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Duchamp y Picaba han vuelto a Barcelona, acompañados de Man Ray, en una exposición en el MNAC (producida por la Tate Modern de Londres) en la que, más allá de tendencias y movimientos artísticos, se quiere explicitar la relación entre estos tres iconos del arte del siglo XX. Una buena oportunidad para ver una serie de obras que difícilmente es posible ver juntas, algunas que apenas viajan, y de unos artistas que aun hoy marcan el devenir del arte.
La figura de Marcel Duchamp reaparece de tanto en tanto como la gran referencia que es para el arte contemporáneo. En menos de 10 años el célebre urinario (“Fuente”) cumplirá un siglo, y sin embargo todavía estamos dándole vueltas sin apenas haber conseguido traspasar el peso de lo que significó la acción de cambiar un objeto vulgar de su sitio original para darle un nuevo sentido. Así ratificaba Duchamp la operación básica del arte y del artista: señalar un objeto, darle un nuevo significado en un nuevo contexto. Y asimilaba el arte a una operación lingüística: la separación entre significante y significado; el arte como actividad intelectual antes que como una serie de conocimientos técnicos, de ahí venía su “alergia” a la trementina. La consecuencias han sido imparables y afectan a cuestiones candentes como los derechos de autor, la autoría o la obra única. Porque afortunadamente el urinario original no existe, sólo quedan réplicas y de hecho cualquiera puede tener un Marcel Duchamp auténtico, basta con seguir sus propias instrucciones: conseguir un urinario y añadirle la firma “R. Mutt”. No sé que tendrían que decir al respecto las sociedades gestoras de derechos de los artistas, por ejemplo.
En 1984 la Fundació Joan Miró de Barcelona organizó una gran exposición del artista. Una exposición que ha quedado en la memoria de muchos convirtiéndose en un referente. En 1993 fue el Palazzo Grassi de Venecia durante la Bienal de aquel año. Ahora llega unos metros más abajo de la Fundació Joan Miró, en el MNAC, acompañado de Man Ray y Picabia, en una exposición organizada por la Tate Modern de Londres. Al juntar a estos tres nombres, iconos del arte del siglo XX, la Tate y el MNAC esquivan tanto la idea de monografía de un autor (como pasó con Duchamp en la Miró hace unos años o con Picabia, “Máquinas y españolas”, en la Fundació Tàpies en 1995), como una explicación que los integrase en un movimiento, Dada New York por ejemplo (para eso el Centre Georges Pompidou de París organizó una exhaustiva exposición de Dada hace poco más de un año, que es una lástima que no aterrizase por estos lares). Más bien se centran en la historia de la amistad que dio lugar a una colaboración y múltiples encuentros a lo largo de más de cuarenta años. Esquivar la idea de la exposición monográfica o de tendencias, en principio, encaja de manera adecuada con el propio devenir de sus trabajos, no anclados en un movimiento sino en una serie de confluencias (e, incluso, encaja con una manera más adecuada de pensar las vanguardias, más allá de su esquematización y reducción). Una intención evidente al haber dedicado un espacio del museo a documentar fotográficamente sus encuentros, ahí, además, hay que destacar la exposición de materiales como la revista 391 de Picabia o la edición de Dada New York.
Muy del gusto de la Modern Tate (su colección no está articulada históricamente sino por áreas y afinidades formales, el paisaje o los objetos), la exposición marca un recorrido también definido por áreas que no necesariamente encajan con las diferentes etapas por las que pasaron sus trabajos: movimiento, máquinas, objetos, erotismo o luz. Así se ponen en paralelo los trabajos de Duchamp a propósito del “Grand verre”, las fotografías de máquinas de Man Ray y los dibujos de objetos de precisión de Picabia: máquinas. Evidentemente, así se facilita la lectura de la exposición, pero también se la hace bascular hacia una explicación excesivamente formal y hacia una división en etapas o fases frente a la que constantemente se escapan los tres artistas (¿el erotismo es una etapa o una constante en Duchamp? ¿dónde está en Man Ray?). Al fin y al cabo, dedicaron su obra a escapar de cualquier tipo de etiquetaje (pese a la cercanía que tenían con Dada, siempre esquivaron un compromiso explícito con un movimiento más amplio, bastaba con ser el consulado esporádico de Dada en Nueva York).
