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Can Xalant, el centro de creación y pensamiento contemporáneo de Mataró, ha devenido una referencia para el despliegue de la última ola de centros de arte en el territorio catalán. La reciente noticia sobre su cierre y replanteo por parte del Ayuntamiento de Mataró es alarmante si consideramos que, con una trayectoria de solamente siete años, Can Xalant ha alcanzado sus objetivos con creces y se ha consolidado como un centro de producción que funciona a pleno rendimiento en relación a distintas escalas territoriales, conectando la ciudad de Mataró con distintos contextos nacionales e internacionales.
Asimismo, la situación nos debe alertar aun más si atendemos a las implicaciones que tiene el cierre a nivel de políticas culturales. Can Xalant no sólo se suma en la cadena de desmantelamientos de espacios culturales que Cataluña lleva acumulando en los últimos tiempos, sino que lo que se está echando a perder en ese caso es un espacio que desde su inicio se planteó como modélico. Y esto por distintas razones.
El año 2006 el centro iniciaba su andadura como punta de lanza de un Plan de Centros de Producción y Creación con el que la Generalitat ha llevado a cabo un conjunto de convenios con administraciones locales para el desarrollo de una red de centros de arte en distintos puntos del territorio catalán. Asimismo, el modelo de gestión que se proponía desde este marco resultaba un paso adelante frente al dirigismo político del que adolecen generalmente los equipamientos culturales en nuestro país, formándose, en el caso de Can Xalant, un equipo de dirección por medio de un concurso público que llevaría a establecer la cooperación entre la empresa Trànsit Projectes con la asociación ACM, esta última pionera en la promoción del arte contemporáneo en la misma ciudad y desde hacía más de diez años por aquel entonces. Ni con el despliegue simultáneo de fábricas de creación que ha tenido lugar en distintos puntos del Estado Español ni con tantos otros casos de instituciones artísticas probablemente se hayan conseguido situaciones de interlocución tan lograda entre la administración pública, la industria cultural y el tejido artístico.
En el resto de centros que se han constituido con el ulterior despliegue de la red encontramos variaciones sobre el mismo modelo, como ha sido el caso de Bòlit en Girona, ACVIC en Vic, y el más reciente Centre d’Art de Tarragona. De igual modo, es importante señalar como este cambio de modelo también obtuvo una reverberación importante sobre el contexto catalán en general. Pues no podemos entender como casual que al cabo de tan solo un año de la apertura de Can Xalant tuviera lugar en su sala de actos la constitución de la XarxaProd, la Xarxa d’Espais de Producció d’Arts Visuals de Catalunya, con la que se articulaba una segunda red que ha formalizado la relación, en este caso, entre una cantidad importante de plataformas, proyectos y espacios del contexto catalán. Una de sus primeras acciones fue definir un código de buenas prácticas entorno a los modos de gestión y actuación, el cual debería ser útil, precisamente, tanto para organizaciones independientes como para los espacios de la administración.
Pero una vez llegados al 2012, es, con la reaparición de la postergada aprobación oficial del proyecto de red de centros por parte de la Generalitat, cuando acontecen las mayores amenazas para dar continuidad a un modelo como el de Can Xalant. Si bien el centro se encuentra en la misma génesis de la política de centros territoriales y, precisamente, se esperaba que la constitución de la red oficial sirviese para proteger su modelo, con la presentación del proyecto de ley de la Xarxa de Centres d’Art de Catalunya, nos encontramos con una situación tan paradójica como altamente nociva por las implicaciones que tiene a nivel de políticas públicas.
Es importante recordar las palabras con que, el mismo mes de marzo en que se presentó ese proyecto, el conseller de Cultura Ferran Mascarell hablaba del cierre del Espai Zer01 por parte del Ayuntamiento de Olot. Si bien lo lamentaba, Mascarell se desentendía también de la situación arguyendo que la Generalitat no podía interceder en una decisión que, tratándose de un espacio municipal, correspondía por entero a la administración de Olot. Así, cuando en la inmediatamente posterior presentación de la Xarxa de Centres d’Art de Cataluña se anunció el traspaso de prácticamente toda la responsabilidad sobre los centros de arte a las respectivas municipalidades, la propuesta de decreto no se podía leer sino como un acto temerario por parte de la consejería de Cultura o bien, directamente, de mala fe. Así, cuando Pep Dardanyà, director de Can Xalant, manifiesta que, frente al anuncio de cierre por parte del Ayuntamiento de Mataró, se ha sentido “desesperado” frente a una Generalitat que, todavía a día de hoy, no se ha pronunciado sobre la situación, no hace más que confirmar que empieza a dar resultados la carambola que ha supuesto el replanteo de la red de centros. Después del caso del Espai Zer01 resultaba evidente que romper la simetría entre la administración local y la autonómica por lo que respecta a la responsabilidad con unos centros de los que, al fin y al cabo, se espera una incidencia supramunicipal, era conducirlos a una situación de extrema fragilidad, al mismo tiempo que la Consejería de cultura se podía lavar las manos dado el caso de su hundimiento.
