es mostrar la creación artística. No se trata de hacer dinero con ello.
Creo que sería más interesante plantear un modelo dónde la institución fuera un elemento clave en la producción artística, donde se facilitara la posterior distribución. Será de este modo cuando la institución podrá tener un papel principal en el sistema arte, convirténdose en un espacio de creación de sentido que podrá ocupar, después, otros espacios. Podríamos hablar de un modelo de producción crítica con influencia en otros sectores, pero válido por sí mismo.
Y también es inegable que nos seguiremos encontrando con funcionamientos irregulares varios, con actitudes de aprovechamiento de las brechas, con intentos de abuso, pero no podemos basar un sistema en la posibilidad de lo negativo ni en algo intangente como un posible dinero a recuperar. Deberíamos pensar en un sistema basado en algo realmente intangente como la creación de sentido a través del arte contemporáneo. El foco de interés principal a veces parece ser algo absolutamente marginado.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)