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Antonio Ortega se ha definido en alguna ocasión como un artista del sector terciario, es decir, un artista que ofrece servicios, y no exclusivamente obras y exposiciones propias. No es un fenómeno nuevo ni exclusivo y la lista es larga: durante su “silencio” Marcel Duchamp fue comisario de exposiciones de otros artistas; Joseph Beuys entendía que su faceta artística inundaba todas sus prácticas, variadas; Sol Lewit, Donald Judd, Dan Graham o Robert Smithson hicieron crítica de arte y Andy Warhol hizo de todo.
En A-Desk hemos aprovechado para lanzar tres cuestiones a artistas de nuestro entorno cuya labor no se circunscribe al rol tradicional del artista: Carles Guerra, escribe crítica de arte desde el suplemento Culturas de La Vanguardia, Joan Morey, escribe textos, participa en mesas redondas y organiza talleres que no tienen que ver directamente con su práctica artística; y tanto Jorge Ribalta en el MACBA, como Antonio Ortega en el CASM, se ocupan de las actividades.
En cualquier caso, sus actividades desbaratan el rol del artista de cincel o pincel, insisten en otra genealogía, en otro tipo de visión del artista, como un agente activo, y ponen en cuestión el trafico y el valor de intercambio que tiene la figura del artista en esta renovada fase de uso del arte como mercancía, antes que como actividad cultural, en la que vivimos.
A ellos les hemos planteado tres preguntas en las que tomar posición y salvar malos entendidos.
A-DESK: ¿Cómo valoras la tradicional distribución de roles en arte, es decir, artistas que producen obra, comisarios que organizan exposiciones, gestores que administran museos y etc.? ¿necesitamos otros paradigmas?
ANTONIO ORTEGA: Siempre he creído que en los setenta se realizó una lectura crítica de nuestro sistema educativo con la intención de encontrar los motivos que justificaran nuestras carencias. Es evidente que, como los malos toreros que culpan al albero de su triste faena, las corrientes ambientalistas situaban la cuestión de la falta de especialización como la principal divergencia con los países que, supuestamente, habían conseguido grandes éxitos en la formación de sus ciudadanos.
Ocurrió así un doble fallo, por un lado se ninguneó la pura base genética, osea, no se contempló una explicación de los límites del capital humano desde una perspectiva fatalista. Y por otro se diagnosticó mal, se pensó que la especialización que practicaban los países anglosajones era la fuente de sus éxitos: error, no sé en otros campos pero en la escena anglosajona del mundo del arte encontramos directores de museo con carrera en químicas o artistas comisarios, esto, por fin, está ocurriendo aquí, tenemos una ex-consellera de cultura dermatóloga etc.
CARLES GUERRA: La valoro negativamente. No me parece que el respeto por la división del trabajo sea síntoma de nada bueno, y más en el campo del arte. Si he optado por ser artista es porque supone un título profesional con el que me puedo abrogar una gran libertad de operación, incluyendo la posibilidad de hacerme considerar artista y no producir desde las premisas de la producción artística. O sea que, para mí, desafiar esa división del trabajo, e incluso la noción de lo que es trabajo y no lo es, resulta más importante que cualquier etiqueta profesional. Si queréis verlo de otra manera, es una cuestión de curiosidad libidinal. No puedo trabajar “por obligación”, sólo “por deseo”. Y sí, ya sé que esto comporta un régimen de trabajo tan o más esclavizante que las formas clásicas de trabajo. Por eso, no puedo sugerir que haga falta exigir un nuevo paradigma, porque no es una cuestión gremial, sino individual. Cada cual decide qué tipo de energía invierte en su trabajo. Ahí está la posibilidad de producir un trabajo diferente y que una vez en el mercado laboral adolezca de una mayor distinción respecto a otros más normalizados, abundantes y predominantes. En el arte el valor viene de la diferencia, y hace ya mucho tiempo que la principal inversión es la subjetividad propia. Ahora bien, si tu subjetividad es idéntica a la de los otros, no vale la pena ni considerarlo. Desgraciadamente, eso es algo que muchos no ven, algo que defienden con la virtud y el rigor profesional que a menudo les caracteriza. Tal vez por eso, a pesar de lo excitante que debería ser el mundo del arte, resulta tan aburrido a veces.
