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«Frieze Week» o esa semana en Londres donde la ebullición artística crea situaciones dispares, emociones varias y, también, la posibilidad de descubrir obras de arte que llenen de sentido tanta pose, tanta fiesta y tantos vestidos caros.
La voracidad con la que el mercado del arte contemporáneo fagocita a artistas cada vez más jóvenes es, a estas alturas, tan sólo otro aspecto más del aceleradísimo consumo cultural. Los ciclos de los artistas parecen cada vez más cortos, y sus carreras empiezan a parecerse cada vez más preocupantemente a las de los deportistas, destinados a triunfar jóvenes (en el mejor de los casos) para después ser olvidados o criticados por repetir la fórmula que les legitimó en primer lugar. Esta frenética maquinaria ha estado muy presente en mi cabeza durante mis paseos por la ya conocida como “Frieze Week”.
El éxito del artista Ed Atkins (Reino Unido,1982) es sintomático. Relativamente desconocido hace tan sólo un año, durante esta edición de la feria su trabajo se ha podido ver como parte del programa Frieze Film –con su excelente vídeo “Delivery To The Following Recipient Failed Permanently”–, en el stand en la feria de su galería (Cabinet), en Tate Britain con una exposición monográfica dentro del prestigioso programa Art Now y en el screening de su colaboración de Haroon Mirza y James Richards en la impecable Chisenhale Gallery. Como colofón, una imagen de uno de sus vídeos adorna la portada del numero de octubre de la revista Frieze. Atkins es, sin duda, uno de los artistas más excitantes de la escena británica del momento. Sus vídeos en HD demuestran un dominio de la edición y del sonido absolutamente excepcionales. Hipnótico y subversivo, su trabajo manifiesta una obsesión con lo corpóreo, con su estatus precario y perecedero frente a lo artificial y al objeto. Esta fascinación decadente, junto a su ritmo de montaje y exquisito uso de los colores como elemento compositivo lo convierten en el hijo postmoderno de Kenneth Anger con Paul Sharits, que decide hacer vídeos después de ver las tomas rescatadas del “Infierno” de Henry-George Clouzot.
En la sección de proyectos site-specific llamada Frieze Projects, en la que este año han participado los artistas Laure Prouvost, Christian Jankowski o Pierre Huyghe entre otros, el proyecto que más revuelo ha causado (con permiso del yate de Jankowski) ha sido el del colectivo Lucky PDF. Estos cuatro artistas, (todos nacidos en Reino Unido en 1986) han montado un estudio de televisión en la feria abierto al público desde el que han ensayado y retransmitido un programa de una hora en directo durante cada uno de los cuatro días que la feria ha estado abierta al público. Cortinillas de estética new age digital dan paso a discusiones sobre Spinoza, una actuación de una banda japonesa de krautrock, o a una entrevista en la que el artista Cory Arcangel es sometido a un cuestionario confeccionado para el actor cómico Leslie Nielsen de manos de un comisario londinense disfrazado de tomate gigante, por poner un ejemplo (el vídeo de esta entrevista se puede ver aquí).
El mundo de Lucky PDF es un pastiche en el que la teoría y el pop, la crítica y la parodia co-existen en un plano similar. Algo así como la experiencia de navegar por Internet sin rumbo fijo llevada al formato televisivo. Y –al igual que Ed Atkins– durante el año 2011 han pasado de un relativo anonimato a realizar proyectos y exposiciones en instituciones y galerías en Londres, desencadenando por el camino una euforia de retransmisiones por Internet hechas por artistas. La única sombra en tan soleada perspectiva para estos artistas es la posibilidad de lo efímero: ¿Cuál es la receta para mantenerse en ese punto de equilibrio entre creatividad, credibilidad y relevancia cuando se ha alcanzado un éxito tan rápido y fulminante?
La otra gran cuestión manifiesta en la feria –en una edición ensombrecida por las tensiones político-económicas y el terror al desplome de los mercados–¬ fue una apuesta por lo seguro: por los nombre establecidos, por el color y por los trabajos en 2D (pintura, fotografía y el retorno triunfante del collage). Significativa también la poca presencia de vídeos, por no hablar de la desaparición de los proyectores de 16mm, tan ubicuos en años pasados.