Esta es una oportunidad única para ver una serie de obras de Duchamp que extrañamente salen de Filadelfia: uno de sus primeros cuadros sobre el movimiento, “Dulcinée”; el molinillo de chocolate número uno; el molinillo de café que pintó para la cocina de su hermano; cuadros preparativos del “Grand Verre” como “El tránsito de la virgen a la novia”; o los estudios para “Étant donnés”. Con otras obras de Duchamp es inevitable que la exposición esté llena de réplicas: quedan pocos de los ready-mades originales y en justa lógica duchampiana todos los ready-mades, copias o no, son originales, así que da igual si lo son o no; y otras obras como el propio “Grand Verre” y “Étant donnés” son inamovibles de su lugar original decidido por el mismo Duchamp en el Museo de Filadelfia (imposible desmontar y remontar “Étant donnés” y el informe sobre el precario estado de conservación “Grand Verre” ocupa varios tomos). La réplica del “Grand Verre”, una de las más de media docena que circulan, no sólo es una de las pocas autentificadas por el propio Duchamp (además de la de Richard Hamilton y alguna otra que se me escapa), también es la que realizó Arturo Schwarz, uno de los primeros en dedicarse a escribir sobre las máquinas solteras de Duchamp (y que, a pesar de su edad, presentó la exposición el día de su inauguración, uno de los últimos testigos vivos). Hay otras no muy lejos. Por ejemplo, la Fundación Joan Miró aun debe conservar en sus fondos una curiosa realizada para aquella exposición de 1984: entre dos placas de vidrio se colocó una reproducción fotográfica de cada una de las partes de la obra. Otra reproducción curiosa la hizo Ulf Linde para el Pompidou, en tres dimensiones y con los elementos mecánicos de la obra funcionando; también en una de las páginas web dedicadas a Duchamp es posible ver un vídeo de la máquina en marcha (http://www.p22.com/projects/duchamp.html). Respecto a “Étant donnés” la elección ya no es tan acertada: el recurso de una proyección que simula la puerta que Duchamp compró en La Bisbal es un tanto zafio; a través de los dos agujeros nos encontramos con un trampantojo reproduciendo el desnudo ante la cascada que apenas traslada el efecto ilusionista que buscó el artista. También aquí había más opciones: la misma Fundación Joan Miró expuso entonces una reproducción completa de la pieza; o el Centre Georges Pompidou la reprodujo en tres dimensiones y exenta, es decir, era posible rodearla y ver todo el funcionamiento (escapando, en este caso, a la fidelidad duchampiana).
Por no decir que buena parte del proceso de montaje de esa obra póstuma tuvo lugar mientras Duchamp veraneaba en Cadaqués (la puerta se compró en La Bisbal). Allí está su apartamento, por algún lugar ha quedado el proyecto de chimenea que ideó para su casa, el bar “Melitón” conserva una de sus últimas notas (en realidad, una cita para tomar una copa escrita sobre una servilleta) y fotos con Dalí. Fue Dalí el que trajo a Duchamp hasta Cadaqués y hay cientos de imágenes que testimonian su relación. Y fue cerca de Cadaqués, en Les Escaules, donde Marcel Duchamp se hizo la famosa foto de él con Teeny y una cascada (de agua caliente) al fondo, como una pista de su trabajo a escondidas que se revelaría después (también en Les Escaules cada año Joan Casellas organiza un festival de performance, la elección del lugar no es casual, evidentemente). Nada de esto está en la exposición o, si lo está, es de manera meramente testimonial. Del paso del “Desnudo descendiendo una escalera” por las galerías Dalmau apenas hay una mención en el texto de sala, como de la estancia de Picabia en Barcelona y la edición aquí de la revista 391, con un número prestado por la Biblioteca de Catalunya. Claro, porque la exposición viene de la Tate Modern, que se ocupa del arte contemporáneo internacional. Si viniese de la Tate Britain, que se ocupa del arte británico de todos los tiempos, seguramente estaría señalado el paso de Duchamp (esporádico) por Londres o su relación con Richard Hamilton y el poso que dejó en el pop-art británico.
Todo ello nos lleva a preguntarnos por la especificidad de las instituciones artísticas en Cataluña. Si el MNAC es el Museu Nacional d’Art de Catalunya su función quizá debería ser cercana a la de la Tate Britain para los británicos. El MNAC lleva ese “nacional de Cataluya” inscrito en sus siglas que bien debería significar algo más que una etiqueta tan del gusto de los políticos que ahora se ocupan de la cultura. Por otra parte, la relación entre Tate Modern y el Macba es evidente, ambos se dedican al arte contemporáneo. Por cierto, el Macba también tomaba a Duchamp como referencia en las exposiciones que dedicó a la teatralidad. Seguramente, no se trata de establecer fronteras históricas entre instituciones (fundamentalmente, Macba y MNAC). Pero sí estaría bien explicitar las líneas, los recorridos y los porqués…
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