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Probablemente cualquier cosa que se diga de una exposición de Ondák antes de visitarla sea demasiada información. Uno de los momentos más emocionantes en su trabajo es enfrentarse a él de primera mano sin idea previa alguna de lo que se va a ver. De cualquier forma, y a pesar de no tener una idea concreta de lo que visitaría, no era difícil prefigurarse la actitud que Ondák tendría ante el Palacio de Cristal; el conjunto de su trabajo lo define su actitud. Era casi evidente que lo dejaría vacío para su exposición.
Una vez dentro, el primer desafío: averiguar en qué consiste su intervención allí. En este momento de incertidumbre surge una interesante reflexión en todo el mundo: determinar qué, bajo el criterio de cada cual, puede ser arte, y en particular una pieza de Ondák. Cuando visité la exposición hubieron dos cosas que me llamaron la atención y que por su anomalía con mi relación habitual con el espacio podrían ser fruto de la intervención del artista. Ninguna de ellas lo era.
Sin embargo, tras recorrer el lugar con la mirada, la intervención de Ondák se hizo patente. Una puerta abierta hacia el exterior en un lugar insólito, una puerta abierta donde hasta ahora no se podía ir a ninguna parte. Ondák ha construido una ampliación del Palacio de Cristal en forma de pasarela exterior alrededor del mismo. La ampliación pretende imitar los materiales originales del Palacio, lo que consigue confundir al espectador, que se pregunta mientras recorre la pasarela, si ésta había estado allí siempre, inadvertida, redundando en la capacidad de dudar de nosotros mismos.
Sin embargo en esta maniobra de imitación yace el punto más débil de la exposición, y quizá de ello sea más responsable la producción del MNCARS que el propio Ondák. Las grietas del suelo de la pasarela en la junta con el Palacio original delatan a primera vista lo fraudulento de una arquitectura temporal. Pero sobre todo la diferencia de calidades en el suelo se percibe desde un primer momento al caminar por los paneles huecos que conforman la ampliación frente al suelo sólido del interior.
La pasarela de Ondák no conduce a ninguna parte, no rodea la arquitectura por completo, sino que acaba en un cul-de-sac en cada uno de sus lados. Se trata de una exterioridad a la que sólo se puede acceder desde dentro, pero desde donde lo único interesante a lo que mirar es el interior. No es, por tanto, un afuera, es más bien un exterior. Una interesante reflexión acerca del espacio de la institución y su funcionamiento.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)