Por otro lado, entrando en cuestiones de discurso, el hecho que la Xarxa de Centres d’Arts Visuals de Cataluña ha devenido una ratonera para la mayoría de los centros de arte que de entrada debería dar soporte, también queda bastante claro con la primera pantalla de su powerpoint. Allí queda patente el cambio de agenda en relación a la misión del sistema público del arte contemporáneo en Cataluña, cuando como aspecto central se sitúa no otro enunciado que la relación “artista / público”. Es decir, por lo que a la consejería de Cultura se refiere, el entramado de galerías, museos, programas locales, salas de exposición y, cómo no, los mismos centros que articulan de Xarxa, tiene como misión principal la creación de público para el arte contemporáneo. Tomando en consideración que Can Xalant es un centro especializado en producción, que en lugar de exposiciones multitudinarias su labor es la de editar vídeos y pistas de sonido, o que en lugar de actividades para públicos familiares acoge a artistas en residencia, organiza intercambios internacionales y programa actividades para la formación especializada en arte contemporáneo, podemos convenir, pues, que en marzo de 2012, el centro de arte ya tenía su muerte anunciada.
En la conversación que A*Desk publicó a finales de 2006 entre Pedro Soler, entonces director de Hangar, y Pep Dardanyà, el director de Can Xalant hablaba sobre como un centro especializado en producción y a la vez ubicado en una ciudad mediana y perteneciente a la administración pública, tenía que considerar algunos matices al respecto del modelo de Hangar. En el caso de Mataró se consideraba que el centro no se podía limitar a abastecer de recursos a los agentes del sector artístico y que, en cambio, también devía movilizar procesos de devolución social de su actividad. Nos encontrábamos pues frente un centro que precisamente tenía como reto ensayar nuevas relaciones, ya no con el público en tanto que audiencia, sino con el tejido social. “Arte / sociedad” en lugar de “artista / público” era la fórmula en dónde, efectivamente, se apoyaba la primera hipótesis de red territorial de centro de arte, la cual, además, está mucho más acorde, no sólo con los modos de hacer del arte actual, o igualmente los conceptos más recientes de equipamiento cultural como son las fábricas de creación, sino que también de la definición de la cultura en tanto que recurso de la que hemos oído a Ferran Mascarell hablar largo y tendido en tantas otras ocasiones.
Al cierre del Espai Zer01, Haizea Barcenilla sostenía también desde A*Desk que la crisis actual de la cultura contemporánea en Cataluña se debía entender como “una vuelta al orden« más que por razones económicas. Y, efectivamente, con el cierre de Can Xalant probablemente estemos asistiendo al principio del fin del soporte público hacia modelos progresistas de gestión y producción de la cultura. Se ha tratado de un centro desde el que, precisamente, se ha trabajado por reinventar los modos de interacción entre arte y ciudadanía, y en ese sentido es incuestionable el esfuerzo que se ha realizado durante sus años de existencia para ensayar soluciones y pensar vías de desarrollo para el trabajo en red, colaborativo, deslocalizado y que conllevase la producción de réditos en relación a distintos ámbitos sociales. Un modo de trabajo que apenas se había experimentado hasta el momento desde las instituciones artísticas del contexto catalán. Y algo que, precisamente en los tiempos de crisis que nos acechan, estaría mucho más acorde, también, con la posibilidad de encontrar modos de decrecimiento cultural que fueran sostenibles en relación a las necesidades del sector cultural, así como las del tejido social en general.
Pero lamentablemente no es así. En un momento de especial fragilidad para la cultura, vemos como las administraciones públicas no sólo hacen y deshacen para desatender y quitarse responsabilidades de encima sobre aquello que en los últimos años se ha conseguido levantar por medio de la interlocución, sino que además lo hunden definitivamente cuando declinan su soporte hacia medidas que para nada son renovadoras y que en cambio rezuman de un populismo exacerbado. ¿Cómo debemos entender sino que, en la misma legislatura del cierre de Can Xalant, la gran apuesta cultural del Ayuntamiento de Mataró haya sido la colección de arte de Luís Bassat, con el cual se ha articulado un consorcio que se dota anualmente de una cantidad económica que duplica la aportación del municipio al centro de arte, y que se define ni más ni menos como “una recopilación de arte contemporáneo, reflejo de la pasión y gustos de sus propietarios”?
Y a ese giro en los modos de utilizar la cultura desde el ámbito público de Mataró le encontramos también un homólogo a una escala territorial mayor, cuando el presidente Artur Mas ha procedido a firmar esa misma semana un convenio para la apertura de una sede del Hermitage en el puerto de Barcelona. En un momento en que la Generalitat sigue sin pronunciarse sobre Can Xalant ni al respecto de la política que emprendió con tantos otros centros esparcidos por el territorio catalán, así como deja asfixiar una gran cantidad de programación y espacios culturales a los que no se ha asegurado todavía recibir la ayuda concedida por ese año 2012, el gesto del presidente de la Generalitat no se puede recibir desde el sector artístico si no es como un nuevo portazo.
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