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A no ser que conozcas de antemano su obra, la completa retrospectiva que actualmente muestra el MACBA sobre la trayectoria artística de Peter Friedl (Austria, 1960), no ofrece de entrada demasiadas pautas de interpretación o acceso. No obstante, el riguroso lema cronológico de “Peter Friedl: Obra 1964-2006” esconde una carga de emotividad e impacto fuera de lo común desde el campo del arte.
Si una de las posibles funciones del arte contemporáneo se encuentra en su capacidad por ofrecer otras lecturas a aquello que nos rodea, otras fórmulas de identificación con lo real más allá de lo establecido y dictado por un mundo complejo y definido por estructuras de poder (algo que afecta siempre, vivas donde vivas, hagas lo que hagas), las intenciones de Peter Friedl se sitúan precisamente en ese punto intermedio y frágil que existe entre la imposición constante y el deseo utópico de un mundo mejor; un mundo más justo, más sincero, en definitiva, más feliz.
Por este motivo, no es extraño que uno de los ejes vertebradores de su trabajo se encuentre directamente relacionado con la infancia, un paralelismo conceptual nada naïf que le permite explorar la complejidad extrema de nuestra condición política y social desde parámetros tan inusuales como la inocencia y la ausencia de maldad que caracteriza la identidad del niño. Ahí es donde reside el verdadero impacto de la extensa y variada producción de Peter Friedl: en su revisión obsesiva y metódica de la niñez convertida a su vez en arma de doble filo que nos enfrenta cara a cara a nosotros mismos y a la construcción ética y moral de lo que somos o creemos ser.
Siguiendo un esquema voluntario de falsa retrospectiva – al menos en términos estrictamente artísticos, y solucionado de forma excelente a nivel de display – la misma estructura de la exposición refleja el contacto directo con lo infantil. De hecho, una de las propuestas más relevantes de la muestra es la colección de dibujos del artista, la cual incorpora material producido por Friedl desde los cuatro años de edad hasta el 2006, ofreciendo así una mezcla delirante de intenciones artísticas premeditadas con dibujos de niño ausentes de cualquier tipo de pretensión discursiva; algo que permite un amplio abanico de asociaciones que ni el propio artista llega a controlar. No es este el único elemento atípico de dicha retrospectiva, puesto que la propia presentación de su trabajo – ya sean instalaciones, textos, videos o dibujos – se ofrece al espectador como si de un gran archivo tridimensional se tratara, manteniendo como hilo conductor su interés por detectar situaciones históricas y políticas controvertidas que invitan a análisis específicos al margen de su imposición oficial. De este modo, según recorremos la muestra, descubrimos algunos de sus proyectos más significativos; todos ellos situados en una especie de equilibrio flexible entre cierto conceptualismo artístico, de entrada poco accesible, y un marcado compromiso ético en relación al abuso de poder y fuerza que define el mundo que habitamos; algo que Friedl suele visibilizar desde la capacidad instintiva e intuitiva del niño, o en algunos trabajos, del propio animal; es decir, desde la búsqueda de posiciones no corroídas o manipuladas por el entorno inmediato; o sea, desde miradas ausentes de malicia o jerarquía social.
En este sentido, obras como “Map” (1969-2005), gran mapa basado en un dibujo suyo de 1969 en el que Friedl, posteriormente, cartografía el territorio de Estados Unidos a partir de los pueblos nativos americanos como reivindicación de las historias particulares y minoritarias; “Playgrounds”, obra en proceso desde 1995, en el que proyecta más de 600 diapositivas de parques infantiles de todo el mundo con el objetivo de detectar la ausencia de libertad que define dichas áreas de juego; o el video “Tiger oder Löwe” (Tigre o león, 2000), temática cumbre del arte simbolista aquí reducida a una lucha de fuerzas entre un tigre y una serpiente en tiempo real, ofrecen diferentes aproximaciones al trabajo de Peter Friedl, el cual, pese al eclecticismo de sus formalizaciones, parece invitarnos a reencontrar la inocencia perdida que nos ayudará a comprender de forma crítica y comprometida aquello que, de manera más o menos consciente, forma parte de nuestra cultura.
Peter Friedl se centra en una revisión obsesiva y metódica de la niñez, convertida a su vez en en arma de doble filo que nos enfrenta cara a cara a nosotros mismos y a la construcción ética y moral de lo que
somos o creemos ser.
No obstante, quizás el trabajo que recoge de manera más fiel las intenciones de Peter Friedl sea “King Kong” (2001) – video realizado junto al músico americano Daniel Johnston (Sacramento, 1961) – en el que recupera una de sus obsesiones más recurrentes: el mito del gran mono derrotado por el hombre civilizado. En dicho video, Daniel Johnston, compositor de culto fuertemente marcado por su exclusión social, recita “King Kong” – una canción suya que data de 1983 – en un parque público de Johannesburgo ante la audiencia de un grupo de niños surafricanos; emotiva escena que invita a múltiples posibilidades de lectura: desde la historia oficial de Sudáfrica y las consecuencias del apartheid a la figura incomprendida y atormentada de Daniel Johnston, una especie de niño grande con serias dificultades para enfrentarse a las complejidades de la realidad. Y es que Friedl parece encontrar en la fragilidad y marginalidad de Johnston (una persona de su misma edad atrapada por cuestiones psicológicas en un mundo paralelo y solitario) el punto de inocencia y falta de malicia que parece buscar insistentemente en su manera de interpretar y descodificar el mundo.
Desde la misma voluntad de desarmar las estrategias de poder que construyen la realidad para ofrecer así nuevos modelos de comportamiento no estandarizados, la exposición recoge también el proyecto “Theory of Justice”, referencia directa al filósofo estadounidense John Rawls (1921-2002) y a su intento de renovación de la teoría del contrato social. Una extensa recopilación de imágenes de periódicos y revistas relacionadas en mayor o menor medida con la noción de justicia que Friedl viene coleccionando desde 1992. En este caso, el museo ensaya otros posibles sistemas de presentación y acceso a sus discursos con la edición de un libro de artista publicado por la propia institución.
Finalmente, una vez recorrida la exposición, una vez sumergidos en los códigos de lectura utilizados por Friedl en su corta pero intensa producción, nos damos cuenta que sus intenciones son más claras de los que pensábamos en un principio: simplemente se trata de detectar las fisuras y accidentes que permiten cuestionar la construcción ficticia y parcial de la historia que nos define; algo que, perdida ya nuestra inocencia ante las cosas, condicionados por los modelos jerárquicos de configuración del mundo, nos invita a repensar la realidad desde el retorno o recuperación conceptual de la infancia. De este modo, nos damos cuenta de que, como bien apunta Daniel Johnston en la letra de “King Kong”, aunque con frecuencia pensemos que el “mono” era un “monstruo”, quizás podamos llegar a descubrir que verdaderamente era un “rey”. El problema es que el único que avisó de ello era un niño, y ya se sabe que a los niños no hay que hacerles caso.
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