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El molestar en la cultura

Magazine

18 junio 2012

El molestar en la cultura

La crisis sirve como excusa para desmontar el sistema del arte y la cultura. Las redes de bibliotecas, los museos y centros de arte, sufren si no pasan a ser comparsas y máquinas propagandísticas. Galicia, lugar que reformuló una red interesante alrededor de la cultura, observa como todo se va al traste. La precariedad se institucionaliza y el futuro es cada vez más incierto.


No recuerdo el momento en el que el capitán abandonó el barco, el momento en que comenzamos a navegar a la deriva. El contexto del arte en Galicia se encuentra en una situación desconcertante. Por una parte se hacen cada vez más evidentes los fracasos de un proyecto como la Cidade da Cultura, a cuyo terreno aislado parece no haber llegado definitivamente la crisis. A los más de trescientos millones de euros que la Xunta de Galicia dice haber gastado ya en la obra –que actualmente se encuentra paralizada- y los presupuestos desorbitados con los que el centro ha contado desde su inauguración a trozos, se suma ahora el gasto de un millón y medio de euros destinados a la exposición «Gallaecia Petrae», que abrirá la programación del edificio destinado a museo en el que paradójicamente no existe ni una sola pared sobre la cual disponer obras. Algo que a Peter Eisenman, tras el fucking artists entonado hace meses, parece importarle más bien poco.

La cosa ya parecía no tener ni pies ni cabeza cuando a finales de 2011 se inauguraba el proyecto «In Side». Ocho creadores, tomando la obra de Eisenman como tema, desarrollaban sendas intervenciones en los diferentes espacios con un resultado que no aportó nada más que la anécdota y un bonito catálogo. Tampoco Miquel Navarro con sus «Figuras para a batalla» consiguió que la propuesta trascendiese más allá de lo local.

Estamos en un momento en el que la Cidade da Cultura camina o revienta, en el que el proyecto nacido de las ansias megalómanas del gobierno de Fraga Iribarne se ha convertido en una pesadilla para las dos legislaturas siguientes del PSOE-BNG y ahora para el propio PP, a quien la broma ya le ha costado un conselleiro de cultura.

Algunas voces sugerían en 2005, con la llegada del bipartito al poder, que la parte ya construida del inmenso complejo fuese demolida. Sin embargo, la drástica propuesta no respondía a una estrategia muy populista y la obra siguió su curso sin saber ya entonces cual sería el destino de cada una de sus edificaciones.

Bajando el monte, la situación es bien distinta, el Centro Galego de Arte Contemporánea ha visto como su presupuesto se reducía a menos de la mitad en los dos últimos años. El dinero ha ido entrando a cuentagotas desde la llegada de Miguel Von Hafe y el centro se muestra por momentos desolado. De manera asombrosa, la programación se ha mantenido en medida de lo posible y opciones ya olvidadas como la coproducción han hecho factible que sus salas sigan albergado importantes exposiciones –Jeff Wall, Gilberto Zorio o Anna María Maiolino entre otras- que han capeado hasta ahora el desastre presupuestario. Sin embargo, lejos quedan aquellos años en los que Santiago interpretaba uno de los papeles protagonistas en la oferta expositiva estatal con presupuestos que le permitían elaborar una sólida programación. En la actualidad, la mejora cualitativa en relación con su anterior director, nos ha hecho observar la situación con buenos ojos, pero el resultado dista mucho de ser el más deseado.

En peor situación se encuentra el MARCO de Vigo; a las deudas que la propia administración mantiene con el museo, se suman las deserciones de la Diputación y Novacaixagalicia –Novagalicia Banco ahora- que, tras pagar su deuda han abandonado el proyecto. En esta situación, el MARCO presenta el siguiente panorama: su planta baja expone desde febrero los restos de un destacable programa de performances que tuvo lugar hace ya tres meses y que se prolongará hasta septiembre sin más razón aparente que la de no poder asumir el coste de nuevas producciones; la exposición de Amaya González Reyes que, a punto de clausurarse, ha permanecido en la primera planta durante más de seis meses y el Hotel MARCO de Michael Lin en el Espazo Anexo inaugurado en abril de 2011 y que se mantendrá hasta octubre de 2013. La situación entonces, pese al esfuerzo de su equipo por mantenerlo a flote, es por lo menos preocupante. Desesperada. Como ejemplo, se ha reducido el horario de apertura para ahorrar en personal e incluso el verano pasado se llegó a la situación de instalar una urna a la entrada de la exposición de Martin Creed para facilitar colaboraciones de manera voluntaria con el mantenimiento de la intervención.

Llegado este punto cabe preguntarse en qué momento nos hemos vuelto locos. Por un lado, la Cidade da Cultura dando palos de ciego con proyectos expositivos que en la mayor parte de los casos no pasan de lo anecdótico. La oferta del CGAC y el MARCO manteniéndose a duras penas y con los días contados. Las entidades privadas sostienen en algunos casos la oferta, pero en otros se suman al suicidio y de buenas a primeras dejan de aportar un mínimo al desarrollo del territorio en el que se han hecho fuertes. Otros espacios dependientes de subvenciones se resienten y cierran sus sedes o estiran con dificultad su compromiso y, de manera sorprendente, las galerías optan por hacerse fuertes ante la adversidad, no solo ofreciendo en algunos casos una programación destacable, sino incrementando incluso su plantel de artistas internacionales.

Ante las adversidades no se ha hecho esperar la respuesta y una serie de creadores y comisarios independientes han optado por crear espacios alternativos en los que la programación no depende de subvenciones, la afluencia de público no es lo único que determina su supervivencia y sus puertas se abren a todo tipo de propuestas que, en ocasiones posibilita el acceso a quien de manera sistemática las ha visto cerradas. Otros artistas que solían tener acceso a lugares más altos han optado por trabajar libremente en estos espacios colectivos y comenzar así a asumir que ya nada será como antes. En este lugar se sitúan iniciativas como El Halcón Milenario (Vigo) o baleiro y FAC (Santiago de Compostela), que en los últimos meses se han convertido en una bocanada de aire fresco dentro de un panorama que huele a cerrado. Confiemos ahora en que estos nuevos proyectos apuesten por generar una programación de calidad y no caigan en el olvido o entren en la dinámica de un sistema de gestión cultural que a todas luces se ha agotado.

Probablemente el caso de Galicia sea el ejemplo perfecto de una completa falta de planificación a todos los niveles. Infraestructuras en las que se han invertido sumas multimillonarias y que tras su apertura han sido abandonadas a su suerte. Instituciones como el CGAC y el MARCO, que tras muchos años de trabajo, se han visto desamparadas y obligadas a decidir en un momento en que todas las puertas parecen estar cerradas. El gobierno gallego se ha mudado al Gaiás y está desmantelando la infraestructura cultural de un país que ha tardado mucho en abrirse paso en un panorama estatal que sigue acusando una extrema centralización. Frente a esto, la pasividad de la sociedad que, más allá de los problemas que la crisis está provocando en sus bolsillos, asiste impasible al desarme de museos, bibliotecas, teatros o escuelas que han sido pagados con el dinero de todos. Un armazón que cuando amaine el temporal, tardaremos años en devolver a una normalidad que para entonces distará mucho de ser normal.

Ángel Calvo Ulloa nació en un lugar muy pequeño plagado de infames personajes. En la facultad en la que realizó sus estudios jamás le hablaron de la crítica ni el comisariado, por eso ahora dedica sus días a leer, escribir y de vez en cuando hace alguna exposición. Adora viajar y sentirse pequeño en una gran ciudad. También adora volver a casa a odiar de nuevo ese pequeño lugar.

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