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Contra la Cooltura. Epílogo a cuatro manos

Magazine

27 julio 2015
Tema del Mes: Política, ocio, el arte y sus derivasEditor/a Residente: A*DESK
A*DESK_Collage de Oscar Guayabero

Contra la Cooltura. Epílogo a cuatro manos

Epílogo a cuatro manos [[las de Oscar Guayabero (OG) y Joan Minguet (JM)]]

OG: Desde que la pequeña editorial Els Llums hizo realidad en forma de libro la recopilación de artículos, posts y entrevistas de Joan M. Minguet Batllori bajo el nombre de «Contra la Cooltura«, el autor no ha parado de salir en los medios. Obviamente, no durante la prime-time de televisión ni en el semáforo de La Vanguardia, pero si tenemos en cuenta la poca repercusión que tienen los libros en la prensa, y más si hablamos de crítica de arte, se podría decir que Minguet Batllori ha hecho suerte. El problema es que de tantas entrevistas que he leído se me han pasado las ganas de hacerle yo una. Quien las quiera leer no tiene más que buscarlas en la red o en su perfil de Facebook. Así que para dar respuesta a A*Desk hemos pensado hacer algo diferente, no sólo por ser excéntricos, cosa que ya me gusta, si no para intentar aportar una mirada que quizás no hayamos tenido hasta ahora.

Empiezo el epílogo, proponiendo un ejercicio de autocrítica. Haciendo referencia a un programa de TV3, en el libro se dice que sería absurdo pensar que los artistas, comisarios, críticos de arte, se esfuerzan en hacer sus creaciones, discursos expositivos o textos piezas herméticas, inaccesibles al público. Yo no me jugaría nada. He salido de muchas exposiciones o he terminado de leer textos con la sensación de que habían sido creados específicamente para no ser comprensibles para mí. La distancia entre discursos endogámicos repletos de meta-textos y auto referencias y el público no puede ser casual. Si lo fuera, deberíamos hablar de error. Yo creo que el espíritu críptico de muchas exposiciones forma parte de una manera de entender el arte. Estoy totalmente de acuerdo con que la cultura que me interesa es aquella que me pide un esfuerzo, pero hay que dar pistas, crear enlaces, generar narrativas no didácticas pero sí comprensibles. Ahora bien, esto es más arriesgado, si el público genérico -no el fiel y cómplice-, entiende las propuestas y es posible que opine, incluso es posible que critique y que ponga en duda alguno de los aspectos de lo que ve. ¿No será esta distancia entre público y discurso una defensa para protegerse? Si partiéramos de esta hipótesis, el análisis del panorama del arte cambiaría y la prepotencia no sería sino un síntoma de debilidad y miedo escénico.

JM: Pero ¿cómo encuentras el equilibrio entre el «hacerse entender» y el decir cosas interesantes, que requieran esfuerzo por parte de todos? Porque se trata de una cuestión de equilibrio, de encontrar vías de socialización de tu trabajo, de ser transparente o comprensible, pero sin caer en el blockbuster, en el entretenimiento alienante. En realidad, en la comprensión de la cultura de hoy hay algunas posturas demagógicas: una exposición de arte contemporáneo debe tratar de hacerse entender por la mayor parte de público, de acuerdo, pero no podemos perder de vista que el fenómeno del «museo como espectáculo», de los museos repletos de visitantes es nuevo, producto de la propia sociedad del espectáculo que diagnosticó Debord. ¿Cuántos de aquellos visitantes entran en el museo para aprender algo, para mirar y no sólo para ver, cuántos entran habiéndose preparado mínimamente para saber qué se encontrarán? Una exposición, por más comprensible que quiera ser, es un artefacto intelectual, complejo, construido en base al engranaje entre un recorrido visual y un recorrido intelectual. Y todo esto no puede ser digerido como un partido de fútbol. Se necesita una predisposición, un esfuerzo. Una vez hecho este esfuerzo puede que llegues a la conclusión de que lo que te ofrecen es demasiado impenetrable, hecho por un grupo de arrogantes, pero ante todo debemos saber que hay un tipo de cultura que no está hecha para todos los públicos, esto es una entelequia absoluta.

