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Con su última exposición, el New Museum de Nueva York vuelve al centro del huracán. Comisariada por Jeff Koons, ídolo del mercado del arte, presenta obras pertenecientes a una de las colecciones privadas más importantes del mundo. La polémica está servida.
Coincidiendo con la Bienal del Whitney, la primavera neoyorquina suele estar bastante animada en los corrillos artísticos porque la exposición del museo de la avenida Madison suscita siempre un variopinto crisol de opiniones que abarcan todo el espectro cromático y que logran desencadenar debates de lo más acalorados. Pero esta edición de la Bienal que han organizado Francesco Bonami y Gary Carrion-Murayari no ha dado opción a sus críticos incondicionales y se ha revelado como una de las más anodinas que se recuerdan. Para encontrar un blanco propicio para las iras de los críticos, no ha habido más remedio que bajar unas cuantas calles hasta el Bowery, donde el New Museum ha presentado una exposición titulada Skin Fruit: Selections form the Dakis Joannou Collection.Curated by Jeff Koons, una colectiva que, como señala su título, está formada por obras de una de las colecciones privadas de arte contemporáneo más importantes del mundo, la del griego Dakis Joannou, con sede en la Deste Foundation de su capital Atenas. Y como se nos informa, nuevamente en el título de la muestra, ésta lleva la firma del artista Jeff Koons quien, como sabemos, es uno de los artistas más relevantes de las dos últimas décadas del siglo pasado y toda una celebridad en el gremio.
Remontémonos al año 1985 para situar la génesis de este proyecto. En una exposición que el New Museum de Marcia Tucker organiza en torno a la obra de Jeff Koons (su primera individual institucional en Nueva York), un empresario de la construcción griego queda cautivado por una obra del artista americano, One Ball Total Equilibrium Tank hasta el punto que decide comprarla. Este es el punto de arranque de su deslumbrante colección y también de esta exposición. Veinticinco años después, los cuatro elementos de la historia, Joannu, Koons, el New Museum y One Ball Total Equilibrium Tank vuelven a reunirse en Nueva York. La idea, en principio, es buena, incluso asumiendo ese tufillo sentimentaloide que desprende el proyecto en su totalidad. Que un artista se vista de comisario es ya algo comúnmente aceptado en las políticas curatoriales como también lo es la importancia adquirida por la figura del coleccionista privado en el mundo del arte de hoy. Por ahí no parece estar el problema. Pero en la escena neoyorquina pronto se alzaron voces en contra de la idoneidad de programar esta exposición. Dakis Joannou forma parte del “Board of Trustees” (patronato) de la institución neoyorquina como también lo hacen otros coleccionistas e incluso algún galerista (la suiza Eva Presenhuber). El pasado mes de septiembre, The Art Newspaper se preguntaba si era éticamente lícito que una colección de arte privada fuera expuesta bajo el comisariado de Koons, artista del que la colección posee el mayor número de obras. Poco después, el New Museum contestaba en una carta dirigida a la publicación alegando haber gestionado la exposición con la mayor transparencia. Las reticencias de la revista se dirigían a la posibilidad de que una institución privada incrementase indirectamente el valor de las obras de una colección privada, y más concretamente las de Koons, buen conocedor de todas las artimañas para triunfar en el mercado, con quien ha mantenido un constante idilio durante toda su carrera. En España ya es también moneda común que las instituciones recurran a colecciones privadas en sus programaciones (CGAC, Museo Colecciones ICO, etc.), algo que, para quien esto escribe, no es tanto un problema de posible conflicto de intereses como una flagrante y preocupante falta de ideas. Pero, ¿cómo reaccionaríamos si el Museo Reina Sofía anunciara la exposición de la Colección Pilar Citoler, una de las más importantes de nuestro país, cuya dueña es directora del patronato de la institución madrileña?
Cuestiones institucionales aparte, el problema real de Skin Fruit… es que no es una buena exposición. En el catálogo que la acompaña, Lisa Phillips, directora del New Museum, pregunta en una entrevista a Jeff Koons si había comisariado alguna exposición anteriormente, a lo que el artista contesta negativamente. No sabemos si pretendidamente o no, el montaje es abigarrado, con un exceso evidente de obras, muchas de ellas de enorme formato en un espacio más bien angosto. Se ha centrado el artista en trabajos de algún modo antropomorfos, muchos de ellos de formato descomunal, que atestan salas, zonas de tránsito e incluso vestíbulo y cafeteria. Pero más allá de ese denominador común que es el cuerpo, no parece haber mayor vinculación entre las piezas. Koons propone a través de estas obras que nos enfrentemos a nuestra propia mortalidad, lo cual puede ser una opción, pero el público necesitará que se elabore esa propuesta de un modo más concreto. Dice también que al tratarse de obras icónicas serán propensas a generar una plataforma de debate pero no da la impresión de que puedan lograrlo. Hay un altísimo porcentaje de obras “de feria”, muchas de ellas son muy conocidas incluso entre el gran público y poco podrán añadir si no están firmemente sujetas a un discurso porque sobre ellas mismas está ya todo dicho.
Si el deslenguado neoyorquino más voraz buscaba un buen pretexto para lanzar su verborrea, en Skin Fruit… no estará solo. No recuerdo un artículo tan incendiario de Roberta Smith (crítica del New York Times), que en su columna hablaba del show más mainstream del museo menos mainstream de la ciudad. No se si el New Museum quiere ser lo menos mainstream pero sus últimas propuestas han sido proclives a generar una atmósfera ruidosa y verbenera y se encuentran inquietantemente próximas al espectáculo.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)