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Una exposición magnífica, algo que debería ser una referencia inmediatamente. Una exposición compleja, que genera animadversión y júbilo a partes iguales, que destaca por su brutalidad al mismo tiempo que por su delicadeza. Ulf Linde abre su Marcel Duchamp en una producción de Moderna Museet presentada en la Academia de las Artes en Estocolmo: «De ou par Marcel Duchamp par Ulf Linde»
Una vida dedicada plenamente, y obsesivamente, a Marcel Duchamp. Ulf Linde, comisario avant la lettre, decidió empezar a hacer reproducciones de la obra de quien cambió el ritmo del arte para intentar comprender su lógica interna. Lógica matemática según su teoría. Reproducciones de todo, reproducciones casi perfectas de ready-mades. Meses y meses investigando y buscando detalles ínfimos así como toda la información posible sobre Duchamp. El máximo apogeo de Ulf Linde llegó cuando el propio Duchamp firmó una de las copias de «Le Grand Verre» -una de ellas, ya que con la primera Linde no quedó plenamente satisfecho- como una copia original suya al agradarle la aproximación realizada en Estocolmo. Seguro que a Duchamp ya le parecía bien que en Estocolmo alguien analizara minuciosamente toda su producción, generando muchísima documentación, películas sobre cómo se reproduce una obra de arte, convirtiéndose en algo así como un experto absoluto de las formas duchampnianas y siendo no Rrose Sélavy pero sí algo así como un avatar anárquico y obsesionado con una posible fórmula matemática que cerrara el círculo Marcel Duchamp.
Tanta copia -autorizada- ha propiciado que Moderna Museet tenga seguramente la mejor colección de Duchamp después de Filadelfia. La obsesión de una persona para intentar descubrir cómo funciona la obra de un artista conlleva que, ahora, exista un resultado, una serie de objetos que se convierten en algo más, que se encuentran dentro de la institución y sirven para construir historia. Pero, ¿qué historia? ¿La historia de Linde? ¿La historia de Duchamp? ¿La historia de la reproductibilidad? ¿La historia de la ironía? ¿La historia de una desaparición? ¿La historia de una voluntad? ¿una historia de segundas? ¿una historia ya evidentemente construida?
Hoy, más cerca de la muerte, Ulf Linde decide organizar una exposición sobre Marcel Duchamp. Más concretamente sobre su Marcel Duchamp. Una exposición para él, para el doble, para la sombra. Bien, tenemos un museo, tenemos a alguien que ha facilitado al museo partes importantes de su colección, tenemos la vinculación de Linde con la Academia del arte sueco (también es uno de los académicos que deciden los Nobel de literatura) , tenemos a Duchamp y un deseo expositivo. Las fichas están en el tablero y se huele la jugada maestra. Pero en vez de jaque mate nos vamos al enroque. El enroque consiste en que la exposición no se presente en el museo sino en el edificio de la academia del arte. Y todo sale bien. El museo no queda manchado por una visión absolutamente subjetiva y personalista a partir de Duchamp, la academia logra teñirse de masas -digamos- y Linde tiene su exposición con Duchamp en un lugar sagrado. Es habitual que en la academia se realicen exposiciones de «premio», con artistas ya mayores para que pasen como toca a la historia, pero en este caso no se escribe desde lo local sino que saltamos a un gesto con interés global.
Difícilmente podría presentarse esta exposición en un museo. Es demasiado fuerte, es demasiado buena, es demasiado fuera de toda norma y al mismo tiempo no es nada más que una exposición que quiere ser un resumen de toda una vida, una obsesión y la obra de Duchamp. Todo está muy bien definido, todo funciona, todo tiene sentido y todo es una gran locura. Las exposiciones dentro de las instituciones artísticas acostumbran a ser algo pensado para sus visitantes, algo pensado desde un punto de vista institucional, el ego debe esconderse lo más posible aunque esté en todas partes. La obsesión no puede ser el punto de partida. Aquí no; en la academia Linde actúa sin complejos y aparece en todos lados, en todas las decisiones, en cada centímetro. Para empezar, aparece en el título de la exposición a la misma altura que Duchamp: «De ou par Marcel Duchamp par Ulf Linde». En el encabezamiento de la web del proyecto Marcel Duchamp se escribe con minúsculas e Ulf Linde en mayúsculas, o eso de que los errores también son significativos.
