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¿Quién se atreve a nombrar todavía la estética relacional de Nicolas Bourriaud? Y sin embargo Santiago Sierra sigue siendo motivo de controversia. Sin ir más lejos este año Miguel Ángel Hernández Navarro ha publicado una novela que toma como referencia a Santiago Sierra, «Intento de escapada». En 2008 publicamos un artículo de Fabíola Tasca sobre la participación de Sierra en la 27 Bienal de Sao Paulo. En él lo comparaba con Bourriaud y, así, contraponía dos maneras de hacer y pensar en arte: el buen rollito de Bourriaud versus la mala leche de Sierra. A veces escribir sobre una exposición concreta puede convertirse en el punto de partida para hacer una reflexión que va mucho más allá.
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Describir el trabajo de Santiago Sierra implica transitar por un campo semántico marcado por términos como “sumisión” o “violencia” entre otros no menos incómodos. Aunque haya construido laboriosamente un trabajo que implica el establecimiento de relaciones entre personas -el artista, los participantes de sus acciones y los espectadores-, estas relaciones no ofrecen una experiencia de empatía. Al contrario, tales relaciones, orquestadas estratégicamente, nos enfrentan a una propuesta incómoda y hostil, en la medida en que determinados actos de violencia se presentan a la audiencia como obras de arte: proyectos que impiden o dificultan el acceso a determinados locales; acciones en las que remunera a personas para ejecutar tareas aparentemente inútiles y que, muchas veces, bordean la humillación; así como gestos de vandalismo.
Sierra parece muy distante de las prácticas relacionales de Nicolas Bourriaud. Tal y como aclara la crítica inglesa Claire Bishop, muchos de esos trabajos relacionales (Rirkrit Tiravanija, Philippe Parreno, Liam Gillick, Pierre Huyghe, Maurizio Cattelan, Vanessa Beecroft, Dominique González-Foster) insinúan y articulan la idea de la creación de una comunidad temporal o utópica. Subyacente a la teorización en torno al arte relacional, en el cual el trabajo es considerado como una forma social capaz de producir relaciones humanas, está la premisa de que tales propuestas engendran experiencias más significativas que las que provoca una actitud contemplativa. Como consecuencia, los trabajos se entienden políticamente por su implicación y por efecto emancipatorio. Pero, Bishop pregunta: “¿qué tipo de crítica está en juego aquí? Y responde: “el trabajo es inclusivo e igualitario en el gesto, aquí lo político implica una idea de democracia”.
Por otra parte, la propia Bishop cita a teóricos políticos como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que han demostrado como inclusión no necesariamente equivale a democracia. A la inversa, estos autores comprenden que la esfera pública permanece democrática sólo en la medida en que la exclusión es tenida en cuenta y está abierta a la contestación: la democracia no implica la desaparición del antagonismo entre las personas.
El trabajo de Santiago Sierra es ejemplar de una sofisticada elaboración de estas ideas. Lejos del énfasis en la convivencia, los intercambios o las colaboraciones, Sierra invierte lo que Claire Bishop califica como “antagonismo relacional”: un proyecto de exhibición de las incómodas relaciones características de la vida en el capitalismo tardío.
Nada más lejos de Sierra que las ideas casi ingenuas teorizadas por Bourriaud: la afirmación de que el arte ofrece herramientas para ver el mundo de forma diferente, la idea de que el arte puede cambiar no sólo la percepción de la realidad, sino la realidad en sí, permitiendo crear nuevas formas de sociabilidad y ofreciendo alternativas a los modelos dominantes, como el capitalismo actual.
Si para Bourriaud es preciso rechazar el estado de las cosas, rechazar la idea de que nada cambia, para Sierra es preciso subrayar lo que existe, mimetizar las relaciones de explotación y violencia características de nuestro mundo contemporáneo. Pero, ¿para qué? ¿cual es el objetivo de ese mimetismo riguroso? Cuathémoc Medina puntualiza que esas preguntas alimentan buena parte de las voces críticas indignadas con la poética de Santiago Sierra. Para esas voces, lo inadmisible en el trabajo del artista es la ausencia de ejemplaridad moral en sus acciones.
Tal ausencia se compara con su propio lugar de enunciación (artista europeo que interviene el Tercer Mundo) y como ésta es un elemento constitutivo de las situaciones que provoca. Sierra es un ciudadano español que impone actos humillantes a latino-americanos de clases bajas, sobre la mirada indiferente, o humanitaria, de los actores del mundo del arte. La representación de ese lugar, la representación de su propio papel, así como la representación del papel que tienen los participantes de sus acciones, parece ser una clave interpretativa de su proyecto.
Su trabajo no constituye una extravagante contribución estética, sino un signo de que estamos dentro de un sistema universalmente violento. Así, Sierra dirige el foco hacia su propia participación en ese sistema. Y al hacerlo, el artista nos convida a insertarnos en la significante implicación constitutiva de su obra.
De pronto, pensé en el lugar que este artista “políticamente incorrecto” podría ocupar en la 27 Bienal de São Paulo, articulada sobre el tema “como vivir juntos”. Considerando el “antagonismo relacional” promovido y reiterado como estrategia de su trabajo, imaginé que su participación en esta Bienal sería algo así como una pregunta imprescindible: ¿querer o no vivir con los otros?
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