OG: Es una cuestión compleja. Cuando Guy Debord denunciaba la sociedad del espectáculo lo hacía con la intención, quizás naif, de sacar la cultura de su ámbito natural, cerrado, opaco al resto de la sociedad. Para él el arte era transgresión y este poder disruptivo (palabra que sé que te gusta) necesita de la expansión de sus acciones más allá del Museo, más allá del «entorno cultural». Esto no tiene nada que ver con la banalización televisiva. ¿Podríamos hablar de una banalización por endogamia autocomplaciente? Es decir, proyectos culturales que sólo llegan a un círculo cómplice que satisface el ego de quienes los hacen, que a la vez serán público entregado del siguiente proyecto hecho por alguien cercano. Sé que el discurso es malintencionado y tendencioso pero así se entendería la desaparición de la crítica artística, más allá de la frivolización de la sección cultural de los periódicos en formato «cultura y espectáculos». Es decir lo «cool» también puede definir las «tendencias» del propio sector. Parece que va a trompicones, ahora toca arte político, ahora toca cultura de archivo, ahora toca mediadores sociales, etc. Pero en muchos casos, no digo que en todos, afortunadamente, se queda en ejercicios de consumo interno sin capacidad de sacudir la realidad como quería Debord. Por ejemplo en aquella empeño de las exposiciones de archivo al final veías que el display expositivo se comía el contenido. No había intención de que nadie utilizara ese archivo como herramienta de trabajo para generar alternativas, era una simple escenificación del archivo. Cuando la cosa va de mediadores sociales a menudo ves, repito, no siempre, que el conflicto social abordado termina siendo una excusa para, otra vez, escenificar un material «sensible». No penetra en la realidad, toma nota de ella, la estetiza y la convierte en materia artística para el disfrute de artistas, curadores y críticos fieles.

JM: Digámoslo claro: el sector cultural, el sector de las artes visuales como parte integrante de la cultura, debe encontrar maneras de pensarse y repensarse permanentemente, más de una vez he aludido a la necesidad de la autocrítica. Urge un puñetazo sobre la mesa para que no sean unos pocos los que deciden sobre todo el sector, para eliminar este silencio (el silencio siempre es cómplice del sistema) que la gente del teatro, de la literatura, de las artes, del pensamiento ha mantenido en unos momentos de una tensión social arrolladora. Y, con todo, no creo que el concepto de «cool» sea el que dominaría nuestro campo de trabajo. No somos nosotros lo que queremos eliminar el pensamiento, la disidencia, la crítica de arte… Fíjate, la crítica se practica más que nunca, como dice James Elkins, porque se ha reinventado después de que el periodismo le hubiera tomado sus tribunas tradicionales dejando sus páginas con una pretendida información neutra. Quiero decir, por si no me explico, que tienes razón en que a veces el museo de arte contemporáneo toma la realidad social, el conflicto, y «se limita» a constatarlo o, como dices, a estetizar-lo. Sin embargo, ¿no será esta su misión? ¿Puede el arte hacer otra cosa que discursos, relatos, pensamientos sobre la sociedad? El grito contra la injusticia y la desigualdad de nuestra sociedad se desarrolla en la calle y allí el artista, el comisario, el pensador, sí, también el diseñador, pueden hacer acciones. Pero cuando todo esto llega al museo queda neutralizado, como decía Adorno. Hace poco hubo aquella acción política de Josephine Witt en contra de Mario Draghi: a mí me parece que es una performance, una acción artística de altísimo contenido ideológico, un grito bien alto. Pero mucho me temo que no pasará demasiado tiempo antes de que, legítimamente, y con una voluntad transformadora, algún artista coja aquellas imágenes de la acción, las intervenga de alguna manera (las estetitizará como tú dices) y las presente en un museo de tal manera que aquel grito real en contra del sistema quede neutralizado; no será nada más o nada menos que representación. Y, más aún, como dice Rancière, cuando lo vean los espectadores del futuro, sólo unos pocos espectadores previamente concienciados de las desigualdades sociales entenderán la razón de la obra. El resto sólo verá una chica linda que tira confeti a un señor asustado.

