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Pienso en Hannah Arendt a partir de la película dirigida por Margarethe von Trotta que se apropia del nombre de la filósofa alemana para plantear un acercamiento a su vida y obra. El filme, en el que prima la poderosa interpretación de Barbara Sukowa, se configura a partir de unas coordenadas que se identifican con la etapa del juicio a Adolf Eichmann, pero más allá de eso me parece que la trama que subyace entre las imágenes versa sobre el acto de pensar y cuestionar. Materia difícil de componer en la pantalla sin generar cierto tedio ante la inacción. Largas escenas en las que la pensadora está sumida en la inhalación de su cigarrillo mientras divaga entre sus apuntes, los archivos de los temas que la ocupan y dilata así el tiempo del pensamiento para que afloren las ideas que posteriormente comparte con los estudiantes, su pareja (el filósofo Heinrich Blücher), los colegas de trabajos, los críticos…
La fuerza que muestra Margarethe von Trotta al dirigir esta película está en las emulaciones de esas tensiones y actitudes propias de Hannah Arendt, para reconstruir la esencia de la vida de su protagonista; algo así como visibilizar su modo de trabajo por medio de la rutina. Y además de este relato lo que dispara esta propuesta es la recuperación de unos modos poco recurrentes en la actualidad, pero que sí lo fueron en las búsquedas de la filósofa: practicar la argumentación, articular el pensamiento, accionarlo y desafiarlo con renovados textos, preguntar por el placer de interrogar al mundo en el que vivimos y de ese modo, como mínimo, intentar su comprensión.
Lo que el espectador ve son gestos, trazos para tantear la comprensión: las maneras de ser de la filósofa, las búsquedas de una consonancia entre sus valores éticos y sus acciones diarias. También los escenarios de la universidad, las aulas, los despachos, los comedores o las salas de reunión propios de una élite intelectual, espacios que contrastan con los viajes a Israel, las imágenes de archivo de Eichmann sentado en el banquillo de los acusados, las inmersiones de Arendt en el bosque, sus largas estancias en soledad para volcar el pensamiento en la escritura… Éstos son algunos de los paisajes que ocupan el tiempo de la película para revelar que, a diferencia de lo que podría haber sido un posicionamiento bien recibido si hubiera jugado la carta ganadora, es decir, condenar a Eichmann por sus actos, lo que procuró Arendt fue ir más allá y preguntarse por el nacimiento del mal, por las formas que permiten llegar a la banalidad y la barbarie.
En este punto el discurso fílmico destaca cómo en la filósofa no primó el miedo a los comentarios de otros («Bizarra defensa de Eichmann», llegaron a decir) ni tampoco el recato al levantar la voz para pronunciar algo que nadie se había atrevido a decir, seguramente ni a pensar. Si había que cuestionar y después lidiar con la tempestad que levantaba la crítica, la agitación de los intelectuales, los políticos…, allí estaba Hannah Arendt dispuesta a debatir.
En esta ruta para articular el imaginario arendtiano hay un aspecto que, aunque vital en su etapa de formación, encuentro prescindible: la puesta en escena de las clases en las que fue discípula de Heidegger, así como sus encuentros furtivos. Estos episodios no aportan nada relevante a la trama más allá de mostrar cómo Arendt desde joven fue obstinadamente consecuente con una de sus grandes inquietudes: hilar el pensamiento, interpelar y hacer del repensar, mientras fumaba, una práctica viva. Disciplina tan escasa como urgente (y no me refiero al acto de fumar) en los tiempos que corren, cincuenta años después de aquel memorable juicio. En este presente continuo quedan muchas líneas que leer y por comprender de Hannah Arendt.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)