JOAN MOREY: Es probable que la estructura de los perfiles implicados en las dinámicas artísticas y demás políticas culturales sea la correcta ―o mejor dicho la mejor adaptada a la evolución del medio artístico― aunque cada vez más suele aclamarse la profesionalización del perfil del artista. A este nuevo rol de artista como profesional interfieren numerosas carencias que éste debe solventar de una forma u otra, o en caso contrario aislarse al radio determinado en el cual domina sus competencias. Quizás sean muy necesarias, y a corto plazo, las figuras de productor y gestor de proyectos artísticos, ya que todas las exigencias ―tanto por parte de la administración pública y el campo institucional como desde lo privado― derivan de una aproximación a los lenguajes o procesos artísticos de otros ámbitos de la creación ―sean la danza, el teatro, el cine… ― y en consecuencia a la adopción de sus formulas y maneras de ser gestionados. Eso conduce a dichas «agencias culturales» a mantener un trato para/con el ‘artista’ desde la misma óptica ―pese a la precariedad en la cual suele moverse el artista― y a acomodarse en una posición, tal vez apoltronada, que agiliza y facilita su trabajo ―al descartar de forma eficaz a todo aquel no capacitado para afrontar la situación de ‘artista como productor’―.
JORGE RIBALTA: Las formas de organización social y las estructuras administrativas, económicas y culturales del campo artistico son una cosa y la vida de cada cual es otra. En otras palabras la vida real siempre se escapa de los marcos conceptuales abstractos que le queramos poner o nos vengan impuestos. La tradición de artistas que asumen papeles organizativos o agitadores en la esfera pública no es nueva. Hay una larga tradición en la modernidad con ejemplos tanto insignes como infames. Personalmente no tengo ninguna teoría respecto a cual es el mejor paradigma ni pienso que esta sea una cuestion de nuevos paradigmas frente a otros obsoletos, sino de cuales son nuestras condiciones reales concretas y como les sacamos el mejor partido, tanto para nuestro placer como para el que podemos dar a otra gente. Lo que para mi esta claro es que la vida del artista profesional en los parametros ideales e irreales establecidos por el mercado de trabajo solitario en el estudio, exposición, inauguración, venta de obra, autopromoción, exito y reconocimiento, etc. es empobrecedora y alienante y no favorece ninguna situación compleja en la que el artista deba afrontar cuestiones realmente importantes socialmente hablando. Pero, a la vez, el trabajo solitario en el estudio me encanta… un dilema para el que no tengo una solución!
A-DESK: ¿Cómo afecta tu trabajo no estrictamente artístico (escritura, programación de actividades, comisariado) a tu trabajo propiamente artístico (proyectos propios, exposiciones y obra)? O forma parte de la misma actividad, pero entonces ¿cómo definirías esa actividad?
ANTONIO ORTEGA: Aunque no lo parezca, pues últimamente no expongo en Barcelona, llevo a cabo una saludable carrera de actividad artística, que compagino con mi puesto en el Centro de Arte Santa Mònica como responsable de Actividades (seminarios, talleres, espacio Consulta…). Éste sería el dibujo de la situación si considerara que son dos preocupaciones diferentes; que yo considero que no lo son. Tengo una explicación pedante:
Cuando me postulé para ocupar este trabajo a Ferran Barenblit, quien había contactado conmigo para que participara en una de las exposiciones, él con falsa preocupación, pues en realidad estaba testando si me iba a tomar el trabajo en serio, me dijo si ser responsable de actividades iba a perjudicar a mi carrera artística (¡¡?!!)
Mi respuesta fue: “depende de con qué modelo de artista me relaciones, si es con Picasso es evidente que preciso de horas de taller, pero si es con Beuys, tal como yo lo veo, no sólo no es perjudicial sino consustancial a mi proyecto artístico”.
Así que respondiendo a la última parte de vuestra pregunta donde indicáis la posibilidad de que todo sea una única actividad y, en tal caso, la definición, os diré que, observando la producción cultural en el contexto de la economía, y con la voluntad de conseguir el mayor grado de eficacia a partir de los medios que disponía, orienté mi posición a la de artista terciario. Quiero decir que no me ocupo del sector secundario, aquel que suministra bienes de consumo, sino que me ocupo del sector servicios.