OG: Es por esto que creo que la presencia de los intelectuales, los artistas, los creadores en las redes sociales es tan importante. Me sorprende que a pesar de algunas excepciones la mayoría de creadores visuales utilizan las diferentes redes sociales como un usuario más, un poco de autopromoción, un poco de lugares comunes en las denuncias del sistema, alguna enganchada suave con gente del sector, algo de rasgos personales y nada más. ¿No hay investigación? ¿No hay voluntad de transgredir el propio medio? En este sentido tu posición me parece interesante. Tú entras a la red a «pescar»: atrapas lectores de tweets y posts de alta velocidad y los desvías hacia tu blog donde propones textos que necesitan de lecturas mucho más pausadas. Este cambio de ritmo de lectura me parece una provocación. Tu manera de producir una interferencia en la corriente de velocidad epidérmica, es captar lectores para posts que necesitan de reflexión, de pausa, de silencio. Una buena manera de hackear los medios tradicionales, de estructura vertical y unidireccionales (de arriba abajo), y que en buena medida ocupan el libro por su poder banalizador, sería generar redes horizontales. Estas redes donde es igual de importante el nodo Jeff Koons que el mío, y un post de Noam Chomsky puede generar tanto debate como el mío, podrían equilibrar la balanza en cuanto a la transmisión de información, análisis y discurso cultural. Lamentablemente, no veo a los artistas, curadores y críticos para esta labor. Es como si todavía no se creyeran su potencial y lo utilizaran como teenagers, para charlar. Me recuerda como en el inicio de la televisión, el arte le dio la espalda, por considerarla baja cultura y dejarla en manos de los programadores y publicistas. Y así nos ha ido.
JM: Hace poco, saliendo de la presentación del libro que habíamos hecho Vicenç Altaió y yo, me contaste esta hipótesis tuya, de que yo era un pescador en las redes para llevarlos a un lugar donde la reflexión pueda ir más pausada. No sé si es verdad, pero te agradezco la distinción: I’m the fisherman. Fuera bromas, es verdad que me he encontrado en medio de polémicas a través de twitter en las que me he visto imposibilitado para continuar, con ciento cuarenta caracteres puedes dar una opinión, pero no puedes razonarla. En Facebook es diferente, sí he leído allí debates interesantes, pero de repente aparece alguien que bromea u otro que pone algo tangencial y la discusión se desvía. Pero es que los blogs también son redes sociales y lo interesante es poder jugar con todas ellas, también con las que son sólo visuales. Unos dispositivos sirven para unas cosas, otros para otras, pero lo interesante es que todas están conectadas entre ellas y, lógicamente, con la realidad. Es lo que no han entendido o no saben cómo solucionar los medios tradicionales y la sociedad que representan, la sociedad analógica. Un ejemplo: los que ya tenemos cierta edad, quienes provenimos de esta sociedad «ancien régime», hablamos a menudo de la incidencia de la editorial de un periódico, de la posición de un medio entero en determinados temas (políticos, sociales, culturales…), pero esto sólo es un espejismo. La gente joven sólo tendrá conocimiento de aquellas posiciones de poder si llegan a las redes y si llegan será con la mirada del ciudadano. Periodistas como Josep Cuní o Pilar Rahola piensan que tienen una gran influencia, los políticos antiguos, los «analógicos», les prestan atención, pero todo es mentira, su influjo sobre la población es casi nulo. ¡Es fantástico! Un giro copernicano que también se da en la universidad: ahora en las aulas ya no tenemos que dar información (es la muerte del positivismo, ¡ya era hora!), podemos dedicarnos directamente a la transmisión de conocimiento, al fomento del espíritu crítico. Pero es lógico que todavía queden muchos residuos de la sociedad analógica, todo esto ocurrió antes de ayer y los soportes tecnológicos, los dispositivos cambian vertiginosamente. Aunque tal vez tienes razón con que en el mundo del arte están tardando demasiado en adaptarse al nuevo mundo. La cosa quizá no es que no haya investigación, como tú te preguntas, sino que la búsqueda requiere un tiempo que la sociedad digital no contempla. En la exposición «Especies de espacios» que Fede Montornés ha presentado en el MACBA, hay una pieza súper interesante del Serafín Alvárez que ha hecho una especie de juego de ordenador donde el usuario se mueve por medio de un ratón por una serie infinita de pasillos, de espacios; lo que antes con una pintura serían los espacios de Escher, pintados o dibujados, ahora entran en el museo en formato digital. En fin, ¿no será que pedimos rapidez, respuestas inmediatas a un sector que trabaja -trabajamos- sobretodo con el tiempo?

OG: Así pues, lo deseable sería que después de tu crítica, necesaria sin duda, el papel de la política y los medios de comunicación hacia el arte y la cultura pudieran, más pronto que tarde, escribir un libro que mapificara un nuevo paradigma. En él los artistas utilizan, parasitan y subvierten los medios digitales, (un «Okupemos las ondas» de internet), sin olvidarse de okupar el MACBA para reclamar un nuevo funcionamiento, no sólo un nuevo director, al que por cierto le deseo toda la suerte posible. Estamos en un momento de cambio, no sabemos qué vendrá pero si queremos evitar que sea un continuo de lo que tenemos, los profesionales de la cultura, que no las figuras culturales, deben implicarse de lleno en el papel de la función pública y su relación con la cultura. Como bien dices en el libro, el CoNCA era una buena herramienta, ahora derrochada y convertida en ornamental. «Contra la Cooltura» hace una buena fotografía del paisaje actual, y es ciertamente desolador, ahora toca trabajar para modificarlo.

JM: Yo me apunto a tu desiderata: no hace demasiados años Barcelona era, en el aspecto cultural, un núcleo en plena combustión. Ahora nos toca atizar el fuego, las brasas aún arden, pero las debemos airear.

Oscar Guayabero (Oscar Martinez Puerta), nace en el Raval de Barcelona en 1968. Realiza estudios de Arte y Diseño Industrial en la Escola Massana de esta ciudad. Su trabajo se desarrolla entre la teoría, la crítica y el análisis del diseño y la arquitectura. En la actualidad combina la docencia en el área de sostenibilidad y de historia del diseño y la imagen de diversas escuelas de Barcelona, ​​con asesoramiento externo en materia de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona y proyectos curatoriales-expositivos.

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