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Iñaki Bonillas presenta en la Galería OMR de México D.F. su último proyecto, “La lluvia llegó al final”, una nueva incursión en el archivo fotográfico que heredó de su abuelo, J.R. Plaza, con el que el artista mexicano ha trabajado en diversas ocasiones. La exposición replantea los límites del hecho fotográfico y aborda nuevos modos de presentación del material dentro del espacio de la galería.
La instalación de Bonillas reconfigura la arquitectura del edificio de la galería de manera muy sutil, introduciendo líneas diagonales que irrumpen en las estancias y fracturan los espacios. Aparecen nuevas variables geométricas que en cierto modo rompen una presunta unidireccionalidad del recorrido y de la mirada.
Podría ser la última vez que el artista trabaja con el archivo de su abuelo, quien murió en el año 2000 dejando a la familia un impresionante legado fotográfico, que comprendía incluso ejemplares de finales del siglo XIX, heredados por él mismo de otros familiares. La muerte del abuelo marca una decisión técnica importante: si las fotografías ya existen, no es necesario seguir produciéndolas. Comienza entonces una fascinación estética por el archivo que pasa por varias fases y se presenta en diversos espacios, entre ellos la Virreina, en el año 2012.
La relación entre Iñaki Bonillas y el medio fotográfico es compleja, y parte de los años que pasó como asistente en el estudio de su tío, el fotógrafo Carlos Somonte, preparando todo lo necesario para que la foto suceda, pero sin estar implicado directamente en su ejecución, lo que lo sitúa en ese intersticio en el que se moverá posteriormente su práctica artística. En un espacio de cercanía-distanciamiento con respecto al hecho fotográfico.
En su trabajo, la fotografía es una excusa. Una excusa para explorar la forma, la materia, el espacio, la arquitectura…, la manera en que los objetos se presentan y se hacen visibles.
Se aprecia un intento constante de anular la narratividad inherente a la imagen fotográfica, pero el peso otorgado al archivo hace que el mito familiar se cuele por las esquinas de la imagen. Las connotaciones del material son tantas que dificultan que éste pase desapercibido. Podría trazarse, a través del archivo, la historia de la fotografía del siglo XX, la historia de una guerra, la historia de un exilio… El poder evocativo de las imágenes es tal, que entra en tensión con la estrategia de distanciamiento.
En «La lluvia llegó al final», Bonillas elige 36 fotografías, que tienen en común el ser fotos grupales. La mayor parte de ellas datan de la primera mitad del siglo XX. Con el paso de los años, las fotos de grupo irán desapareciendo del archivo, coincidiendo con la fragmentación familiar que derivó del exilio, primero a Francia, después a México.
Hay un “tira y afloja” entre el artista y el archivo, se juega en ese límite en el que uno puede tomar el control sobre el otro. Se percibe una tensión constante. En propuestas anteriores, Bonillas ya ha planteado distintas formas de alejamiento del archivo y de sus múltiples connotaciones.
En un nuevo intento de desembarazarse del material, aplica un tratamiento de revelado a las imágenes en el que parte de ellas se pierde, se escurre… Los cuerpos se fragmentan, los rostros se diluyen, las historias se borran. Se pone un nuevo freno a la narratividad. Lo que realmente importa es aquello que está más allá.
Algo se tuerce en el borrado, una línea procesual que de pronto se desvía de su devenir prefijado para dar entrada a lo azaroso. Sobre lo que se tapa se proyecta la imagen nítida de aquello que no se ve. Se convierte en lo más preciso, en símbolo de lo que falta, definido solo a partir de su presencia ausente.
La propuesta de Bonillas abre múltiples vías de reflexión crítica, que competen al hecho fotográfico, pero al mismo tiempo lo trascienden. La elección del display expositivo podría, quizá, resultar problemática. Funciona arquitectónicamente, como elemento capaz de “modelar” el espacio galerístico. Sin embargo, remite de forma demasiado literal al proceso de revelado y secado, al laboratorio fotográfico, y a la fotografía misma. En este sentido, su justificación se dificulta, a no ser que lo entendamos de nuevo como una operación inscrita en ese tira y afloja constante que el artista mantiene con lo fotográfico.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)