Sin embargo, y a pesar de no haber sido una edición arriesgada y valiente, sí hubo un buen número de galerías y piezas por las que mereció la pena aguantar las largas horas bajo las luces de neón y entre las hordas humanas. La galerista Elizabeth Dee acertó mostrando varias piezas de vídeo de la artista neoyorquina Alex Bag –algo así como la “hermana mayor” de Ryan Trecartin– y la siempre fantástica Adrian Piper, con una serie de figuras recortadas y collages realizados en los años 90. Y fue una delicia encontrarse con la presentación monográfica y retrospectiva de Helena Almeida en el stand de Helga de Alvear. Una cuidada instalación con un buen número de sus fotografías y dibujos ¬–a caballo entre la exploración del cuerpo en el espacio, la performance y el arte conceptual, similar por momentos a algunas piezas de Vito Acconci o Bruce McLean–, que sedujo también a los comisarios de Tate, que adquirieron algunas piezas para su colección permanente.
Pero probablemente la pieza más fascinante de toda la feria, y la que me llevé a casa sin necesidad de comprarla, se hallaba en el stand del galerista berlinés Johann König, que presentó el nuevo vídeo del artista Jordan Wolfson, “Animation, masks” (2011). En él, una animación en 3D de un inquietante carácter llamado Shylock asume las voces de diferentes personajes a través de varias narrativas fragmentadas en las que se abordan las dicotomías y conflictos propios del binomio amor/sexo. En una de sus partes, oímos un diálogo entre el propio artista con una mujer. Sus voces y respiraciones relajadas parecen sugerir que están en la cama y que sus cuerpos se están tocando. Wolfson pide a su compañera que describa cómo es acostarse con él, a lo que ella accede con una tensión e inconsistencia propias del flirteo. La sensación de que quizá no deberíamos estar escuchando esta íntima conversación, que suena tan real, queda anulada por nuestra propia identificación con la familiaridad de este tipo de situación (amorosa-sexual). Mientras esto sucede, lo único que vemos es la cara de Shylock, cada vez más desencajado y errático dentro de su estatismo digital. Shylock sostiene en su mano –y de vez en cuando ojea con nosotros– un reciente ejemplar de Vogue Paris con Kate Moss en la portada, reproducido hasta el mínimo detalle. Los fondos de la pantalla cambian incesantemente, mostrando interiores burgueses y sofisticados como los del Vogue unas veces y casas humildes de aspecto proletario y desordenado en otras.
Es imposible enumerar la cantidad de resortes que estas capas de significados activan en el cerebro del espectador: la cultura popular en la que estamos inevitablemente inmersos, el consumo aspiracional de moda y diseño, la siniestra relación que por unos minutos mantenemos con Shylock, con su corporalidad virtual y sus inquietantes cambios de humor, la conversación cargada de sexo que mantiene la pareja… Todos esos estímulos a priori desorganizados en realidad crean un sistema epistemológico, algo típico en la obra de Wolfson. El artista-ventrílocuo y su muñeco digital conjuran las voces de nuestras esquizofrenias emocionales y post-fordistas, así como nuestra necesidad de extraer significados para guiarnos a través de ellas.
Para alguien que no es coleccionista y con pocas perspectivas de serlo, el encuentro con una pieza de arte de este calibre revaloriza instantáneamente la experiencia de la feria de arte. Porque lo más fácil y habitual es caer en el cinismo inherente al mercado del arte, pero bajo ese techo y en ese “contaminado” contexto, están contenidas cientos de obras reales y sinceras que quizá no volvamos a ver en otro momento. ¿No es eso de lo que se trata, al fin y al cabo? De repente, mientras camino hacia la salida dejando atrás la pieza de Wolfson en busca de una zona con cero estímulos, pienso que todo ha merecido la pena. Al menos por ese momento.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)