Linde conoce a la perfección el lugar, su historia y su valor. Decide actuar no únicamente en las salas de exposición sino en la entrada, en el pasillo, en lugares que tienen un valor simbólico. Para empezar, llena la academia con raíles para sillas de ruedas. Para su silla de ruedas. Ulf Linde es el visitante, es el comisario, es el productor de las obras, es quien decide todo, es quien inventa el Duchamp que se presenta. Al visitante externo se le ofrece un recorrido en esta obsesión, una mirada tamizada y dirigida desde el texto y desde un plano que se le entrega al acceder a la exposición. Las piezas casi pasan a un segundo nivel, lo importante es ver cómo Linde se acerca a ellas, lo importante es ver cómo se atreve a abrir la sala de exposiciones con un doble retrato oculto tras espejos: Duchamp y Linde, los dos frente a frente sin verse. La exposición también es, por ejemplo, la plasmación del intento de Linde para comprender una pieza como «Étant Donnés» mediante la creación de una minuciosa maqueta que desvele todos los elementos que pueden entreverse en Filadelfia. Una maqueta de un tamaño reducido pero que contiene capas y capas de trabajo, análisis profundos de cada detalle, lecturas del cuerpo, del sexo, de las distancias, de la antorcha en la mano del cuerpo femenino a la altura de la catarata en el paisaje. Como objetos, como material.
La exposición empieza antes de sí misma, con juegos y referencias mil. En la calle, en entrada de la academia, una doble puerta como primera aproximación oculta a «Le Grand Verre» y «Étant Donnés», algo así como un golpe de atención sobre lo que es un ready-made. La academia pasa a ser un ready-made en si misma, un juego de significados al que ir sumando capas y relaciones. En la monumental escalera de acceso ya en el interior, con la presencia central de los raíles para la silla de ruedas, aparece una retícula de cordones en el techo, recordando el modo en que Duchamp participó en la célebre exposición surrealista en Nueva York en el 42 y, también, la presentación que Linde definió en Moderna Museet en el 89 de la obra de Duchamp. La misma trama aparecerá luego en la sala de exposiciones, en una reproducción exacta de esa sala en el antiguo Moderna Museet que contenía (y ahora contiene en la academia), por ejemplo, «Boite en Valise». Como una muñeca rusa de ida y vuelta, en una sala de exposiciones encontramos una reproducción de una sala de exposiciones que contiene una reproducción de una serie de obras de Duchamp, que se convierten en una colección diminuta, que viene a ser lo mismo que una colección en un museo, donde destaca una copia de «Le Grand Verre» y una reproducción del urinario -también presentes en esta sala- a escala real. Todo es reproducción de algo, todo remite a un qué o un cuándo que no es presente pero todo es físico y está aquí.
Y en este momento la exposición es ya un hito y debería ser una referencia histórica para la museografía, el arte contemporáneo, la evolución de la exposición y la aproximación al arte. Pero ¿logrará la difusión necesaria para asegurarse el lugar que merece? Que la exposición no esté dentro del museo juega a su contra, que los grandes eventos dominen el circuito global también. No es una exposición grande, pero en pocas ocasiones encontramos tanta potencia en paralelo a tanto posicionamiento curatorial. Y todo limpio, sin un abuso de la sobresaturación pero con un buen uso de las capas de información. Casi como un ejemplo de lo último, una de las salas se divide en dos: se baja el techo y se construye una rampa enorme -para la silla de ruedas de nuevo- que lleva hacia un giro interesante. En el aire, se «crea» una sala ladeada unos cuantos grados donde se «cuelgan» cuadros de referencia y provinentes de la colección del museo: Picabia, de Chirico, Jean Arp. Referencias para situar a Duchamp pero, al mismo tiempo, para indicar que si Moderna Museet los tiene es gracias al trabajo de Ulf Linde.
La exposición terminará -si es que termina- con la maqueta de «Étan Donné» y con la proyección que genera y nos aproxima a su parte visible en Filadelfia. La proyección, la luz, que nos enseña como son las cosas. Justo antes de esta pequeña maqueta ha sido necesario esquivar la gran reproducción de la torre de Tatlin, algo así como la imagen de otro deseo, de una derrota que Duchamp supera para llegar hasta hoy, manteniéndose abierto, manteniéndose como mil posibilidades, existiendo como esa referencia ineludible que puede llenar de sentido una vida de copias auténticas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)