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La Capella ha presentado diferentes proyectos desarrollados en los últimos años con relación al centro ACVIC en un intento de cartografiar el panorama del arte disidente actual. La propuesta no iba mal encaminada, pero ha dejado en evidencia la necesidad de reflexionar acerca de los cambios en la producción artística y la urgencia de abrir las posibilidades a otros ‘modos de hacer’ para no acabar haciendo lo mismo con los mismos.
Que el sistema capitalista haya periclitado el ejercicio de la artesanía favoreciendo la producción en serie, es un hecho ya asumido. El arte de élite, por otro lado, con su preocupante capacidad para acomodarse al establishment, ha conseguido insertarse en el circuito del mercado global reinventándose como producto de fábrica para no perder el caché por el camino. Ahí tenemos a las grandes marcas multinacionales DamienHirst – JeffKoons – OlafurEliasson abasteciendo con grandes (y millonarias) sumas de mercancía el sistema del arte global.
En un intento de trazar una línea de fuga, la propuesta que ha exhibido La Capella reivindicaba el arte como artesanía, cómo una suerte de dispositivo antagónico centrado en una realidad contextualizada, donde podían vislumbrarse diversos procesos de trabajo a través de los cuales operan algunos ecos críticos del arte actual. Proyectos artísticos, que han ido surgiendo desde ámbitos más o menos próximos, y que se han reunido ahora bajo la idea común de taller de autoproducción.
«Artesanos. Construcciones colectivas del espacio social» se ha articulado a través de cinco metodologías de trabajo (Arte y educación, Diseño útil, Espacio público y dispositivos móviles, Cartografías colaborativas y Crítica social), dando cuenta de la pluralidad de estrategias que se proponen desde el arte contemporáneo en relación a las políticas del espacio y del conocimiento colectivo. Pero la sugerencia corre el riesgo de rozar la ligereza por el estancamiento con el que fueron presentados los diferentes procesos artísticos, como capillas independientes dentro de una misma iglesia. Procesos que parecían quedar reducidos a objetos tipológicos por la insistencia en mostrar el resultado de oficio, dejando de lado el potencial crítico de la investigación artística: el desarrollo en la construcción de la máquina disidente, que es donde realmente se encuentra aquello que nos interesa de lo artesanal.
Lo que nos concierne de lo artesanal va mucho más allá de rescatar el valor de la manufactura, de la técnica manual, de la mecanicidad con la que se construyen una serie de cacharros que se opone a la producción en serie; lo interesante de estos proyectos es su capacidad de proponer un ‘do it yourself’, la posibilidad de emancipación y empoderamiento que presta a los colectivos sociales mediante la autoproducción, permitiéndoles aplicar diferentes soluciones de acuerdo a un contexto específico. Pero además, como señalaría Richard Sennett (en el trabajo que, por cierto, da título a la exposición), el artesano contemporáneo es aquel que es capaz de generar ‘artefactos’, dispositivos en el sentido más maquínicamente guattariano, que no significa fabricar únicamente objetos, sino máquinas críticas que sepan conciliar teoría y praxis, y que se activan de acuerdo a su inserción un escenario y unas problemáticas reales (es ahí donde puede coincidir la crítica social, el diseño, la arquitectura, la pedagogía y la práctica cartográfica).
El espacio urbano contemporáneo, en su progresivo empobrecimiento de la experiencia, reclama la urgencia de producir nueva realidad. De esta manera se explica por qué el trabajo de los «artesanos» contemporáneos tiene mucho más que ver con la producción de conocimiento, que con la producción de objetos propiamente dichos. Las cartas de «Aplicación legal desplazada#3: F.I.E.S.» de Nuria Güell; las recetas urbanas de Santiago Cirugeda, los Wikitankers de Straddle3 y Todo por la Praxis, la construcción de artefactos ‘makeados’, y el juego de construcción del proyecto «Al portal de casa. Els constructors» de Jordi Canudas; no deben entenderse como piezas aisladas que evidencian una labor artesanal, sino inscritas en diversos procesos de trabajo impulsados por la necesidad común de explorar los barrios, de plantear posibles fórmulas de activación de una cierta cotidianidad en las ciudades y permitir el conocimiento de una realidad ‘encarcelada’. Tampoco la práctica cartográfica nos interesa como tal, el arte de limitar el territorio siempre ha existido ligado a una estrategia hegemónica. Lo novedoso sería, en todo caso, explicar cómo los trabajos de Iconoclasistas, Torolab, Stalker/Primavera Romana, Efraín Foglia, Mona Fawaz, Ahmad Gharbieh y Mona Harb, utilizan la cartografía como contra-metodología, como táctica dentro de una investigación crítica para visibilizar la complejidad y las contradicciones del territorio: para generar nuevo territorio.
Es en este sentido como lo artesanal hubiera tenido cabida en el contexto de la exposición de La Capella, pero la escasa documentación que evidenciara las diferentes fases de los proyectos y la aplicación contextualizada de los mismos, junto con la falta de un soporte teórico que los situara, dio lugar a un espacio convertido en almacén, un gran almacén de artefactos separados de su escenario de actuación que (¡no lo olvidemos!) no es otro que el espacio público. De esta manera, las diferentes propuestas bien podrían haberse leído como la imposición de un modelo desterritorializado, como prototipos estandarizados que se han ido generalizando a través de una serie de eventos endogámicos.
El trabajo que ACVIC e IDENSITAT vienen desarrollando en los últimos años bajo la dirección de Ramón Parramón, merece el aplauso por la responsabilidad social con la que se generan cada uno de los proyectos, su apuesta por determinadas prácticas artísticas dedicadas a la investigación crítico-social-pedagógica, el trabajo en red que desarrolla junto a otros centros y asociaciones; y la puesta en marcha de toda una serie de talleres colectivos donde se forma el arte local más emergente. Pero perpetuar modelos sinónimos, atenerse a los paradigmas originados únicamente en torno a la red Arquitecturas Colectivas, significaría poner en riesgo la pluralidad de las propuestas artísticas actuales, neutralizar el discurso disidente y favorecer un panorama artístico de consenso.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)