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Miquel Barceló es el artista seleccionado para el pabellón español de la Bienal de Venecia, bajo el comisariado de Enrique Juncosa. Una selección que ha estado llena de polémica, que ha encontrado la oposición de antemano de todo un sector que asocia el nombre de Barceló a estrategias y opciones repudiables en arte. Más allá de los prejuicios de sus exégetas y de sus detractores es preciso repensar la obra de Barceló. Un ejercicio que no se ha hecho y que incide en el hecho de que Barceló seguirá siendo una figura problemática.
Lo de Barceló estaba cantado antes de que inaugurase. Quizás es ese el problema: lo que significa antes de lo que es. ¿Qué significa? Pues: la cúpula de Ginebra llena de chorretones de pintura, incluidos algunos chorreos de dinerillos de no muy claro origen y no muy claro destino; el apoyo mediático de El País que encuentra en Barceló el epítome de la genialidad hispánica y la modernez sociata; un trabajo anclado en una prospección pictórica que constantemente nos remite al retorno de la pintura en los ochenta; el fenómeno del artista picassiano con lo que conlleva, esa especie de masculinidad testosterónica desaforada (recordar sino las fotografías de Barceló en la célebre cúpula empuñando una enorme manguera que chorrea grumos blancos) y una tendencia a recuperar la idea del genio creador, bruto, por intelectualizar (y que entra en contradicción con la cultura, referencias y lecturas que evidencia Barceló en cualquier entrevista o conversación). Frente a ello en el otro extremo (y hay que recordar que los extremos se tocan) se oponen sin más raciocinio aquellas voces apologetas de la modernicolez que ansían ver videoinstalaciones interactivas con dibujitos animados por todas partes. Y sin embargo, más allá de rechazos compulsivos (donde lo más sencillo es aplicar esa fórmula tan hispánica del ninguneo) y amores irracionales sería bueno pensar, emulando a Susan Sontag, qué es lo que es.
De entrada, resulta inoperante aprovechar la ocasión para poner el grito en el cielo por la fórmula usada para seccionar a Barceló como representante del pabellón español de la Bienal de Venecia. El método es el de siempre, el mismo usado para (haciendo un repaso memorístico): Ester Ferrer y Manolo Valdes (terrible cóctel); Ana Laura Aláez y Javier Pérez; Santiago Sierra; Antoni Muntadas; o el comisariado de Alberto Ruiz de Samaniego (simplemente recordar las fotografías pateticamente sexistas de Jose Luis Guerín). Todos por el viejo método del dedismo, el clásico ahora te toca a ti. Lo que estaría en juego aquí es el tan llevado y traído Código de Buenas Prácticas y si es preciso convocar un concurso para la selección del comisariado para el pabellón español. Mientras eso llega, si llega, la decisión seguirá siendo aleatoria, no sobre un proyecto, y sin él no hay quien ni cómo juzgar los procesos, ahora le ha tocado a Barceló, ayer a Samaniego y antes de ayer a Muntadas. Procesos cerrados, ministeriales y administrativos, que por su carácter oculto no podrán esquivar esas series de dudas y cotilleos que los inundan, como aquel que asegura que la selección depende de un ritmo cíclico según el cual cada año le toca a una autonomía la gestión y el desembolso económico del pabellón: Ferrer y Valdes, Valencia; Aláez y Pérez, Euskadi; Sierra, Madrid; Muntadas, Catalunya; Samaniego, Galicia; Barceló, Baleares. Convendría pensar como encajarán ahí a partir de ahora el pabellón catalán y el murciano: ¿están eliminados de la lista? Sin saber cuales son los criterios, el que puede haber bajo la elección de Barceló es tan bueno como cualquier otro. Por ejemplo, si de lo que se trata es de juzgar la trayectoria del artista que representa a España en la Bienal más antigua, el caso de Barcelo está fuera de toda duda.
A partir de ahí la cuestión pasaría por saber cómo ha sido esa participación. Si volvemos a lo que significa Barceló, por ejemplo, esa expansión testosterónica podría haberse reconsiderado desde una perspectiva positiva en términos intensidad o de fuerza, dos adjetivos que podrían encajar con su trabajo. A ello contribuye, o es lo que pone en escena, la obra de teatro «Paso doble» con el artista-espectáculo en plena expansión creativa, que durante los días de la inauguración oficial se programó en un teatro de Venecia. La cuestión de la prospección pictórica podría leerse en términos de crisis: crisis de la idea de genialidad llevada a su paroxismo extremo o crisis de la representación y la pintura desesperada por encontrar salidas. Pero aquí no hay nada de eso. Sí un repaso triste por algunas obras de Barceló, con subidas y bajadas de calidad, en una disposición que más parece destinada a una galería decimonónica que a un project-room (¿no debería ser eso un pabellón en Venecia o estoy muy equivocado?). Este es, en todo caso el trabajo del comisario (Enrique Juncosa) y, bajo mi punto de vista, aquel debería de haber sido. O simplemente ser, porque el comisariado, más que necesario en un caso como el de Barceló, brilla por su ausencia. Era necesario un poco más de valor para asumirlo: quizás restando (¿un sólo cuadro?), quizás sumando (llevando al extremo ese chorreo pictórico que quiere llenarlo todo) o yéndose por la tangente (¿por qué no la obra de teatro y sus restos en el pabellón?).
Y era un ejercicio necesario. Un ejercicio que no se ha hecho, que pasa por intentar dar un contexto de contemporaneidad al trabajo de Barceló. Aunque sólo sea para conseguir establecer discursos, itinerarios o trayectos sobre la producción artística desarrollada aquí. O, aunque sólo sea, para evitar caer en esos errores tan patrios que implican el ninguneo y el destierro de determinadas producciones basadas en prejuicios que, en este caso, colisionan por ambos lados. La tesis que apunto es que ese ejercicio de contemporaneidad sobre la obra de Barceló no era imposible. Sin ir más lejos destaca la publicación. A juzgar por lo visto podría haberse tratado de una losa que encumbrase la obra del artista (como se ha hecho otros años bajo una idea de modernez un tanto paleta). Pero no. Se trata de una especie de cuaderno, grapado, como una revista. Un acierto que contrasta con las cerámicas frente a un vídeo documental sobre el artista o la inclusión de una mini-exposición del artista africano François Augiéras, al margen, para mayor gloria del maestro. Y que nos devuelve una vez más a Barceló como un problema.
"A desk is a dangerous place from which to watch the world" (John Le Carré)