CARLES GUERRA: Efectivamente, para mí todo forma parte de la misma actividad que, no obstante, se distribuye y pasa por formas de valorización distintas. Lo que no quita que yo las lleve a cabo desde el mismo lugar, con las mismas condiciones de producción y con intenciones idénticas. De manera más precisa, lo que anima mi trabajo es una actividad ensayística que puedo resolver con un artículo de prensa, un ensayo más extenso, una clase, una charla, un video, o una exposición -a veces sin ni siquiera hablar de mi trabajo, sino del trabajo de los otros-. Creo que Sol LeWitt decía algo similar, que él se entendía mejor a sí mismo -y descubría sus verdaderos intereses- tratando con el trabajo de los demás.
JOAN MOREY: Mi actividad profesional no se limita a ‘crear’ proyectos u obras de arte, sino a desarrollar un complejo entramado de subsistencia que me permite llevar adelante mi labor artística, aunque vinculando siempre esas múltiples facetas en el entorno de investigación que ocupa mi obra. A pesar de eso mi tarea no aparece bifurcada en creación y manutención, sino que ambas se complementan y enriquecen de forma mutua, estableciendo sinergia en sus estructuras profesionales y forzando una actitud profesional ―quizás excesiva― frente a mi trabajo creativo. Lamentablemente mi faceta como artista audiovisual se ve cada vez más afectada por esa yuxtaposición profesional, puesto que las responsabilidades y obligaciones se solapan, interfieren o eximen unas a otras. Otra observación, ya alejada de la poca practicidad temporal, es lo contraproducente que puede llegar a ser dicha ‘bipolaridad’ entre el ámbito de creación y proyectación, gestión y administración y/o cualquier otro sub-apartado cultural. Los profesionales estrictos pertenecientes a uno o a otro ámbito no acaban de ver clara la situación de ‘pisar el terreno del prójimo’, y tampoco les interesa cuáles son las habilidades con las que uno intenta rentabilizar al máximo la situación precária e infravalorada de cierto perfil de artista. Hasta podría decirse que el plano acomodaticio en el que se encuentran figuras avaladas por el sistema ―sean funcionarios, comisarios, gestores, conservadores…― sufre interferencias molestas con el rol del agente freelance cultural.
JORGE RIBALTA: Me quita tiempo, es decir va en contra. Sin duda no es la misma actividad el trabajo artistico o la escritura o el comisariado o la organización, aunque compartan el campo artístico o uno se pueda plantear preguntas similares o identicas en cada una de esas muy diversas actividades. Pero no hay que confundir, cada actividad tiene sus reglas y su alcance.
A-DESK: La red y la situación económica actual dirigen hacia un modelo de trabajador polifacético. ¿Tu trabajo en distintas vías es cómplice o resultado de esa situación? Y en el caso específico del arte: ¿parte de una voluntad activa real en cultura o se trata de una adaptación al medio?
ANTONIO ORTEGA: No me gusta la acepción “polifacético”, de hecho, si queréis que practique cierto grado de autoanálisis, os diré que me considero bastante plano, casi todas las cosas que estoy escribiendo las he explicado cientos de veces, no tengo mucho más que decir como para ir desdoblando intereses.
Pues como había avanzado antes, estoy persuadido de que aceptaréis que la tercialización de la economía se ha revelado como la más rentable en el cociente esfuerzo / resultado. Sé que con esta opinión cuestiono el esfuerzo que no cunde, pero es que es muy grande mi seducción por la rentabilidad del trabajo. Conseguir el mayor desplazamiento con el menor gasto posible.
Respecto a la pregunta donde planteáis una causalidad evolucionista versus libre albedrío, lo cierto es que la gente acostumbra a moverse por estímulos positivos, así Rod Stewart llevaba una errática línea en su carrera musical con claras diferencias de estilo en sus canciones, de repente “Do you think I’m sexy?” grandes felicitaciones, y repitió versiones del mismo tema hasta que empezó a cansar. Moraleja: hacemos lo que nos aplauden y la gran tragedia es no dar con nada que merezca el aplauso.
