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Aunque los insertos de arte en la literatura no abundan tanto, probemos a imaginar el comienzo de un libro. Por pedir, que sea uno de ciencia ficción. Y además uno que, como tantos otros, empiece tras el enésimo apocalipsis provisional. Como es de prever, en este afterworld no todos han muerto. Quedan unos pocos supervivientes aleatorios que, tras muchos años y consecutivos esfuerzos generacionales por mantener y desarrollar la raza humana, provocan un renacimiento literal. Desaparecidas las primeras generaciones, queda la transmisión oral de aquel pasado pre-apocalíptico. A medida que avanzan por el territorio llegan a un lugar en el que se encuentran documentos pertenecientes a esa humanidad pretérita. Curiosamente son documentos que se refieren al arte contemporáneo. Textos impresos, en su mayor parte revistas. Y es así como estos descendientes de una historia después de la historia empiezan a jugar al tetris con un pasado que, paradójicamente, ya había presenciado el fin del arte y la llegada de la era post-humana.
Más allá de la poca verosimilitud y de la escasa calidad de esta historia, la pregunta que podría extraerse es la siguiente. Si del arte sólo quedase la crítica de arte, ¿cuál sería la reconstrucción del mismo que dichos textos permitirían a quien los leyese en un futuro? Pregunta de la cuál se infieren más: ¿Cuál es la representación que la crítica actual hace del arte del presente?, ¿cuál es su responsabilidad con respecto a esa representación? Extraviada la autoridad del crítico decimonónico, ¿cuál es entonces el poder de la crítica? Expulsado el juicio del campo de operaciones del pensamiento crítico, ¿qué hace esta crítica que no quiere, no puede o no se atreve a juzgar? Incluso podríamos enredarnos más al afirmar que hace mucho tiempo que el arte –al menos en los textos que hablan de él- dejó de ser buen o mal arte para pasar a ser arte crítico o arte no crítico. ¿Dónde está, pues, la crítica en arte? ¿En la propia crítica? ¿En el arte?
La crítica que, como el arte, se piensa a sí misma también existe. Y es consciente de sus defectos, de su potencial (frustrado), de su responsabilidad y del contrasentido de reclamar cierta autonomía. De querer ser crítica y no ekphrasis intelectual. Y se manifiesta en momentos como el taller que tuvo lugar durante la QUAM y en el que, a lo largo de dos días y a través de una intensa discusión polifónica, surgieron –entre otras- algunas de las cuestiones arriba enunciadas. Igualmente lo demuestran publicaciones como Judgment and Contemporary Art Criticism, que nuevamente derivan de un encuentro (Vancouver, 2009) que necesita de lo presencial para accionar el debate que no siempre tiene lugar donde también debería: en el texto escrito.
Jugdment and Contemporary Art Criticism, además de ceder a la posteridad textos de los diferentes participantes, incluye desde su título la cuestión del juicio. Un término que automáticamente nos remite a Kant, de Kant al romanticismo y del romanticismo a los desperfectos de la razón ilustrada. Y es que emitir juicios está muy mal visto, aunque estén en la base del pensamiento. Será por eso que la crítica tiene que esforzarse en camuflarlos sirviéndose de citas de terceros -preferentemente filósofos o historiadores-, cuando no desterrarlos en procesos de autocensura por parte del crítico. El sobrecogimiento que produce el juicio, tanto en quien lo emite como en quien lo recibe, provoca que la crítica, aún y cuando se pone a examen, caiga en retóricas propias de la filología a la hora de autodefinirse. La tríada crítica-crisis-criticalidad es un buen ejemplo.
Se hace cuanto menos curioso que, en un campo tan vinculado a lo subjetivo como es la crítica de arte, sus productos resultantes se esfuercen tanto en eliminar la subjetividad de quien escribe, que no tiene nada que ver con escribir en primera persona. Transportando la noción de crítica en su propia terminología, es contradictorio que la crítica de arte se haya adaptado a esa positividad frívola que determina el impulso emocional de las redes sociales; que sea consciente de que produce textos para ser leídos en diagonal y que nacen para ser olvidados una vez consumidos; o que se escude en argumentos como que la elección es ya una forma de crítica en sí misma. Pensando en los protagonistas de aquel libro de ciencia-ficción, una de las responsabilidades de la crítica sería juzgar, no sólo qué ofrece al presente, sino la responsabilidad de todo documento de cara al futuro. Para cuando no quede nadie que tenga la oportunidad de conocer los juicios que sí se emiten en esa otra crítica, la que sucede oralmente.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)