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Demasiado manual de instrucciones. El código de un programa de usuario parece hoy por hoy el lenguaje perfecto y funcional que podemos aplicar en cualquier ocasión. Tenemos en el libro de instrucciones la literatura perfecta y la herramienta feliz que nos salva de la ansiedad, del desvarío o de la exclusión social. Incluso algo tan desarraigado como la utopía puede acontecer a la manera de un breviario de autoayuda que indica las maneras de usar la revolución o de organizar su liturgia. Preocupante, sin duda. Hemos rutinizado la utopía como panfleto de una ideología al servicio de cualquier destino común, sin cuestionar su verdadera capacidad de transformación, como la portadora inexcusable de un cambio radical y positivo siempre pirueteando entre lo real y lo deseado. La utopía, a lo largo de nuestro pasado más cercano, ha extraviado en su devenir legitimador el placer del descubrimiento, convertida en un ideología casi mecánica que aplica recetas que solo funcionan de modo apriorístico. Pero la utopía es como el canto de las sirenas en el viaje de Ulises, más inquietante desde el silencio de la navegación que por su pregnante melodía.
Renegando de la utopía como manual de uso, pero no del utopismo como pensamiento ético, el trabajo de Xavier Arenós ronda por los espacios arqueológicos de la modernidad descubriendo los restos inertes de las utopías del siglo XX, sus planes de acción y procesos sociales para un Estado ideal. Excavando en el subsuelo de nuestra memoria o confinándose en madrigueras de autoexilio, las producciones de este artista son como la estratigrafía del trabajo de un topo. Las obras son artefactos y registros documentales que proponen una lectura más eficaz y menos instrumentalizadora del pensamiento utópico y que funcionan como estructuras discursivas asentándose unas sobre las otras. Creo que sus trabajos nos permiten saber algo más sobre lo aprendido y usado porque poseen la opción estética de ser un extraordinario material de lectura sobre los movimientos obreros, la historia de la arquitectura social, los episodios silenciados por la dictadura, los conflictos bélicos o el imaginario anarquista. Una oportunidad del todo relevante que narra la protohistoria del fracaso del sistema económico y social actual.
El artista investiga sin manual de instrucciones, señalando en el proceso de las obras una ruta donde volver a leer el pensamiento y las utopías de Occidente para analizar el deseo de una mejora material y moral de la sociedad. Al fin y al cabo, las utopías son modelos de esperanza para un futuro más justo que no hemos conseguido. El trabajo de Arenós es sólido y coherente, tiene en la figura del poeta Hölderlin y la experiencia de toda una vida en el exilio voluntario del silencio la fuerza emblemática de la distopía.
En la galería Valle Ortí de Valencia acaba de presentar un conjunto de proyectos que se encadenan en una narración abierta sobre las construcciones simbólicas de la modernidad y su ocaso. El título del proyecto, Ubi nihil vales, ibi nihil velis («donde no puedes nada, no desees nada», 2012), es un aforismo que alude al filósofo de origen flamenco Arnold Geulincx, determinista y calvinista que afirmaba que el ser humano es un mero espectador de sus actos sometido a la voluntad de Dios. El artista nos recuerda que esta instrucción también fue utilizada por Beckett en varias ocasiones para acentuar el desarraigo, la esterilidad del lenguaje y la impotencia de la acción como comportamiento radical de su imaginario, siempre en la ambivalencia del vacío. En el escaparate de la galería, una pancarta de lona expande la consigna de este titular como una advertencia para la lucha y también para la derrota.
De entre las obras que se exponen, algunas de ellas producciones anteriores como la del Canòdrom de Barcelona (Arquitectura desplazada, 2010), quiero destacar las piezas dedicadas a uno de los suprematistas rusos más emblemáticos, El Lissitzky y su proyecto Proun. El artista soviético aplicó el término Proun (1919-1925) a una serie de dibujos, pinturas y construcciones designando así un espacio imaginario y radical, más allá de cualquier categoría estética o incluso funcionalista. Una vez más, Xavier Arenós excava en las palabras para observar en ellas la voluntad de comunicar un potencial transformador del arte y de la política. La pieza Madriguera #9. Proun (2012) es una reinterpretación de la composición Proun nº10, transforma la obra original para convertirse en una construcción hueca que ensambla túneles que funcionan como cajas de reverberación para una hipotética comunicación entre un emisor y un receptor. Este artefacto es un espacio heterocrónico donde convive el eco del pasado con voces del presente, el argumento de toda la serie dedicada a los Proun que alcanza su máxima visualidad en las fotografías de una excavación y el simulacro del hallazgo de un objeto arqueológico que se asemeja a una extraña ciudad. Las construcciones, como los residuos, siguen reflexionando sobre los modelos utópicos del pasado. Entre los enigmáticos Proun, cuatro libros de corte social editados por Ruedo Ibérico (colección El viejo Topo) se ordenan en forma geométrica sobre el muro a la manera de nueva insignia del pensamiento libertario. El diseño de las portadas, de corte minimalista, se transforma en una gran pintura mural en el interior de la sala. Toda la exposición reúne un almacenaje potente de la realidad del pensamiento utópico, una experiencia consustancial al ser humano y su lucha contra la resignación.
Las obras de Xavier Arenós no describen la historia ni la justifican, son registros que cruzan y se confunden con la propia naturaleza de los valores que guían el pensamiento de la modernidad, como la única forma posible de entender el mundo y seguir anticipando la utopía.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)