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Un cuarto oscuro es, entre otras muchas cosas, un lugar más o menos público donde tener encuentros sexuales. La falta de luz reporta la tranquilidad que da el anonimato y hace, además, que el sentido de la vista no sea el más importante. Todos los cuartos oscuros cuentan con códigos particulares y un acuerdo social propio, y precisamente es esta condición la que les da la autonomía de redefinir lo adecuado y lo correcto en lo que a los usos del cuerpo se refiere.
Un cuarto oscuro bien conocido, es el que se encuentra dentro del Berghain (el también muy afamado club que vio nacer el techno en Berlín allá por los 90). Berghain comenzaba como Snax, una noche fetish itinerante y solo para hombres que, finalmente, encontró su localización permanente en Ostgut en 1998. En el 2003 el local fue vendido pero en 2004 renacía como Berghain/Panorama. Igual que en sus orígenes, Berghain y sexo siguen siendo indisociables. Está presente en la programación, en Lab.Oratory[[Sex club ubicado en el sótano de Berghain]] o en los citados cuartos oscuros. También gracias al sexo, en el club sigue vivo el espíritu de liberación del cuerpo que va unido al techno y la propia cultura de club. Un espíritu que nace del hedonismo y conecta con la definición de fiesta más ancestral, trayendo consigo el abandono a los sentidos a través del baile. La energía compartida, erótica sin duda, crea comunidad al vibrar a través de todos los cuerpos, conectándolos por medio del éxtasis y el disfrute. Este abandono a lo dionisiaco es posible, en gran medida, gracias a la política que Berghain guarda respecto de las imágenes: no hay espejos y las cámaras están prohibidas, así que no es posible tomar fotos ni grabar video o audio. Mediante esta norma, Berghain reivindica un dejar de mirar para poder vibrar, olvidar la vista, reencontrar el cuerpo. Podríamos decir entonces que, al eliminar la mirada, todo Berghain funciona como un cuarto oscuro..
Facebook, uno de los epicentros de la imagen se sirve de 1.790 millones de usuarios que alimentan su base de datos cada minuto. Internet se ha convertido en administrador de esos datos (esas imágenes, y con ellas, el deseo) con los que crear la información desde la que, después, crear flujos de consumo. Berghain, en tanto cuarto oscuro, funciona como lugar de resistencia ante estas nuevas lógicas de capitalización del deseo. Al entrar allí, esos flujos de producción económica no pasan los controles de seguridad. Con el simple gesto de abandonar el móvil, dejamos el ojo, recuperamos el cuerpo. Dejamos, con él, el ritmo abstracto de los algoritmos financieros que se ha instalado en nuestro entendimiento del tiempo y entramos en el tiempo de la fiesta: el de la celebración y el hedonismo, el cuerpo y el sexo. Allí dentro, el tiempo se experimenta como una unidad diferente a las fracciones de producción en que dividimos el día, se opone de manera antagónica al tiempo del trabajo y a su equivalencia en valor y productividad. Sin embargo, Berghain vive una paradoja desde hace años. Se han filtrado imágenes del interior; el club ha pasado a ser uno de los grandes reclamos para buena parte del turismo en Berlín, y aunque aún cumple esa función de lugar de resistencia en la construcción de afectos, se ha convertido indirectamente en un agente gentrificador y en un valor económico para la ciudad. No es un caso aislado, todos los lugares de resistencia se han visto afectados por las lógicas productivas de las empresas culturales. Precisamente esas que, a través de las imágenes, convierten los afectos en potencial productivo al servicio de los mercados. Esas que, al sustituir el cuerpo por la imagen, consiguen una recreación virtual de los sentimientos de comunidad a través de la pantalla.
En los cuartos oscuros de Jon Rafman solo cabe una persona, y el que entra únicamente puede sentarse y mirar a un punto fijo desde donde se emiten imágenes incesantemente. Son estancias para el placer, pero allí la imagen sustituye al cuerpo del otro, o los otros. Si rastreamos el origen de los cuartos-pantalla de Rafman, llegamos a un lugar diferente al que es Berghain. Llegamos a las cabinas de los sex shops, donde la masturbación se hace en soledad. Las pantallas han expandido la mirada voyeur, inutilizando el uso de cualquier sentido que no sea la vista e impidiendo la presencia de más de un sujeto. En el progresivo abandono del cuerpo del otro, y del cuerpo de uno, los cuartos oscuros ceden el lugar a un nuevo modelo: los cuartos pantalla (o el espacio simbólico que se crea alrededor de nosotros cuando nos ponemos delante del ordenador o del móvil, donde solo el ojo es necesario para nuestro goce). Lo colectivo, tal y como lo entendíamos, ha desaparecido ya que el uso del placer y del deseo no necesitan de la presencia del otro, ahora es suficiente con conectar las miradas a un determinado flujo de deseo, emitido siempre desde la pantalla. El deseo al servicio de una imagen que existe como herramienta de las lógicas del mercado, unas lógicas que no se conforman con haber erradicado los cuerpos, sino que aspira a sustituir a la realidad misma.
El sexo virtual nos promete ser real, al fin y al cabo, llevamos décadas entrenando el ojo en un uso de las imágenes que nos permita experimentarlo como tal. Las gafas de realidad virtual son el último modelo de cuarto-pantalla, a la medida de esta deriva del ojo sin cuerpo. Con ellas, la realidad ya no es necesaria y toda la energía sexual y erótica existe solo como datos de consumo que se comparten IRL en internet. Si follar, una vez fue un goce con posibilidades de ser absolutamente improductivo, esta realidad está cada vez más lejos.
Frente a este devenir del placer, el uso del cuerpo que se defiende desde el Berghain es imprescindible para recuperar el cuerpo. La fiesta, lo erótico y el sexo, tienen la capacidad de establecer relaciones de comunidad, de causa colectiva. Entendido así, el sexo es aún capaz de unirnos socialmente a través de una energía que, por improductiva, reactiva el ritmo erótico de toda relación social. Entendido así, el sexo cuerpo a cuerpo es necesario para abandonar ese entendimiento del deseo y de lo social basados en el like y el share, donde todo movimiento se encuentra al servicio, y es función, de su propio mantenimiento y regeneración. Reivindiquemos lo improductivo, vivamos la fiesta, el sexo, el contacto físico y su erotismo desde lo carnal y no desde las imágenes. Vivamos el cuerpo como lugar de rebeldía y de supervivencia, para poder batallar y organizarnos frente a los intentos desesperados que se hacen de controlar los flujos de cultura, y con ella, de los sujetos.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)