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Hace tiempo que los museos han recuperado y estudiado en profundidad los trabajos de los artistas conceptuales, ahora es el mercado quien los trae a primer término, así como los artistas más jóvenes que citan, releen e investigan a sus referentes.
Ya lo escribía Lawrence Wiener en su famosa «Declaration of Intent» (1968):
1. The artist may construct the piece.
2. The piece may be fabricated.
3. The piece need not be built.
Each being equal and consistent with the intent of the artist the decision as to condition rests with the receiver upon the occasion of receivership.
Hace un par de décadas se inició la recuperación y el estudio por parte de los museos de todas aquellas prácticas que habían tenido lugar en los años 60 y 70 y que, precisamente en oposición al museo-institución-sistema del arte optaron por unas estrategias que escapaban a los límites y los códigos de dichas instituciones. Eventos, performances, reuniones, documentos, audios y vídeos pasaron a convertirse en los registros o la materialización de unos proyectos que apostaban más por la identificación del arte y la vida, es decir, por el aquí y ahora que por su perdurabilidad y musealización. En los últimos veinte años, grandes y pequeños museos de todo el mundo se han encargado de recuperar, estudiar y documentar todos estos trabajos, desde Hans Haacke, hasta Vito Acconci o Marina Abramovic pasando por todos los grupos de artistas conceptuales de Cataluña, los antiguos países del Este o los diversos países latinoamericanos.
En paralelo, algunos coleccionistas fueron generando colecciones de referencia, como el matrimonio Herbert, en Bélgica, que entendieron su papel como el de tomar parte activa en un movimiento social y político y ofrecieron su apoyo a artistas como Lawrence Weiner, Robert Barry o Ian Wilson, entre otros, o el editor Guy Schraenen, que coleccionó arte entre los años 60 y 80, sin olvidarse de recoger toda la documentación paralela (posters, invitaciones, fotos, films, etc) relacionados con los trabajos. Ambas colecciones han sido también mostradas extensamente en diferentes museos y han servido de referencia y de modelo a otras colecciones de fundación más reciente.
El conceptual no sólo se ha recuperado sino que cuenta con el reconocimiento del mercado, como se confirmaba en la reciente edición de la feria de arte de Basilea celebrada hace sólo unas semanas y en la que se podían encontrar trabajos de artistas como Lawrence Weiner, Helena Almeida, Nancy Spero, Antoni Muntadas o de cineastas como Harun Farocki y Agnès Varda. La recuperación sigue y un buen ejemplo es el de los primeros trabajos y documentos de General Idea que A.A. Bronson, él único de los integrantes del grupo que sigue vivo, está llevando a cabo.
Son muchos los artistas de las generaciones más jóvenes (y no tan jóvenes) que han bebido de las fuentes del conceptual, de sus contenidos, actitudes y/o de sus formas. Algunos de estos artistas, como Mario García Torres no sólo investigan con sus trabajos algunas incógnitas relacionadas con obras conceptuales (el Hotel One de Alighiero Boetti en Afganistan o el trabajo que Robert Barry propuso a sus alumnos cuando daba clase en Halifax) sino que también comisarían exposiciones con artistas de dicha generación, como «Objetos para un rato de inercia», que tuvo lugar a principios de este año en la galería Elba Benítez de Madrid y que agrupaba los trabajos de David Askevold, Alighiero e Boetti, Luis Camnitzer, Barry Le Va y Francesc Torres. La declaración de principios era clara: «La Historia, a pesar de su insistencia en lo contrario, pertenece al tiempo presente. La Historia siempre se está forjando. Es un proceso, no un resultado. La Historia y la escritura de la Historia son una y la misma cosa».
La utilización de diapositivas y diaporamas, de documentos, los inventarios, los diagramas, la investigación de hechos y situaciones para evidenciar cosas o las performances que se diluyen en el espacio público … constituyen un hilo de Ariadna (más el referido a las técnicas de navegación en las páginas Web que al mitológico) que se inicia en los 60 y los 70 y nos conduce directamente a las performances de Dora García o Tino Seghal y sus interrogantes acerca de las relaciones entre artista, obra y público, a la búsqueda de descampados o los inventarios de materiales de Lara Almarcegui, a los listados de Ignasi Aballí, a los relatos de Francis Alÿs, a las relaciones entre hechos aparentemente distantes de Simon Starling, a las evidencias de Sean Snyder o a los «displays» de Erick Beltrán. Se trata de un hilo de Ariadna directo, que cuenta con menos de seis grados de separación (ya puestos a establecer paralelismos literarios), aunque en demasiadas ocasiones la herencia del leitmotiv «when attitudes become form» se haya quedado sólo con las formas.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)