CARLES GUERRA: Además de una voluntad política, esta forma de organizar mi trabajo contiene una forma de realismo que me pareció muy necesaria a partir de un momento dado. Yo fui educado en el contexto del arte de los 80, un momento en el que el artista tenía que estar dispuesto a dar su vida, su dinero y su trabajo con tal de salir en una revista o ser expuesto en Arco. Pues lo siento, pero a partir de un momento dado dije que no. Si tenía cinco pesetas para producir la obra, esa era una condición que el trabajo no podía esconder o maquillar, a diferencia de otros que empeñaban hasta el alma. Esa ha sido para mí la noción de realismo más útil con la que he tropezado en mi vida profesional. Y todo esto viene a cuento porque justifica, en parte, mi dedicación a la prensa y a la docencia, pues son trabajos cuya remuneración, a pesar de no ser maravillosa, está más regulada. Sentí, en definitiva, que tropezaba con menos fantasías y menos promesas falsas que podrían haberme desencantado en exceso respecto al mundo del arte, un lugar en el que a pesar de todo quería permanecer. Esas actividades a las que aludía incluso tienen un público más real que el que suscita la obra de arte cuando sale a la luz. Aunque por supuesto lo divertido era mantener varios régimenes de trabajo y organización laboral, porque nunca sabes cuál va a depararte más placer y retribución. Estamos en un mercado muy variable y uno sólo puede aspirar a un equilibrio mínimamente satisfactorio. En el mundo del arte lo que hoy es excepción mañana es norma, de modo que cualquier posición marginal adolece de una caducidad alarmante. Y desde mi punto de vista, lo que da sentido a la producción en este campo es la constante invención de excepción. En cuanto a normas ya hay suficientes.
JOAN MOREY: No sabría daros una respuesta “a” o “b”. Tampoco sabría decir si la economía de nuestro sector se rige por la multidisciplina y versatilidad laboral…, más bien creo que se trata de procesos naturales de adaptación constante al sector profesional de lo que hoy se llama “Cultura” ―y que poco tiene que ver con las exigencias en un pasado no tan lejano―. En términos generales la Cultura engloba tantas disciplinas como lenguajes y medios la creación artística, eso significa que el agente cultural ―la mayoría de las veces desconocedor de las prácticas artísticas del presente― aplicará en su trabajo la regla común para todos los ámbitos. Por lo que existen problemáticas latentes como la valoración del ‘trabajo’ del artista y en consecuencia la exigencia -óbviamente- de su situación legal. En conclusión una especie de nudo gordiano que ninguno de los afectados tiene demasiadas ganas de resolver, puesto que cada vez más parece prescindible y poco producente aquella materia del Arte Contemporáneo sin una entonación o ‘espíritu’ social activo.
JORGE RIBALTA: ¿Es esta la buena pregunta? Me da la impresión de que lo que me preguntáis se podría en realidad reformular en los siguientes términos: ¿es esta convivencia de actividades múltiples en el campo artístico una manera de politizar la propia práctica o es una forma de supervivencia frente a una imposibilidad o incapacidad o rechazo o lo que sea de obtener beneficios en el mercado artístico? ¿Es una posición programática y escogida conscientemente o es una cuestión puramente alimenticia porque no queda más remedio? ¿y, si es una opción política, cómo y en que es tal opción transformadora o todo lo contrario? Bueno… ¿qué queréis que os diga? Si digo que es una cuestión política quedo como un idealista o un soñador y si digo que es supervivencia quedo como un oportunista y un cínico. Ninguna de las dos opciones es buena. Me parece que hay aqui planteado un falso dilema. Lo que importa son las elecciones concretas y sus efectos, el trabajo hecho, no las visiones pre-ideologizadas. Espero que mi negativa a responder a tal cuestión no se interprete como mala educación o como arrogancia sino como el rechazo a plantearme tal pregunta en tales términos, puesto que me fuerza a ser lo que no soy ni quiero ser. Me remito a lo dicho en respuesta a la primera pregunta. Me da la impresión de que puesto que sois vosotros los que planteáis el debate os corresponde a vosotros hacer tal análisis. Espero que se entienda lo que intento decir.
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